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Está lloviendo. Marina, sentada en mi cama, ve por la ventana. Usa un vestido naranja estampado con flores. Le cepillo el largo cabello oscuro aunque no sea necesario. Me gusta hacerlo, y a ella le relaja.

Miro nuestros reflejos en el espejo del tocador; admiro el perfil de Marina, su expresión indiferente. El agua cayendo no la maravilla, yo creí que le parecería algo interesante. Poco o nada le importa el mundo exterior, y lo que ve en televisión y en libros parece serle suficiente. Rara vez me hace preguntas sobre allá afuera.

Ni el sol ni la lluvia la hacen emocionarse. Los dibujos animados y videos musicales sí. Cada vez que pienso en ello no puedo evitar sentirme culpable, y dudar de la pureza de mi amor. Ella no tuvo opción; nació y se crió en cautiverio, y yo he decidido mantenerla así. Una parte de mí está convencida de que si en serio la amara, entonces le daría su libertad. Estoy obsesionado, me aprovecho de su profundo afecto por mí. Al final no soy distinto a todos los hombres que abusaron de ella.

—Gus, ¿estás bien? —me pregunta Marina, arrancándome de mis cavilaciones.

—Sí.

—Algo te pasa.

No puedo mentirle. Ante ella soy transparente.

Suspiro.

—Es que... creo que ...creo que no es correcto tenerte aquí, en la casa.

Eso la hiere. Siento una leve punzada en la cabeza.

—¿No es correcto? —responde con la voz quebrada—¿Por qué? ¿Ya no... me quieres?

Otra punzada.

Ella voltea a verme, esa inocencia infantil en sus ojos.

—Te quiero muchísimo, me dolería que ya no estés aquí, pero... cuando soñamos, cuando te veo nadando bajo el agua, luces tan hermosa y llena de vida. Luego despierto y estás en la bañera.

No responde. Solo escucho el agua caer. Ella se acuesta, me pide con un gesto que la acompañe. Obedezco al instante.

—Soy feliz aquí contigo —dice—. Y tú lo eres conmigo. No pienses que estás haciendo las cosas mal.

Tengo los ojos lacrimosos.

Estoy tan unido a ella, nuestra separación sería mi muerte. Y no por la adicción que acabó con Iñaki, sino porque perdería uno de los vínculos más fuertes y estrechos que he tenido en toda la vida.

La veo fijamente, sonrío.

Tenía mis dudas de si esto era real, ahora me queda muy claro que sí.

Así persiste el océanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora