Barón Ojos de Plata 2

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Los toques en la puerta de la mansión hicieron que los caballeros de la servidumbre se estremecieran y abrieran con gran prisa. James casi tiene un paro al ver la escena. Su querido barón estaba desmayado en brazos de una desconocida, y para colmo... ¡Una mujer! Ella estaba llorando, sus ojos suplicaban que ayudaran a aquel chico. El mayordomo ordenó a sus compañeros que llevaran al barón a su habitación y lo atendieran. Cerraron la gran puerta de la mansión en la cara de la chica y se olvidaron por completo de ella.

A la mañana siguiente, el muchacho despertó. Sus sirvientes se alegraron enormemente, pero también temían lo que ocurrió después.
-Señor, ¿se encuentra bien?- preguntó el mayordomo agitado por el miedo de que a su amo le hubiese pasado algo grave.
-James, ¿dónde está la chica?
El hombre no sabía cómo escapar de aquella pregunta, sería la primera vez que le mentía.
-¿Qué chica? No sé de qué me habla, señor.-dijo muy nervioso.
-La chica que me trajo, la que me rescató de la tormenta.
-No, no sé de qué...-balbuceó.
Heinrich se levantó de su cama con prisas. Buscó sus zapatos y su ropa. Se vistió bajando las escaleras y tras de él iba su mayordomo tratando de convencerlo de desistir de esa locura.
-No me dirás que vine solo hasta aquí. Ella estaba conmigo.
-Señor, no la encontrará ahora. Debe haberse ido cuando cerramos la puerta.
Justo frente al portón, el joven se volteó hacia su sirviente, vaciló por un momento hasta dar con los ropajes que cubrían su cuello. Sus manos lo sujetaron con gran fuerza. Lo acercó a él en señal de amenaza.
-Ella me salvó la vida y ustedes solo la dejaron fuera. Debería reconsiderar la confianza que tengo en ustedes. No son más que el ganado que alimenta el dinero de mi padre, y como animales, actúan bajo el mando del más poderoso. No tienen siquiera un poco de cordura para pensar que ella también es un ser humano y que lo mismo que me pasó a mí podía pasarle a ella.

De un fuerte empujón, James cayó al suelo paralizado por las palabras de su señor. No reaccionó, solo se quedó en el suelo aterrado de la rebeldía de lo dicho por el muchacho.
Heinrich se dispuso a salir en busca de la misteriosa campesina, abrió la puerta y salió disparado,... mas no avanzó siquiera dos metros. Una presencia hizo que el joven tropezara y casi cayera.
-¿Quién está ahí?- dijo él tras incorporarse.
-Barón, me alegro tanto de que estés bien.
-¿Tú? ¿Qué haces aquí?
-No quise irme hasta saber que estabas bien.-el chico se emocionó y sonrió con placer.
-Ven conmigo, hoy serás mi invitada.

Le cedió su mano a la chica, ella dudó por un momento. Se convenció al ver aquellos ojos. Si bien era cierto que nunca distinguieron la luz, también lo era que reflejaban como un libro abierto el corazón de su portador. Estaba ansioso, feliz, parecía un niño complacido con el juguete más deseado. Aceptó la invitación, se introdujo en aquel castillo de ensueño. Directo hacia la habitación, y con la orden de no entrar sin ser llamado, el barón se encerró con su compañera.
-Aún no me has dicho tu nombre.-dijo él tras una pausa.
-Puedes llamarme Aurora. Barón Thyssen, ¿por qué me trajiste aquí?
-Dime Heinrich; te traje aquí porque quiero saber qué misterio tienen las mujeres.
-Pues no es que seamos nada especial.-se rió ella por lo insólito de la inquietud del barón.
-No es eso. Mi padre me ha mantenido toda mi vida apartado de todo tipo de relación con una mujer. Incluso con mi hermana solo me comunico por cartas.
-Eso es terrible.- se sorprendió ella.- Yo no soy un buen ejemplo para decirte qué es una mujer, pero puedo asegurarte que no te diré algo que no sea cierto, ni de mí ni de nada.
-Yo quiero a alguien que vea por mí, pero que a la vez no apague mis palabras. Aurora, quiero que te quedes conmigo, que vivas aquí y seas mi compañía, mis ojos y mi verdad.
-Barón, lo siento, pero yo no soy de tu confianza. Puedo ser una ladrona o una mentirosa, o incluso una asesina. No me conoces, no sabes nada de mí, cómo vas a poner tu confianza en una campesina que acabas de conocer.
-Te dije que me llamaras Heinrich. Pero eso no es problema para mí. Me has demostrado que puedo poner esa confianza en ti.
-¿Cómo?
-Si fueras una ladrona, me hubieses robado todas mis pertenencias; si fueras una mentirosa, me hubieses dicho que estabas frente a mi puerta para cobrar una recompensa por salvarme; y, si fueras una asesina, me hubieses dejado morir en medio de la tormenta en vez de traerme aquí.
-Pero no puedo ser una compañera para un noble. Soy solo una campesi...
-En unos días daré un baile. Quiero que estés allí conmigo, pues no habrá otra mujer que no seas tú.
-¿Qué haré yo en medio de tantos hombres de la nobleza?
-Representar ante todo que la mujer es una parte importante en la vida de este hombre noble. No te asustes, yo te enseñaré los hábitos para que no te sientas fuera de lugar, aunque no los necesites para lo que planeo.
-Barón, te agradezco tu confianza, haré lo posible por no defraudarte.
-No te podré cambiar la costumbre de decirme barón, ¿verdad?
-Yo creo que no.
Compartieron una amistosa carcajada. El barón estaba pleno en su éxtasis de felicidad, pero a la vez su mundo y su vida se había desmoronado. A pesar de ser sus sirvientes, Heinrich había visto por los ojos de ellos toda su vida, ahora se daba cuenta de que vivió una mentira. En Aurora encontró una luz que lo llevaría por el camino que él pidiera sin cuestionar sus decisiones. Era perfecta para él, pero ella no creía ser como él la idealizaba.

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