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Estuve todo el tiempo junto a Alejandro, nos sentamos juntos y permanecimos en silencio. Cuando el funeral terminó, la abuela se llevó al niño afuera, donde la madre los esperaba en su auto. Era una mujer de aspecto demacrado, con los labios pintados de rojo sangre. Miraba la casa Prego no con indiferencia, sino repulsión.

Estoy de camino a casa, hay algo de tráfico. Tengo que tranquilizarme, y eliminar todo rastro de amargura y nostalgia en mi interior. Debo estar bien para Marina. Ella cree que fui a un restaurante.

No tardo en sentirme mejor; convivir con Alejandro fue una gran experiencia, la primera vez que no fui emocional en solitario. Durante el funeral de mi madre no lloré, y esperé a estar solo en mi cuarto para hacerlo. Odiaba las palabras de consuelo, los abrazos y las manos en mis hombros. Tenía doce años cuando eso pasó, Alejandro tiene ocho. Espero no le pierda el aprecio a la vida por este suceso, que no lo atormente por tanto tiempo como a mi.

Una hora y media más tarde ya me encuentro en casa. Ya no siento el pecho encogido, ni respiro entrecortadamente. Puedo controlarme. Entro y me dirijo al baño; Marina está en la bañera viendo la televisión, abre los brazos cuando me ve y yo la abrazo sin importar que me moje.

—¿Cómo te fue? —pregunta.

—Bien. Ahora estoy un poco cansado.

Marina sonríe.

—¿Quieres relajarte conmigo?

Si cualquier otra mujer hubiera dicho eso, sonaría lascivo. Pero en la voz de Marina se convierte en la más inocente de las propuestas. No respondo, solo me desvisto y me quito los zapatos. Entro con ella, se acomoda entre mis piernas y reclina la cabeza en uno de mis hombros. Recorre mi pecho con la punta de sus dedos.

—¿Y qué viste hoy? —pregunto.

—Una película sobre una chica con poderes. Hacía que los objetos levitaran. La molestaban en la escuela y en una fiesta los mató a todos. También vi un programa que hablaba de una banda de cuatro músicos muy famosos de Inglaterra, eran amados por todos, y después...

Marina se extiende en los detalles, y yo estoy gustoso de oírla. Relajo el cuerpo y paso mis manos por su cabello. Ella deja de hablar abruptamente. Sus grandes ojos negros están clavados en mí con seriedad.

—¿Qué ocurre? —me pregunta.

—¿A qué te refieres?

—Algo en ti no está bien, lo estoy sintiendo.

Aprieto los labios, ¿en serio sigo mal?

—Estoy bien.

—No, no lo estás. ¿Te pasó algo malo hoy?

«Ya no preguntes», pienso.

La punzada regresa a mi pecho, me empiezan a temblar las manos. El baño se inunda lentamente. Marina me toma de las manos, y flotamos. ¿En qué momento me quedé dormido? Quiero despertar, pero no sé cómo. Si Marina sigue ahondando en mí, en este mundo comenzará a manifestarse todo mi dolor. Y no quiero que ella lo sienta.

—Déjame ver qué es lo que te pasa —me pide.

Niego con la cabeza, sigo reprimiéndome.

Ya basta.

—Lo que verás no va a gustarte. No quiero arruinar nuestro mundo.

Marina toma mi rostro con sus manos. La veo. Debajo del agua es mil veces más hermosa; su cabello flota como un halo y sus ojos son muy brillantes.

—Si hay algo que te lastima quiero saberlo. No vas a arruinar lo que tenemos juntos, sino que lo harás más fuerte.

En el agua mis lágrimas son insignificantes. Asiento, la abrazo. Ya no soy un ser individual, ahora soy también Marina, y Marina soy yo.

Las paredes desaparecen, el agua se expande y nos dejamos llevar. A donde sea que nos lleve mi pensamiento, sé que estaremos bien.

Así persiste el océanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora