Barón Ojos de Plata 3

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Pasaron dos días de ensayos para bailar y movimientos típicos de nobles. Ya en la noche, Aurora se estaba dando un baño cuando, de repente, James irrumpió en el lugar. Abrió la cortina con desdén y agarró a la muchacha con gran fuerza por los brazos. Ella gritó con espanto.
-Si crees que te dejaré quedarte con el alma de mi amo, estás muy equivocada, bruja. No te perderé ojo de encima, cuando tenga una oportunidad, te irás a la calle como mismo llegast...
El sirviente no pudo terminar la frase, ya su amo lo había golpeado. Un puñetazo en el rostro bastó para callar al hombre, quien rápidamente soltó a la chica.
-James, recoge tus cosas, mañana mismo te irás al castillo familiar. Y que esta sea una advertencia para todos en la mansión: quien ose tocar a esta criatura, perderá su trabajo aquí y no se irá sin antes vérselas conmigo.
El mayordomo se retiró de la habitación aun acariciando su cara. Aurora temblaba del miedo, era una amenaza de muerte por ser buena.
-¿Estás bien?- preguntó él preocupado.
-Sí, tranquilo, no me ha hecho daño, pero...
-Ya lo sé, lo oí todo. Sé que crees que aquí todos están en tu contra, pero nunca dudes de que yo te voy a proteger.
-Llegará el día que no puedas.
-No, eso no ocurrirá, porque, ya sea dentro o fuera de esta mansión, yo te protegeré.
-Barón, tengo miedo. Me enfrento a un mundo que no conozco. Yo... no me siento fuerte.
-Yo tampoco me siento fuerte, pero cuando estoy contigo siento que puedo con el mundo entero.
Ella se estremeció por sus palabras. Él comenzó a ser otra persona con ella y, a su vez, ella desarrolló una gran dependencia hacia él. Lo abrazó con fervor, fue esa la primera vez que él la vio.
Estaba completamente desnuda, su delgado cuerpo aun mojado revelaba en sus costados el relieve de sus costillas. Era mucho más baja que él, su diminuta boca caía en el pecho del joven. Su pelo estaba empapado y aun así se notaban los rizos que, aunque cortos, caían sobres sus resumidos hombros. Su espalda era fina, notándose la curva de su cadera desde ahí. Y ésta última, con tal escasez de grasa a su alrededor que amenazaba con su presencia. Su pecho, leve toque de orgullo femenino, no destacaba mucho, pero daba a conocer una sencillez natural. Sus pequeñas manos fueron mágicas para él, pues recorrieron su columna de arriba a abajo como si tratase de encontrar una forma de unirse a él en un solo cuerpo.
Por reflejo, el muchacho levantó su mano y se dispuso a revelarse el rostro de su compañera, pero ella se percató de la escena y se separó de él ruborizada. El joven comprendió que se aprovechó del descaro del momento, y se disculpó con ella. Se dio vuelta y mientras salía, ella buscaba las palabras para justificar que no había sido su culpa, pero no las encontró a tiempo.
Tras ese incidente, Heinrich trató por todos los medios posibles de limitar el contacto con ella a solo el necesario. Aurora, en cambio, se volvió más callada, al punto de solo hablar cuando él se lo pedía.
Aun así, su relación iba creciendo.

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