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Marina está acostada en mi cama, es la primera vez. Creí que se sentiría incómoda, pero no es así. Estoy sobre ella a horcajadas, besándola. El calor en mí es aún más intenso de lo habitual, tuve que despojarme de la camisa hace rato. Marina se retuerce y pasa sus manos por mi cabello. Su dicha se apodera de mi cuerpo en forma de vibraciones.

Amo esta piel salada, no me canso de ella.

Cuando nos separamos por un momento, ella me mira a los ojos.

—Quiero intentar algo contigo —dice.

Me estremezco.

—¿De qué se trata?

Ella apenas sonríe.

—Necesito que te duermas.

—¿Dormirme?

—Sí. Cuando vivía en el criadero podía hablar con las otras sirenas cuando dormía, pero perdí esa capacidad después de tantas inyecciones. Siento que ya la he recuperado.

Emocionado, me pongo de pie y la tomo en brazos. Vamos al baño del primer piso y la regreso a la tina. Le doy un breve beso, regreso a mi habitación y me acuesto. No tardo en oír la voz de Marina en el interior de mi cabeza:

—¿Ya estás acostado?

Me cubro todo el cuerpo con la manta.

—Sí.

Ella comienza a cantarme, y siento como si siguiera acostada aquí, a mi lado. Esbozo una sonrisa tonta, y me esfuerzo en poner la mente en blanco. Solo necesito concentrarme en esa voz maravillosa que me hace tan feliz. Los párpados me pesan.

He oído hablar de los sueños lúcidos, yo nunca he tenido más que pesadillas donde aparecía el cadáver de mi madre sobre la mesa mientras yo comía, o situaciones absurdas que olvidaba a los pocos segundos de despertar. Después de que Marina llegó pude dormir bien. Ahora que nuestra conexión es aún más fuerte me pregunto qué imágenes veré cuando estemos dormidos. Estoy seguro de que serán solo cosas hermosas.

Lentamente el canto de Marina es acompañado por el suave sonido de las olas y gaviotas. Me encuentro en una playa de agua cristalina y arena brillante. Estoy recostado en una tumbona. Veo unas cuantas personas jugando en la arena, se ven alegres. Hay algo raro en este lugar; es hermoso, pero demasiado, casi artificial. Además no huele a mar, sino a jabón y aromatizante de lavanda, el mismo que uso en los baños. No tardo en entender porqué: esta no es una playa realista porque ha sido creada por Marina, y lo único del exterior que conoce es lo que ha visto en televisión.

—¡Gustavo! —exclama la sirena. La busco con la mirada, y tras un rato la encuentro en la orilla del mar. Unas conchas le cubren los pechos y usa un largo collar de perlas blancas. Nadie se sorprende de que una sirena esté aquí.

Camino hacia Marina.

—Esto es impresionante —le digo, sentándome a su lado. El agua va y viene con lentitud apenas mojándome los pies.

—Extrañaba este lugar. Cuando era más pequeña me divertía con las demás sirenas aquí, por eso no nos importaba cuando nos dormían por mucho tiempo.

Mira el mar: más allá el cielo no es azul, sino blanco. Hasta ahí llega este paraíso. Probablemente Marina está pensando en las demás sirenas, en cómo las perdió una a una. Tal vez vio morir a alguna de ellas. No me había puesto a pensar en el pasado de Marina porque sabía que sentiría mucha tristeza y rabia, y odio transmitirle eso. Además si ella no me ha contado nada es por algo. Solo he querido concentrarme en el presente, en hacerla feliz ahora.

Acerco mi mano a la de ella y la tomo con delicadeza.

—Podemos hacer lo que queramos aquí, ¿verdad? —le digo.

—Sí.

—¿Puedo agregar algunas cosas a la playa?

Ella sonríe.

—Sí, adelante.

Tomo aire y exhalo. Debo concentrarme. Solo soy muy imaginativo cuando estoy ebrio y escribo las reseñas plagadas de mentiras que me pide Montero. Evoco los momentos en los que iba a la playa con mi madre y Gloria, después mis vacaciones en Grecia con Marla e Iñaki para celebrar que nos graduamos. Poco a poco percibo el olor a sal, está funcionando. Marina aprieta mi mano con afecto, y juntos vemos el cielo expandirse, el mar se volverse infinito. Aparece un yate a lo lejos, y el agua es más fría.

Marina y yo nos miramos a los ojos. Ella está temblando, siento su miedo y emoción.

—Vamos —digo.

Eso la toma por sorpresa.

—¿A dónde?

—Al agua, quiero verte nadar. Prometo no soltarte hasta que te sientas segura.

Aprieta los labios. Sé lo difícil que es para ella.

—Está bien. Voy a intentarlo.

La tomo en brazos con una sonrisa. Camino hacia el mar, al cual se va haciendo cada vez más y más profundo. Cuando el agua nos llega al cuello, tomo su mano, cierro los ojos y nos sumergimos.

Nado tranquilamente por un rato, abro lentamente los ojos y sonrío al ver todo con claridad. El cabello de Marina flota con gracia, ella mira los peces, las algas y los corales con asombro. Yo también estoy sorprendido del alcance de mi imaginación. Creo que toda esta belleza es producto de las veces que Gloria y yo fuimos a acuarios cuando éramos niños.

Nunca he estado en el fondo del océano, esta también es una versión idealizada, pero no se lo diré a Marina. No ahora que está tan feliz.

—Qué...qué hermoso es —dice. Está tan encantada que ni se da cuenta de que he soltado su mano.

Aquí, en el agua, con las conchas en sus pechos, el collar de perlas y rodeada de peces de colores, Marina es idéntica a las sirenas en las ilustraciones de los libros de cuentos que suelo leerle. Quizá ella se visualizó justo así mientras me escuchaba.

La veo explorar con cada vez más confianza, la sigo, embelesado. Hay más sirenas, pero ninguna como ella. Pasamos largo rato recorriendo el suelo del océano, me siento muy en paz.

Ahora cada que duerma estaremos aquí, o en cualquier lugar que se nos ocurra.

Así persiste el océanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora