XVI

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Respiró hondo cerrando sus ojos y recuperándose de su agitación, la verdad es que sólo trataba de relajarse en lo poco y nada que podía. Cerca de pasar cinco minutos por completo, se percató de que había parado de llorar y su respiración ya era un poco más tranquila, regresaban también sus latidos normalizados; estos ya no eran unos insistentes martilleos en su pecho que le causaban un dolor severo.

Recuperándose de una posible muerte y como si fuera poco, una casi violación antes de aquello, abrió los ojos lentamente. Encontrándose con el volante de su automóvil, luego divisó más allá de aquella parte del vehículo y se dio cuenta de que estaba frente a su edificio.

Cuanta rapidez.

Si bien el viaje fue demasiado veloz, nunca pensó que lo sería como si una bala lo atravesara. Doloroso pero fortuito, imprevisto. Sólo pudo oír el sonido de las ruedas, el motor, su respiración junto con su llanto; y finalmente aparcando con un gran sonido de neumáticos chirreantes tratando de frenar en el asfalto.

Cuando su vista llegó a toparse con la entrada del edificio decidió que ya era tiempo de bajar y entrar a su hogar.

Su verdadero hogar.

Olvidarse de los dolores, de las traiciones, de las mentiras, de cómo fingir y actuar, de aparentar.

En su departamento era el único lugar en donde podía descargarse y desahogar todas sus penas.

No se preocupó de su imagen ni mucho menos de en dónde estaba su auto. Desabrochó su cinturón, porque si bien el estaba hecho un desastre y estaba totalmente destrozado también, no era un idiota. Bueno, idiota idiota sí, pero a la vez no. Todo le estaba yendo como el reverendo pepino pero el no arriesgaría su vida. Salió del auto, dando cuenta de que cojeaba un poco, sin embargo solo era porque su cuerpo estaba molido. Y cómo no si los golpes, la fuerza y toda su energía, había sido empleada en aquel bastardo aprovechado. Y mientras rodeaba el auto, que tomó prestado para su huída, los alborotadores pensamientos lo acongojaron otra vez.

Eran raudos y fugaces, alguno que otro se mantenía pero no más de lo necesario. Eran pensamientos rápidos y otros eran flaches de los momentos pasados.

El como se sentían las manos de Trump en su cuerpo, piel a piel. Su llanto casi incesante. Los fuertes golpes, el forcejeo, los gritos. El ardor de la mordida, el insistente dolor en su boca... sus labios.

Aquellos que eran duros y rudos.

Nada de suaves.

Nada de gentiles.

Nada de delicadeza.

Nada de Ae.

Nada comparado con los de Ae.

Ae.

Y es a él a quien ve salir del portal antes de que Pete termine de cruzar la calle.

No puede creerlo y piensa que es una obra de el destino, que finalmente lo han bendecido o alguna muestra de que no está sólo.

O eso piensa.

---A-¡Ae!

Su voz tiembla, es más aguda, parecido a un chillido.

Ae quien iba ensimismado en sus pensamientos detiene su paso y alza la vista, la cual tenía concentrándose en el suelo mientras caminaba. Sus manos se aprietan, alrededor de la ropa que lleva en una de ellas y la otra en la caja. La caja que es el obsequio de aniversario de Pete, de ellos.

Pete acorta un poco la distancia.

El sonríe como si el mundo se le iluminara de una vez por todas. Su boca se ensancha, causándole un poco de resentimiento en sus adoloridas mejillas, mostrando su impecable dentadura. Su boca aún arde pero poco le importa al ver a su mundo delante de él.

No era cierto. [Ae&Pete]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora