Lago Cristal de Viento 3

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El invierno se acercaba, pero eso a la joven campesina no le preocupaba mucho. Su único pensamiento era hacer realidad a su barón una vez más. A pesar de haber vivido poco tiempo ahí y de haberse fijado poco en el camino, la chica regresó a la mansión donde una vez ayudó al joven que le robó el corazón. Estaba igual a como ella la había dejado, mas al entrar su decepción creció.
-¿Barón? ¿Dónde estás? –los muebles, los adornos y los sirvientes, todo se había ido.
En la mansión no quedaba nada, ni siquiera un rastro de lo que alguna vez fue vida ahí. Ella fue directo al estudio de él, pretendía encontrarlo en un desesperado deseo y despertar de la pesadilla que la aquejaba, pero solo fue vacío. Bajó la cabeza, no pudo más, le habían roto el corazón. Lo único que se escuchaba en las paredes de la mansión era su casi inaudible llanto y sus cascabeles al caminar.
Heinrich estaba feliz de vivir la vida que no había podido hasta el momento con su madre y su hermana, mas, esta última sabía que su hermano no se quedaba mirando al vacío solo por culpa de su ceguera.
-¿La extrañas? –le preguntó tocando su mano.
-¡Eh! ¿Qué dices, Lilith? Ahora estoy con ustedes, soy feliz.
-Pero se te nota, Heinrich. ¿Por qué no viniste con ella? Según lo que me contaste, es una buena chica.
-Porque la voy a limitar mucho, Lilith. Es una soñadora, vive en las nubes, tiene un corazón de oro, pero no puedo arriesgarla más a acostumbrarse a mi mundo de penumbras solo por satisfacerme. Eso solo apagará su corazón, y no quiero que pase. –él apretaba sus puños.
-¿No crees que se le puede apagar si tú no estás a su lado? –el joven se sorprendió por las palabras de su hermana.
-No, ella es fuerte, lo superará. –dijo intentando convencerse él mismo de ello.
-La condenarás a la soledad por tu idea de liberarla de ti. No sabes cuánto te necesita.
-No sabes tú cuánto la necesito yo. –él hizo un ademán de mirar hacia el cielo.
Después de varias semanas de viajar junto a mercaderes y ayudarlos con la cocina para ganar algo de dinero, la joven Aurora dejó de sonreír. Al hablar su voz sonaba apagada, sus ojos habían perdido ese brillo de chiquilla curiosa y sus labios, heridos por las mordidas de impotencia, estaban sellados para hablar solo lo necesario. Su barón la había abandonado, había preferido sufrir lejos de ella que compartir el dolor y el amor que sentían. Fue duro seguir viviendo sin un propósito.
El invierno llegó y con él se redujo la comida. Poco pudo obtener de los mercaderes y gitanos, pues la nieve impedía tanto buscar comida como viajar. Ella solo se conformaba con andar, y así lo hizo. Anduvo por los parajes más fríos que encontró no haciendo caso del daño en su piel o huesos. Pasó cerca de un lago, el cual, congelado, estaba siendo lugar de recreo de unos nobles. Lo vio… ¿era una visión? ¿Quizás el hambre o el frío? No, era él. Era su barón, estaba del otro lado del lago cristalizado, intentando aprender a patinar.
Ella corrió sobre el hielo, lo más rápido que sus congelados pies le permitieron. El frío en su garganta casi no la dejaba hablar, por lo que prefirió continuar su camino y al llegar explicarle todo. Casi al estar junto a él se percató de la presencia de la chica rubia que sostenía las manos de su amado, vio su sonrisa y la de ella, la felicidad que compartían. Se sintió rota, sus agitados pulmones calentaron ligeramente sus palabras.
-Barón… -dijo al fin.
-¡Aurora! –él desde la distancia escuchó la voz de la campesina.
Bajo ella, por la carrera tan repentina, el hielo comenzó a romperse, haciendo que por su peso, cayera al agua helada. Al escuchar el estruendo, el muchacho no dudó en saltar al agua para salvarla.
-¡Heinrich, espera! –aunque su hermana le habló, poco hizo su petición.
El joven buscaba con sus manos a través de las piezas de hielo algo que pudiera indicarle la posición de la chica. Un mechón de sus cabellos de miel rozó el brazo de él dándole la guía que necesitaba. Lo siguió hasta dar con ella, la sostuvo por la cintura y nadó a la superficie. Los sirvientes y su hermana los ayudaron a salir y los cubrieron con mantas.
-¡Heinrich, ¿estás loco?! ¡Pudiste morir ahí! –le dijo su hermana abrazándolo.
-Es… ella, Lilith… es… Aurora… -él temblaba por el viento helado que enfriaba aun más sus congeladas extremidades.
-La llevaremos a casa y la cuidaremos, ya te encontró, ahora todo estará bien.
-¡No! No quiero… que me vea…
-Heinrich… -Lilith lo miró con tristeza.
-No debo hacerla sufrir, ese es nuestro destino… -él también se desmayó.
-¡Rápido, debemos atenderlos! –los sirvientes los cargaron a ambos rumbo a la casona principal de los von Tyssen, más de una vez se les escuchó a ambos decir el nombre del otro.

Barón Ojos de PlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora