Niña Pelo de Miel 5

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Frente al portón de la catedral esperaba ansioso el barón Hans. Tenía preparado un sirviente escondido tras las columnas de la colosal entrada.
Faltando 30 minutos aun para la media noche, Heinrich hizo su aparición junto a su compañera, Aurora.
-Me alegro que nada te haya impedido llegar hasta aquí, Heinrich.-ironizó el barón al ver a su hijo.
-Padre, o debería decir demonio, es un placer por fin saber cómo habla una persona sin escrúpulos ni corazón.
-Noto que has traído a la causante de tu rebelión. Por esa campesina arriesgas tu vida tan calmada en la mansión que te di, solo por esa mujer te expones a morir por reclamar tu herencia. Me das vergüenza, hijo.
-Eso no es nada nuevo, siempre te di vergüenza. Por eso me desterraste y me mataste para todos. Hoy te voy a demostrar que estoy vivo y dispuesto a librar al mundo de tu persona por todo lo que le has hecho a mi familia.
-Desde pequeño vives allí, ¿qué sabes tú de lo que...
-Mi hermana.-lo interrumpió- Por años me ha enviado cartas. Me cuenta que mi madre tras su nacimiento no pudo tener más hijos y que constantemente la golpeabas por ello. Y al no encontrar un esposo digno, amenazabas con torturarla para que la desposaran por lástima. Lilith solo se desahogaba conmigo por tus maltratos. Yo voy a hacer que esto se detenga y que pagues por tus pecados.-la furia del muchacho fue creciendo según hablaba.
Soltó la mano de su chica y comenzó a caminar con paso firme, pero a la vez vacilante. Aurora lo guiaba con su voz hasta que se abalanzó sobre el barón Hans. Varios puñetazos fueron dados a ambos bandos.
Mientras él se defendía, ella hacía lo posible por darle la mejor orientación y mejorar su batalla. Todo se detuvo por un momento, cuando el sirviente escondido atrapó a su compañera cubriendo su boca.
Al hacerse el silencio, Heinrich se desorientó por completo.
- Aurora, ¿qué pasa? ¿Dónde está?-gritaba desesperado el muchacho.
Oyó unos pasos frente a él que se acercaron con sigilo. Un golpe en el abdomen lo dejó fuera de combate en el suelo. Su herida no había sanado aun, consecuencia que del golpe se abriera un poco.
Al notar su victoria, Hans se dio vuelta dispuesto a dejar a su hijo morir frente a la catedral. Un disparo rozó su mejilla, lo que detuvo su calmado andar. Se volteó para descubrir que, aun en el suelo, Heinrich estaba dispuesto a continuar la lucha. No habló, hizo lo posible por no hacer el mínimo sonido. Sería su perdición si revelaba su posición.
Aurora, que desde detrás del muchacho observaba la pelea, estaba imposibilitada de hablar o de usar sus manos. No pudo liberarse por más que trató. Ya viendo como su querido barón iba directo a la muerte, recordó sus palabras:
"Cuando tengo algo frente a mí, el sonido que emita se corta."
>>Eso es!<<-pensó ella.
Un fuerte golpe de sus pies en el suelo, ayudado por el silencio de la noche, viajó hasta los oídos del joven dándole a conocer sus alrededores. La presencia frente a él se difuminaba, pero se encontraba ahí. El segundo disparo se hizo escuchar llegando a dañar el brazo derecho de Hans. Un grito de dolor reveló su posición y el tercer balazo tuvo destino en la pierna izquierda.
El barón padre cayó del dolor, retorciéndose por las heridas provocadas. Aprovechando la distracción del sirviente al ver a su amo herido, la muchacha impulsó su cabeza hacia atrás, dándole un fuerte golpe en la nariz a este que lo dejó sangrando. Por reflejo, el hombre soltó a su prisionera, lo que esta aprovechó para darle una rápida patada por el estómago. Ya doblado en el suelo, quedó fuera de combate con un puñetazo en la cara.
-Hay que tenerte miedo, ¿eh?-dijo el joven incorporándose.
-¡Heinrich!
Ella sonrió al verlo, se abalanzó sobre él para abrazarlo. Un grito de dolor fue la respuesta.
-¡Lo siento! ¡Perdona!-se disculpó ella tras soltarlo por el susto del grito.
-No pasa nada..., me alegro de que estés bien... Y de que por fin dijeras mi nombre...
Una sonrisa suspirada salió del corazón de Aurora acompañada de un par de lágrimas de felicidad. Su querido barón le extendió la mano en señal de invitación. Esta vez, ya sin dudas, pensamientos contrariados o vacilaciones; no, esta vez fue segura y firme. Él la tomó, la acercó hasta su cuerpo con lentitud. Su expresión estaba seria, y su mirada no atinaba a la de ella. Su mano derecha aun portaba el arma y sus oídos revelaban que el demonio seguía vivo. Se arrastraba hacia las escaleras de la iglesia, mas Dios no le concedería misericordia.
- Aurora, te equivocaste en tus cuentas.-dijo apuntando al hombre- La pistola tenía cuatro balas.
El disparo fue lo último que en vida escuchó el barón Hans. Su sangre recorrió escalones abajo por el suelo de Notre Dame. Ya no se arrastraba, su cuerpo se hallaba inerte, al fin para el bien de todos.
Heinrich no cambió su rostro. Bajó su mano y soltó el arma con suavidad. Desde la cadera de ella, donde había reposado hasta el momento, su mano izquierda comenzó a elevarse. Esta vez, su movimiento era más vacilante de lo normal. Se sentía tembloroso y dubitativo, como si al hacerlo fuera a lastimarla.
-Niñita mía, dime de ti todo.-le susurró él en el oído.
Ella cerró los ojos, se adentró en una brisa acariciante. Como si estuviera hipnotizada, dijo cada palabra en el mismo tono sensual y en la misma velocidad erótica.
-Mis pies son pequeños y en algunas zonas algo duros, son pies de campesina. Mis piernas son delgadas por debajo de las rodillas y un poco más robustas por encima. Mi cadera es resaltante y en sus costados los huesos sobresalen. Mi cintura es curva y pequeña. No tengo casi abdomen y mis costillas se marcan bajo mi pecho. Este es escaso, su tamaño deja mucho que desear. Mis hombros son huesudos y mis brazos cortitos y delgados.
Mis manos son pequeñas y pueden ser un poco ásperas. Mi cuello es sencillo, sin muchas peticiones. Mi boca es pequeña, mi nariz un poco respingada y mis ojos de color oscuro casi negros. Mis cejas son vistosas y mis orejas menudas. Mi pelo es rizado y fino, se enreda con gran facilidad y su cantidad es sorprendente. Este es de color similar a la miel.
Sólo pudo escuchar, fascinado por aquella muchacha. Su voz lo hacía fantasear con las cosas más absurdas que pasaran por su mente, pero a la vez, las más bellas. No era la chica perfecta, ni la más hermosa, pero él lo sabía y aun así la disfrutaba.
De repente, su brazo derecho bailó, haciendo juego con el bulto de ella. Dudó si tocarla, se detuvo ligeros centímetros antes del contacto.
-Reclama tu premio, mi barón, te lo has ganado...-le susurró ella regalando sus facciones a la imaginación del joven.
Este se decidió, su toque comenzó por la frente y con lentitud, descendió acariciando cada rincón de aquel sencillo y noble rostro.
Primero los ojos, esas benditas piedras de color oscuro provocadoras de la unión fatal de estas dos almas. La naricilla de niña joven, que de suave y humilde puede ser provocativa y más con el toque respingado. Su boca, menuda y acolchonada, se mojaba con la lengua en matiz de insinuación, soltando tras el pasar de la mano un suspiro de excitación.
- Aurora...-fue lo único dicho por él antes de unir sus almas en una furtivo beso.
Las campanadas de la iglesia sonaron anunciando la medianoche, y fue antes de la última que el barón se desplomó en la plaza.

Barón Ojos de PlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora