34

855 148 27
                                    

 —Esto es raro —dice Marla después de morder una galleta de chocolate.

—Bueno, ya sabes que siempre me paso un poco con la mantequilla—respondo.

—No, las galletas están bien. Lo raro es eh... que estemos tomando té con... con ella.

Clava sus ojos en Marina, quien está sentada a mi lado primorosamente ataviada con un vestido color lavanda. Sonrío.

—¿Cuál es el problema? —pregunto.

—No, no hay ningún problema. Es linda de hecho, y muy educada para ser una sirena. Casi me desmayo cuando la vi servirme el té sin derramar una sola gota. Y su forma de usar los cubiertos... ¡Wow! Me siento como en otra dimensión, una donde los perros conducen motocicletas y los gatos hablan y traen pajaritas en el cuello.

Marla lo dice con total seriedad. Marina y yo no podemos evitar reírnos.

Mi amiga abre los ojos a toda su expresión.

—¡Te has reído!

—Pues claro, lo que dijiste fue gracioso.

—No recuerdo cuándo fue la última vez que te vi reír.

Bebe de golpe el resto del té en su taza. Marina le sirve más.

—Me da pena —dice Marla con los párpados a medio ojo, viéndome fijamente.

—¿Eh?

—Me da mucha pena verte así.

No suena a reproche.

—Cuando éramos más jóvenes y pasábamos el tiempo en biblioteca, yo... —dice— ...yo te estudiaba detenidamente. Eras un chico apagado, de pocas palabras, pero de buen corazón, y muy leal. Yo soñaba con el día en el que nos enamoráramos y entonces yo te haría cambiar. Ese cambio no ocurrió hasta diez años después, y no por mí. El día que me dijiste que estabas con alguien más me sentí mal, pero con el pasó de los días aprendí a sobrellevarlo al ver que te veías mejor, que sonreías más a menudo. Y ahora que sé a qué se deben todos esos cambios... me cuesta mucho creerlo. Estás realmente mal. Ese bienestar que sientes no es real, es solo un efecto provocado por tu convivencia con la sirena. La conexión de la que me hablas no existe, solo está en tu cabeza.

Ella sabe que este es mi último día con Marina, no hay necesidad de que me diga todo esto. Yo no replico, y la dejo continuar. Marla siempre ha sido así: dice lo que piensa, no se guarda nada. Así le expliqué mil veces mi relación con Marina, no entenderá.

Marina y yo nos tomamos de la mano debajo de la mesa, sintiendo lástima por ella. Su amor frustrado y su preocupación la tienen así, desearía poder librarla de eso, que ya no me quisiera con tanta intensidad. Ya ha sufrido demasiado, no lo merece.

Marla esboza una sonrisa triste.

—Perdón...—dice, parpadeando varias veces para espantar sus lágrimas— . Entiendo la situación en la que estás, y me alegra que hayas tomado la decisión correcta, es solo que... primero Iñaki... y... y ahora...

—Lo sé, te preocupas por mí Yo también me preocuparía por ti en una situación similar.

Mantenemos contacto visual por un rato sin decirnos nada. Ella es la primera en bajar la mirada.

—Debo irme —dice, poniéndose de pie—. Llámame si necesitas ayuda en la madrugada para llevar al mar a la sir...—la mira—. A Marina.

—Sí, gracias.

Ella sabe que no lo haré.

Se va sin abrazarme ni besarme la mejilla como acostumbra.

Marina recuesta su cabeza en mi hombro. Esbozo una sonrisa y le acaricio el dorso de la mano.

Pasamos el resto de la tarde en el sillón, escuchando un disco de música celta que compré hace poco. Ella canta, me siento muy relajado. Oírla es una experiencia única, una que te deja en medio de esa plácida transición entre la conciencia y el ensueño. Te acaricia el alma, y, aumenta progresivamente tu deseo por quien te canta.

Me pregunto por milésima qué tan duro será volver a mi vida anterior después de haber sido tan dichoso.

Marina acerca sus labios delicados a mi oreja, y lame el borde. Siento las vibraciones de sus anhelos.

—Quiero ser tuya, Gus —susurra.

Despojo a Marina de su vestido, y me tomo mi tiempo para recorrer con las manos cada parte de su cuerpo, desde el cabello hasta la aleta, su parte más sensible. Esto, que ante los ojos de muchos allá afuera es uno de los actos más vomitivos que existen, es en realidad la forma más pura y perfecta de amar. Va más allá de los cuerpos y del tul de sudor en mi piel. Es un privilegio que muy pocos tenemos. Tomo a Marina del rostro y nos besamos. Cuando me separo de sus labios y la veo fijamente, noto que sus ojos cambian de color constantemente; pasan del azul al morado, después al rojo y naranja. Hay bellas figuras caleidoscópicas en ellos.

Sonrío. Pobres de aquellos que deben esperar a morir para conocer el paraíso.

Marina me besa una y otra vez, luego siento su lengua rasposa en mi cuello. Cuando ya no soporto el calor en mi cuerpo, la tomo en brazos y terminamos en la bañera. Estoy rebosante de placer, pero aun así siento lágrimas ardiendo en mis ojos. El deleite eclipsa la tristeza, mas no dejo de llorar. Marina tampoco. Toco sus mejillas ahora cálidas por las lágrimas y evoco la imagen de ella inmóvil sobre la mesa recubierta de plástico. Yo pensaba en un solo momento de bienestar, no tenía ni idea de todo lo que sucedería después.

Tengo que atesorar estos momentos, no sé cuándo volverán.

Devórame, Marina. Tú no eres mía, pero yo sí te pertenezco solo a ti

Las horas pasan sin que las sintamos. Regresamos a la sala y vuelvo a vestirla. Ella me habla de lo que vio en televisión por la mañana mientras yo, en la cocina, me dispongo a freír un par de mojarras para ella. Comemos juntos tratando de no vernos muy sentimentales, queremos que este día termine como todos los anteriores.

En la madrugada la subo al auto. Está muy tranquila, sonríe cuando le abrocho el cinturón de seguridad. Su vestido es muy largo, le cubre toda la cola.

—Estoy emocionada —dice Marina.

Siento un nudo en el estómago.

—Yo también —contesto.

Así persiste el océanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora