Prólogo

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A veces y solo a veces, odiaba su trabajo.

Sentada en aquel restaurante de lujo con una gran panorámica de la ciudad de Roma a su izquierda, Lucy fingió escuchar atentamente a su cita.

Humberto Calligari era un hombre de unos cuarenta años, con una cartera abultada y cierta debilidad por las jovencitas. Y por mucho que lo intentase, Lucy podía ver el círculo de piel más clara en su dedo anular, donde solía ir un anillo de casado.

Algo que ella misma sabía de antemano.

- ¿No crees? -preguntó entonces Humberto.

Pestañeó varias veces intentando recordar de lo que habían estado conversando. Humberto pareció darse cuenta por lo que dijo:

- Decía que no todos los artistas deberían considerarse como tal. Yo soy pintor, sé qué pinto y cómo de bien o mal lo hago -su mirada se posó en su escote-, ¿has pensado en ser modelo?

Intentó no poner los ojos en blanco.

- No creo que se me diese bien -dijo modestamente.

Humberto pareció decepcionado y Lucy se reprendió a sí misma. Debía ser profesional y pasar a la acción en breve.

Suspiró y giró la cabeza hacia Roma que se desplegaba a sus pies. Una lástima que no tuviese tiempo para visitarla.

- Este sitio es precioso -comentó inocentemente y volvió a mirarlo.

- Pero...

- ¿No crees que sería mejor un sitio más íntimo? -lo miró de arriba a abajo mordiéndose el labio, sus ojos exhumando deseo.

Fue como quitarle un caramelo, o mejor dicho dárselo, a un niño.

- Tengo un piso cerca de aquí. Podríamos tomar algo. -'y algo más' quedó en el aire.

Con prisas, Humberto pagó la cuenta. Discretamente, Lucy aprovechó el momento para mandar un mensaje.

Tras pagar la cara cena, el hombre se puso de pie, mirándola con un deseo que provocó escalofríos en su estómago. Humberto se llevó una mano al bolsillo, donde Lucy sabía que guardaba un llavero con un osito hecho por su hija de siete años.

- ¿Nos vamos?

Sonrió con malicia.

- Claro, pero antes necesito ir al servicio. Cosas de mujeres. -guiñó un ojo.

Antes de que pudiese decir nada, cogió su bolso y caminó hacia el baño de señoras, consciente de la mirada de Humberto fija en su trasero en todo momento.

Allí había una mujer lavándose las manos. Iba en unos sencillos vaqueros, algo inapropiado para aquel restaurante tan elegante, y una coleta a medio hacer. Cuando se secó las manos, se volvió hacia ella.

- ¿Y bien?

Lucy pensó en disculparse con Giulia Calligari, a pesar de que había sido ella misma quien la había contratado. Lo sentía por tener un marido que fuese un cerdo, que no había dudado en llevarla a su cama desde el primer momento en que se habían conocido. Pero pensó que la señora Calligari no buscaba su pena, sino su ayuda.

- Me ha dicho que podemos tomarnos una copa en un piso cerca de aquí.

Giulia asintió, intentando asimilar que su marido estaba a punto de serle infiel.

- Sé donde es. El muy cabrón compró ese estudio para trabajar mejor. Ahora sé a lo que se dedica.

Lucy se cruzó de brazos y la observó. Era un poco más baja que ella y sus hombros hundidos solo hacía que se viese más pequeña.

- Debería esperarlo allí.

- ¿Cómo dices?

Se encendió un cigarro y tras darle una calada, habló:

- Déjeme a mi.




Humberto la rozó nuevamente cuando le sirvió vino en su estudio. Lucy tuvo que controlarse para no apartarlo de un empujón.

- Dieciocho años recién cumplidos -comentó Humberto con mirada lasciva-. Eres toda una belleza, Lucy.

Lucy sonrió dulcemente y dejó que la guiase hasta el único dormitorio que había allí.

- Aquí es donde me inspiro para crear mis cuadros. Me recreo en mis musas.

Se pasó la lengua por los labios, algo que fue demasiado para Humberto que dejó la copa y se avalanzó sobre ella.

Logró girar la cara, los labios de Humberto rozando su cuello y lo empujó contra la cama, una sonrisa pícara en sus labios.

- Chico malo -susurró.

Se sentó sobre él, hipnotizado por sus movimientos, sus manos acariciando su trasero. Lucy aprovechó para sacarse las esposas que había estado escondiendo.

- ¿Eres una chica traviesa?

Cuando logro esposarlo contra el dosel de la cama, se bajó de su regazo. Había echado las esposas por si acaso, y al final le habían venido de lujo.

Se puso su abrigo y volviéndose, encaró a Humberto, que fruncía ahora el cejo.

- ¿Qué estás haciendo? ¿No irás a dejarme aquí solo, verdad Lucy?

Sonrió dulcemente, colgándose su bolso.

- Tres cosas que deberías saber antes de dejarme entrar en tu estudio: no me llamo Lucy, no tengo dieciocho años, y tranquilo, te dejo en buenas manos.

En ese momento entró Giulia por la puerta. Humberto exclamó un grito ahogado.

- ¿Qué es esto, Giulia? ¡Soltadme!

La señora Calligari lo ignoró y se giró hacia ella.

- Gracias.

La chica asintió y le dedicó una última mirada al hombre postrado en aquella cama.

- Que pases una buena noche, Humberto. 

Mercenaria (Collingwoods I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora