XI. El otro lado del río

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Después de comprar los boletos del avión y reservar el hotel, embarqué en la mañana de domingo. Las próximas dos semanas, estaré con él y los suyos, en su país. Cuando llegué, él me esperaba con un amigo. Fui recibida por dos sonrisas que me acompañaron a desayunar, porque en el avión no comí nada. No me gusta la comida de los aviones. Él estaba feliz, a pesar de las ojeras que denunciaban el cansancio post-show de la noche anterior. Mientras comía, fuimos hablando de mí viaje. Su amigo no tenía mucho filtro y de la nada, preguntó si yo iba a quedarme en la casa de mi novio, mirándolo a él. Nos ahogamos, los dos al mismo tiempo. El amigo quedó encantado con la reacción que provocó.

  - ¡Ah! ¿El problema es elegir cuál? – respondí así que recuperé la respiración.

- ¿Cuál de los novios? – me preguntó algo confundido.

- ¡Es muy difícil mi vida! – me hice la linda. - Pensando ahora en asunto, - añadí con aire serio. - no tengo un dueño de hoteles en mi lista. Y con nuestro estilo de vida, - dije mirándolo a él que levantó una ceja sin saber adonde iba yo - es una cosa que siempre necesitamos. Voy a señalar en mi agenda, en la lista de cosas a no olvidar, "procurar novio dueño de hotel".  

Su amigo se rió, pero lo miró por debajo de las pestañas observando su reacción. Él me achinó la mirada e hizo un gesto negativo suave con la cabeza, como no creyendo en lo que acababa de oír. Yo me sentía observada y nerviosa, aun así mantuve la buena onda. Su amigo fue haciendo bromas en el camino, hasta la casa de la novia. Lo dejamos ahí y  seguimos solos.

- Después de saber que vas a intentar cazar a un dueño de hotel, no sé si te lleve, o no. – dijo él, sin quitar los ojos de la ruta.

- No te preocupes, por eso. Por lo menos, por hoy. Estoy tan cansada que no pesco ni a un maniquí de escaparate de ropa. – él dejó escapar una carcajada que me contagió y acabamos los dos a reír.

- Eso no es verdad. Incluso cansada, sos hermosa.

No supe qué responder a ese comentario, así que dejé que el silencio reinara en aquella camioneta mientras admiraba como el rojo volvía momentáneamente a su cara. Pero estaba nerviosa, precisaba decir algo. 

- ¿Todavía falta mucho para llegar al hotel? En el google no parecía tan lejos.

- Y no es, pero hice el desvío para dejar a mi amigo en la casa de su novia. – explicó.

- ¡Ah! Obvio. Se nota que hoy es domingo, porque estoy funcionando a carbón mojado. – se volvió a reír con mi comentario. ¡Qué hermoso era verlo reír tan seguido!

- Quiero preguntarte... Vas a hacer el check in y dejar las maletas en el hotel y... luego ¿vamos hasta la playa y almorzamos por allí?... O preferís quedarte descansando en el hotel y ¿paso por vos más tarde? - preguntó claramente inseguro.

- Me encanta ir a la playa. Pero, se nota que estás cansado. - aproveché que estaba atento al camino para admirar su cara. - Es tu territorio, ve lo que sea mejor para ti. – intenté dejar la decisión en su mano.

- No se discute más. Vamos a la playa.

Llegamos al hotel y tardamos cerca de una hora entre hacer el check in y dejar mi maleta en la habitación. Él me acompañó en todo el proceso, lo que nos llevó a tener que prestar atención a las personas que nos reconocieron. Agarré un libro y seguimos nuestro camino en dirección a nuestro destino. Él sabía a donde ir, para no ser perturbado todo el tiempo. Estacionó cerca del restaurante donde iríamos a almorzar y nos acomodamos en una manta que él extendió en el arenal por debajo de un árbol de frente al mar. Casi no hablamos. Yo apoyé mi espalda al árbol, a leer mi libro y él apoyó su cabeza en mis piernas y se durmió. No resistí y dejé mis dedos acariciar su pelo, mientras él dormía. La mañana perfecta envasada por la música de las olas a reventar en la playa. En un momento, me moví para cambiar de posición y como consecuencia él se despertó. Unos segundos después, rodó alejándose y quedando de lado para poder ver mi cara, sin levantarse. Bostezó y me miró.

En una de esas vueltas del reloj...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora