Sangre Lágrima de Primavera 5

116 11 0
                                    

El fresco que se levantaba por el cañón combinado con el sonido que provocaba apaciguaban el trémulo corazón de Aurora. Si debía olvidar el amor de su barón, estaría condenada a esa tristeza eterna con la cual cargaría por toda su vida. Pero, aún así, su mente le jugaba la mala pasada de recordarlo todo el tiempo. La hacía revivir ese rostro tan ingenuo y sonriente de cuando la conoció. Y esos ojos llenos de determinación ante todo lo que decidiera. Él era su mayor ejemplo de valentía en la vida, su orgullo y modelo a seguir. Ahora... ahora solo era una persona que se intentaba arrancar de la cabeza sin saber que lo tenía fundido a su corazón.
Divagando en los recuerdos felices con su barón, la joven se quedó profundamente dormida en la punta del risco.
Aunque las gotas de agua comenzaron a caer, no fue hasta que el cielo se oscureció por las tormentosas nubes que la campesina despertó. Al intentar ponerse de pie, se resbaló por el risco cayendo en un saliente varios metros más abajo. Los golpes de la caída fueron pocos, pero no por ello menos dolorosos. Su cabeza sangraba y se había torcido un tobillo. No tenía forma de dejar ese lugar, estaba atrapada ahí hasta que el destino le hiciera llegar un alma perdida por esos parajes que la ayudara.
El viento soplaba con furia y hacía sonar al cañón como una terrorífica boca que rugía antes de devorarte. La lluvia también se hacía más intensa. Aurora solo podía pegarse lo más posible a la pared del cañón para intentar no mojarse. Pero era en vano, ya su cuerpo estaba empapado por completo y sus ojos comenzaron a llorar haciendo que sus lágrimas se combinaran con algunas gotas de sangre que caían por su cabeza hasta su cara. Nada, pasaba el tiempo y nada, se sentía débil y fría, con ganas de dormir, imaginaba su cama caliente en la mansión la primera vez que durmió en ella mientras trataban de darse calor a sí misma frotando sus brazos.
Entre el ruido tan constante y penetrante del caer de la lluvia, un sonido que no provenía del fenómeno climático se desvanecía intentando llegar a ella. Era una voz, y la más hermosa y tierna que la campesina escuchó pronunciando su nombre.
-¡Aurora! ¡¿Dónde estás, amor mío?!
-¿Heinrich...?- se puso de pie como pudo y lo llamó con toda su fuerza.- ¡Heinrich! ¡Estoy en un saliente en la pared del cañón! ¡No te acerques!
La advertencia había llegado tarde, pues el muchacho ya estaba acercándose a rastras al borde para intentar sacarla de ahí. Ella lo vio y su corazón se disparó en latidos desbocados.
-¿Aurora, estás bien?- preguntó extendiendo su mano hacia ella sin éxito.
-Estoy muy abajo como para que llegues, y tengo un tobillo lastimado, por eso no he logrado subir.- ella hizo una pausa para mirarlo.- Barón... ¿Estás loco? ¿Acaso viniste solo?
-No podía dejarte, Aurora. Nunca he querido hacerlo. Solo que, nunca pensé que el querer protegerte era lo que más te estaba lastimando. Lo siento, espero que me disculpes...
-Eso... -ella dejó salir un par de lágrimas,  pero esta vez de alegría.- Sabrás la respuesta cuando me saques de aquí.- él sonrió, ya la conocía.
-Tengo una cuerda, te la lanzaré.
-Detrás de ti hay un árbol, úsalo como eje o caeras de un resbalón como yo.
-Ya tuve el placer de conocer al arbolito ese.- él le dio una vuelta a la cuerda por el tronco del árbol y dejó caer el resto al cañón.- ¿Lista, Aurora?
-¡Sí!- él comenzó a tirar de la cuerda y sintió el peso de la chica del otro lado. Tiraba con lo que daban sus brazos rezando que no fuera tan interminable esa soga como para no tener otra vez en sus brazos al amor de su vida. En uno de esos tirones, la cuerda no se resistió.
-¿Aurora?- se acercó lentamente cuidando no aproximarse al borde del cañón.
-Estoy aquí, ya estoy fuera.- respondió ella levantándose con dificultad.
Al oír su voz, nada lo detuvo. Ni lluvia, ni truenos, ni ruidos, nada, solo existía ella. La abrazó, la estrechó entre sus brazos como si fuera a desaparecer al minuto siguiente. Ella también correspondió apretando lo más que pudo su cabeza en el pecho de él y acercándolo más a sí con los brazos en su espalda. Estaban unidos otra vez, tal para cual. Cómo se amaban, cómo se necesitaban, cómo habían sufrido por estar separados. No lo dieron la más mínima importancia al clima tan nefasto que los había llevado a tal suceso, solo agradecían la presencia del otro.
-¿Entonces? ¿Me perdonas?- ella sonrió y lo besó desbordando las ganas que tenía desde hace mucho de hacerlo.- ¿Eso es un sí?-la chica río.
-Te amo, barón.
-Yo también te amo, Aurora. Vamos, tenemos que regresar.- él la tomó de la mano e intentó caminar, pero ella lo detuvo.
-No puedo, me duele mucho el tobillo.- confesó con decepción.
-Entonces...- él se agachó frente a ella.- sube a mi espalda, así podrás ver el camino y guiarme.
-Esto parece extraño.- ella lo hizo y fue sostenida tanto con seguridad como con ternura.
Estuvieron andando así entre la lluvia, pero la cortina de agua y gris color no dejaba distinguir las cosas a la distancia, por lo que no se podía saber si iban en la dirección correcta o no.
-Barón... me siento... muy cansada...
-No, no, no. ¡Aurora, no puedes quedarte dormida! ¡Reacciona, te necesito!
En efecto, la pérdida de sangre en la cabeza de la chica, unidos al golpe y al frío que sentía, la estaban obligando a hacer reposar su cuerpo.
-No logro... mantenerme despierta...
-Canta, Aurora. ¡Canta para mí! ¡Y no te detengas!
La débil voz de la muchacha se escuchó entre las fuertes gotas que golpeaban el suelo. Él la agitaba un poco cada vez que sentía que se apagaba el sonido de la melodía. Todo parecía perdido ya para estos nobles amantes, sin embargo, las nubes se comenzaron a disipar con lentitud. La lluvia comenzó a cesar y el sol se divisaba en el horizonte amaneciendo.
Al sentir que las gotas de detenían, Heinrich se dejó caer en el pasto mojado y recostó sobre su pecho a la adormilada campesina.
-Despierta, amor mío. Está amaneciendo.- lo supo al sentir los leves rayos del sol calentar su cara.
-Es... ¿el sol?- dijo ella al abrir los ojos y encontrar al astro rey reclamando su lugar en el cielo.
-Sí, lo es...- el barón suspiró con tranquilidad al escucharla reaccionar.
-Es la aurora... ojalá... pudieras verla...
-Tengo a la más hermosa Aurora del mundo justo entre mis brazos.- ella lo miró a los ojos notando cómo el sol no los obligaba a cerrarse.
Se besaron, tan apasionadamente como si lo pasado hubiera sido el fin del mundo y ahora solo quedaba empezar de nuevo. Así era para ellos, un nuevo comienzo.
-¡Allí están!- una voz masculina se oyó en la distancia mientras varias personas se acercaban corriendo a ellos.
-Parece que nos buscaban a nosotros.
-Eso debe ser obra de mi hermana.- no se habían dado cuenta, pero llevaban casi una hora ahí sentados desde que la lluvia se había detenido, solo disfrutando del amanecer.
-¿Te puedo pedir algo?- dijo ella después de besarlo por enésima vez.
-Lo que sea, Aurora. El mundo sí es necesario.
-No, no quiero el mundo. Solo quiero que nunca más te vayas ni me dejes ir.
-Jamás.- él la abrazó con fuerza, como si se la fueran a arrancar de sus brazos.- Nunca más te dejaré, estaremos siempre juntos a partir de ahora. Así que debes estar preparada.
-¿Para qué?- él se puso de pie y con una reverencia le tendió la mano a ella.
-¿Querría la futura baronesa de mi familia regresar a nuestra mansión?- en una forma muy cortés y tierna, le estaba proponiendo matrimonio.
Ella puso sus manos en su boca del asombro y se apoyó en la mano para levantarse.
-Sí, y querría también pasar su vida al lado del barón más valiente que haya existido.- Heinrich sonrió complacido y acarició sus mojados rizos.
-Adoro tu pelo de miel.- Aurora se sintió feliz de que él recordara algo tan poco importante y que no le agradaba tanto en ella misma.
Se acercó como pudo al oído de su pareja y le susurró unos segundos antes de que los guardias y la joven baronesa llegaran a ellos.
-Yo adoro tus ojos de plata.

Barón Ojos de PlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora