Razón #16 - La Chica de Olio y Colores

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Los restos de la lluvia de hace algunas horas dejaba sus residuos en las frías gotas que perezosamente seguían cayendo, impregnando los alrededores con el característico olor de tierra mojada que al menos en su situación, ayudaba a aminorar su creciente migraña. Pasó una de sus manos por su nariz enrojecida para contener el inevitable estornudo, siendo la primera señal que daba la bienvenida a un indeseable resfriado.

Colocó el peso completo de su cuerpo sobre el tronco del árbol que había sido su refugio constante durante las últimas dos semanas, tiempo en el que se había convertido en la sombra de la joven fabricante de burbujas. Fueron incontables los intentos por alejarse, por decirse que lo que hacía era algo incorrecto, sin embargo, la creciente necesidad de conocerle desde aquella mañana agarrotaba sus entrañas con tal presión que temía dividirse, ocasionando que sus traviesas mariposas emprendieran el vuelo en una trayectoria que por primera vez era desconocida.

Dirigió su cansada mirada hacia el grandioso edificio de artes situado a varios metros en la distancia, contemplando el ir y venir continuo de las numerosas personas que aún se mantenían dentro de sus respectivas aulas recibiendo el final de su jornada de estudios. Un leve escalofrío le abrazó desde el interior de sus huesos, percatándose de la humedad que impregnaba sus ropas al haberse expuesto al tempestuoso clima. Era un total desastre.

—¡Amigo, enserio que con esa pinta asustas!

Las ligeras risas lo hicieron girar a su costado, haciéndole bufar con frustración mucho antes de siquiera verle aparecer en su campo de visión. Un gigantesco sujeto le cedía un minúsculo espacio de su paraguas para salvarle de la llovizna, llenando sus fosas nasales con el intenso humo de tabaco que exhalaba en cada calada proporcionada al cigarrillo que apresaba con capricho entre sus labios. Su imponente altura y delgadez lo asemejaban a un poste de luz, acentuando mucho más las oscuras vestimentas que frecuentaba portar por gusto propio.

—¿Lo dice quien parece la personificación de Jack Skellington? —atacó Jason con cierto humor mientras luchaba por retener los fluidos nasales para no incrementar las burlas de su acompañante. Marck lo aniquilaría.

—Al menos yo no luzco como el doble del maldito Rodolfo el Reno con semejante nariz, solo mírate —le respondió Marck con una divertida mueca resaltada en su angulosa cara, entregándole sin demoras la segunda mochila que llevaba al hombro y arrojaba la colilla consumida al bote de basura más próximo.

Jason aceptó su bolso y las pertenencias que su amigo traía consigo, indicativo que su tiempo como intruso en la facultad de Artes había concluido. Debía emprender su retirada y partir a su trabajo en la cafetería. Dio un vistazo fugaz a la construcción, oyendo dentro de sus pensamientos la pregunta que Marck había formulado la primera tarde que le pilló en su misión de espionaje. ¿Por qué haces esto, Jason?

—No lo sé —pensó en voz alta ignorando a propósito la intensidad con la que Marck le analizaba con aquel par de ojos verdosos repletos de inteligencia.

Suspiró para liberar un poco de la sensación sofocante que bloqueaba su garganta, recibiendo un leve apretón en su hombro en señal de apoyo. Ninguno de los dos optó por continuar con el diálogo. Sonrió apenas con resignación siguiendo los pasos de quien, apuntando a un invisible reloj de pulsera le indicaba que estaban retrasados, por lo que era momento de ponerse en marcha o correrían el riesgo de ser amonestados por el fastidioso gerente por tercera vez desde que ambos fuesen aceptados en sus puestos.

 Sonrió apenas con resignación siguiendo los pasos de quien, apuntando a un invisible reloj de pulsera le indicaba que estaban retrasados, por lo que era momento de ponerse en marcha o correrían el riesgo de ser amonestados por el fastidioso geren...

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47 Razones para Amarte (Libro 1 Saga Razones) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora