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Los Collingwood habían celebrado el funeral sin ella. Había sido algo muy privado, solo ellos, le había dicho Scarlett en un mensaje.
Sin embargo, le hubiese gustado haber estado allí. Y decirle adiós para siempre a Jack.
Es por ello que se presentó ante Ken y le dijo:
- Quiero ir.
- No es buena idea, Lily. Además el mausoleo de los Collingwood es privado, no nos dejarán entrar.
Ken acarició su brazo con un dedo y a ella le entró un escalofrío que intentó disimular.
- Por favor. Yo…pensé que ellos me avisarían.
- No les importas, ¿de acuerdo? No, a menos que lleves el apellido Collingwood.
Se quedó callada y se encogió de hombros. Lo único que se escuchó fue la lluvia del exterior.
- Quiero decirle adiós. Cerrar este capítulo de una vez por todas. Luego, me iré.
- Querrás decir que nos iremos.
- Así es. Si estás dispuesto a dejarlo todo por mi, claro está.
Él la besó en la mejilla, sus labios demorandose un segundo más de lo necesario.
- ¿Aún no entiendes que eres mi vida? Mi mundo entero. Mía.
Pensó que quizá se había precipitado al decirle eso, al ver como la muchacha parpadeaba lentamente, sus ojos verdosos fijos en los suyos.
- Iremos al amanecer.
Lily alzó la mano y tocó su pelo, echandoselo hacia atrás. Su mano se quedó en su cuello cálido, y se puso de puntillas para besarlo en la mejilla.
- Me alegra saber que no estoy sola.
Quiso besarla, pero cuando rozó su boca con la suya, Lily carraspeo y sonrió timidamente.
- ¿Dónde quieres ir? Había pensado Italia, o Argentina también me llama la atención. Algo que tenga el océano o mar cerca.
La espía se acercó a una bola del mundo que Ken tenía en la estantería y se sentó con ella a buscar países que podían visitar. El escocés la observó, el pelo oscuro en marcando su rostro, sus dedos delicados acariciando la esfera, mordiendose el labio inferior mientras leía los nombres y buscaba información en su móvil sobre ellos. Una vez lejos, decidió que se desharia de aquel móvil para que ninguno de los Collingwood contactara con ella. No le había gustado ni un pelo que Scarlett le mandase un mensaje.
He ganado, pensó. He destruido a mi enemigo y tengo a la chica.
Ya no necesitaba el anillo, aunque escondiese una información valiosa. No, no quería saber nada más de los Collingwood, ni de su familia. Ahora que tenía a Lily ya nada los separaría.
Podríamos haber tenido esto, Constance. Y ahora estás muerta.
- ¿Laponia? -Leyó Lily en voz alta y añadió-. Está la casa de Papá Noel.
Ken sonrió, feliz. No, Lily no era Constance. Era mejor. Simplemente mejor.











A las cuatro de la mañana, Lily ya estaba vestida con unos vaqueros y un jersey de lana que Ken tenía guardado. Tiró el vestido de la boda a la basura y tomó aire, preparándose para el sitio al que iban.
No le gustaban los cementerios, y menos cuando aún era de noche. Ken condujo en silencio y Lily miró por la ventanilla, sin lágrimas ya que derramar.
El escocés le abrió la puerta y Lily se bajó despacio. Miró a la luna que empezaba a bajar, lista para esconderse antes de que llegase la luz.
Esto es el final.
Caminó con la cabeza alta, hasta el mausoleo de los Collingwood que se erigia imponente como un monumento gótico listo para ser adorado en la parte más alta del cementerio.
Ken la siguió, unos pasos por detrás, demasiado abrumado por la enormidad del mausoleo de aquella familia que le había arruinado la vida.
Entró forzando la cerradura con una orquilla. La puerta cedió a los pocos minutos. Entró, intentando no temblar, a sabiendas de que no estaba preparada para lo que iba a pasar.
El ataúd estaba allí y Lily se acercó y pasó una mano delante de él.
- Será mejor que no tardes -le dijo Ken, quien ni siquiera se atrevió a entrar. A juzgar por la mueca en su rostro, no parecía estar cómodo en aquel sitio.
Lo ignoró, y abrazó el féretro.
- Jack, estoy aquí. He venido.
Se acordó de él, de su mirada oscura que la hacía temblar, de sus manos fuertes en sus caderas, de su boca haciéndole suplicar, a pesar de que ella nunca había suplicado antes. De sus palabras, duras y serias. Pasionales y ardientes.
Dos caras de la misma moneda.
- Lily -avisó Ken, susurrando-. Si viene algún guardia…
- Te quiero, Jack. Siempre te voy a querer.
Ken rechino los dientes, pero la muchacha lo ignoró. Se paseó alrededor del gran mausoleo, su mano acariciando el largo del ataúd.
- Nos tenemos que ir, Lily.
Observó un rayo de sol, el primero, que se colo por una de las ventanas y la iluminó. Sonrió.
Termina lo que empezaste.
- Ya voy.
Caminó hacia la salida, donde Ken estaba apoyado contra la puerta. Sin embargo, tropezó y cayó al suelo. Se clavó la rodilla contra la fría piedra y dejó escapar un gemido de dolor.
- ¿Estás bien? -Ken se acercó a ella. En el momento en el que entró en el mausoleo, sintió un escalofrío. Quería largarse ya de aquel sitio maldito.
Lily lo notó en su tono irascible.
- ¿Te ocurre algo?
- Nada…es simplemente este lugar, no me da buena espina.
- La muerte es algo natural. Todos moriremos en algún momento.
- Lo sé, Lily -miró su reloj y dijo-: El vuelo sale a las once, será mejor que nos demos prisa.
Pero Lily lo retuvo allí.
- ¿Tienes miedo, Ken?
Hubo algo en la manera que lo dijo, una frialdad inesperada. Sus ojos parecian vacíos y en su rostro había una sonrisa tímida. La que había estado viendo estos días.
Una que no tenía nada que ver con Lily.
- ¿Qué estás haciendo?
- Tienes miedo, ¿verdad? Por eso lo hiciste.
Las pequeñas velas que había encendidas se apagaron de repente y Lily le soltó la mano. Ken se volvió en la oscuridad.
Lily lo observó dando vueltas en torno a sí mismo.
- ¿Te sientes solo y perdido, Ken? Pobrecito.
Alzó la mano y las velas se encendieron.
Y Ken se encontró rodeado de Collingwoods.
Beatrice, Eirik, Clark, Connor, Derek, Scarlett, Nadia con un mechero en sus manos, y hasta Nicole formaban un círculo. La que lo cerraba era Lily.
- ¿Por qué, Lily? Me has tendido una trampa -acusó.
Lily sonrió, una sonrisa feroz y llena de malicia.
- Porque has sido tú. Todo este tiempo, tú has sido el villano, y ni siquiera uno bueno.
- No te quieren -le dijo y se intentó acercar a ella. Sin embargo, se detuvo cuando vio que Derek y Connor habían empezado a acercarse a él-. No te aman como yo.
- Tú no sabes amar -escupió-. Tu amor me habría matado, Ken.
El escocés negó con la cabeza.
- Lo hice por ti, por tu bien.
- Ellos son mi familia.
Vio como apretaba los puños contra sus costados, la ira invadiendo sus rasgos angelicales.
- ¡No! Son malos -los señaló, los Collingwood callados, testigos y jurados de un juicio final.
- Así es. Pero también son buenos. Y saben lo que es el amor y la lealtad.
- No sabes lo que dices. Ellos me quitaron a Constance.
- Constance te odiaba. Lo sé todo.
Lo afirmó, sabiendo ahora toda la verdad. Jack se lo había contado todo, sin dejar que ningún secreto se interpusiera entre ellos.
Ken la miró de arriba abajo, como si la estuviese viendo por primera vez. Una mueca del más absoluto asco en su rostro.
- Me has engañado. Yo estaba dispuesto a dejarlo todo por ti. Por una sucia zorra como tú.
- Cuida tus palabras cuando hables de mi esposa.
Aquella voz grave y seria, de ultratumba. Ken se quedó paralizado, y Lily sonrió.
- Tú me quitaste a Jack. O al menos eso te hicimos creer.
El rubio la miró boquiabierta, y se volvió. Allí, entre la oscuridad, una figura emergió. Alto, poderoso, invencible, Jack Collingwood se acercó hasta colocarse al lado de Lily. Sus manos se entrelazaron inconscientemente.
Los Collingwood sonrieron. Todos lo sabían, se dio cuenta, el enfrentamiento con Jack había sido una trampa. Nunca lo había herido y nadie había llamado a una ambulancia. Lily había estado con ellos desde el principio. Y ahora, ahora sabía lo que pasaría.
Aquello era el infierno. Y Lily y Jack, sus reyes.
Mi esposa.
Abrió los ojos, asimilando la noticia. Lily era una Collingwood. Y ya nada podía cambiar eso.
- ¿Tienes algo más que decir? -preguntó Jack.
- Mi familia…
- Killian está en un centro de rehabilitación -informó Lily-. Y tu padre…diría que alguien se está haciendo cargo de él en estos momentos.
Fue el tono en el que lo dijo, un siseo familiar. Como una serpiente.
Se volvió hacia Lily, en un amago de súplica.
- Él mató a Constance, ¿vas a pasar toda tu vida con un hombre así?
Jack bufó y sacó algo de su bolsillo. Una foto, una de estilo Polaroid, se la pasó a Ken.
Una Constance más mayor sonreía dulcemente a la cámara, parecía estar en la selva o algún lugar bastante exótico.
- Fíjate en la fecha.
La foto cayó de sus manos, al ver los pequeños números en la esquina inferior. Su cuerpo entero tembló.
Era de hace tres días.
- Constance está viva, y debo decir que es feliz donde está -le contó Jack, quien no se movió para recoger la foto-. Es cierto que ella descubrió algo sobre mi familia, pero eso nunca lo sabrás. A pesar de todos tus esfuerzos por destruirnos y recuperar el anillo, vas a morir sin saber la verdad, Kenneth. Y a manos de quien contrataste para ello.
Lily observó como Ken alzaba la cabeza, pálido y aterrorizado. Una fina capa de sudor cubría su frente.
El sol estaba saliendo. Connor le pasó una pistola a ella, mientras Derek se la dejó a Jack.
- Di adiós, cabronazo -susurró bajo, muy bajo, el gemelo más rebelde.
- Lily…-suplicó Ken, sus ojos llenos de lágrimas.
- ¿Lista?
Se volvió hacia Jack, quien la miraba con amor y con algo más. Fuerza. Apoyo. Seguridad.
- Más que nunca.
Ken rogó de nuevo, pero ni Lily ni Jack lo escucharon. Ambos alzaron sus pistolas con una mano, con la otra unidos como un todo completo, como dos caras de la misma moneda.
- Por favor…
Dispararon a la vez. Una, dos y tres veces. Ken McAllister cayó al suelo sin vida, sus ojos que alguna vez fueron azules brillantes ahora eran dos esferas opacas.
Los Collingwood disolvieron el círculo. Nicole se abrazó a Eirik, Scarlett evitó mirar el cuerpo y Clark le pasó el brazo por los hombros, Nadia se abrazó a su madre y los gemelos se miraron entre ellos.
- Con que tu esposa, ¿eh?
Jack se volvió hacia ella, una pequeña sonrisa jugando en sus labios.
- Me he adelantado a los acontecimientos.
- Pues no lo hagas. No me lo has pedido y no sé si diré “si”.
Demonios, sólo habían sido tres días, pero fingir que Jack estaba muerto le había abierto un agujero en el corazón, a pesar de que había sido su idea. Sólo le había bastado pensar que realmente Jack podría haber muerto para que sus ojos se transformasen en océanos.
Y hacer creer a Ken que tenía alguna posibilidad. El simple hecho de tocarla le ponía la piel de gallina.
- ¿Así que ahora te vas a hacer la difícil?
- El matrimonio es una cosa seria.
- Hemos matado juntos a nuestro enemigo, preciosa. Creo que estamos más que preparados para el matrimonio.
- A este paso vas a matar también el romanticismo, Jack Collingwood.
La atrajo hacia su pecho, sus manos en la parte baja de su espalda, sus bocas a centímetros.
- Lo que dije cuando me estaba muriendo era cierto -susurró y rozó sus labios-. Cásate conmigo, Lily Lenoir y hazme el hombre más feliz del mundo.
Lily sonrió. Lo besó allí en medio de aquel caos, sin poder evitar la felicidad que aquellas palabras provocaron dentro de ella. Jack la apretó contra él, profundizando el beso, devorando sus labios.
Oyeron como alguien carraspeaba y se separaron, sonriendo, un compromiso secreto entre ellos.
Beatrice estaba cruzada de brazos y miraba a Lily.
- Cuando has dicho que alguien se encargaba de Robert McAllister, ¿a quien te referías?
- Esa parte del plan no la sabíamos -coincidió Derek-. ¿Dónde está ese pez gordo?
Lily sonrió misteriosamente. Debía reconocer que esa parte del plan era la que más inseguridad les había provocado a ella y a Jack, pues había sido algo inesperado. Pero por el mensaje que había recibido en su móvil hacía sólo una hora, había ido bien.
- Está en buenas manos.













Robert McAllister abrió los ojos lentamente. Se sentía desorientado y le dolía la cabeza. Se encontraba en un sitio oscuro y silencioso. Descubrió que cuando intentó moverse, no podía.
Estaba atado a una silla.
La oscuridad se desvaneció cuando alguien encendió las luces. Y Robert miró a su alrededor con horror. A los cientos de serpientes que lo rodeaban.
- ¿Sabías que el zoo de Warshire es el zoo con mayor cantidad de reptiles, en especial serpientes, de Europa?
Robert alzó la cabeza para ver a Amira enfrente suya, una serpiente, Zafira, alrededor de su cuello.
- ¿Qué estás haciendo?
- Lo descubrí cuando tenía trece años, ¿te acuerdas? -continuó la muchacha acariciando a la serpiente-. Me traiste de visita y me dijiste que las serpientes se acercaban a ti, te envolvían, solo para terminar comiendote. ¿Recuerdas que aquella fue la primera noche que entraste en mi habitación? Aquella noche me mataste.
- Desátame, estúpida.
Amira soltó una risa cruel.
- Tras eso, empecé a venir aquí, y comprendí a las serpientes. Por qué hacían lo que hacían. Es su naturaleza, para poder sobrevivir.
Robert forcejeó, tratando de desatarse, pero se sentía mareado. Lo último que recordaba era haber cenado e irse a dormir temprano. Amira debía de haberlo drogado.
- Cuando se enteren mis hij-
- Tus hijos ya no pueden hacer nada. Pobrecitos, aunque por el que lo único que lo siento es por Killian.
- Mis hombres…
Amira se acercó lentamente, abriéndose paso entre las serpientes con una facilidad que resultaba inquietante.
- Tus hombres son los que te trajeron aquí -cortó-. Al menos, los que accedieron; los que no, bueno, están en un lugar mejor ahora.
Robert gritó y pidió ayuda a los hombres, sus hombres, que estaban apoyados en la puerta, vigilando.
Amira soltó una carcajada.
- ¿Sabes? No fue fácil. Fueron años tramando, conociendo todo de vuestra familia, volviéndolos a todos en tu contra. Podría haberme unido a los Collingwood pero quería hacerlo por mi misma -sonrió-. Ken siempre me ha dicho que hacía de todo para conseguir el apellido McAllister, y tenía razón. Lo quería para destruirlo.
- Eres una traidora -escupió Robert-. Una puta…
- Soy una víbora. Me acerqué a ti, hice de todo, te envolví, y cuando vi mi oportunidad, aproveché para comerte. Está en mi naturaleza sobrevivir. Por cierto, tú y Ken fuisteis los me brindasteis esa oportunidad. Supongo que debería daros las gracias.
La espía, reconoció McAllister. Amira estaba aliada con ella.
- Vas a morir, y lo último que verás fue a la chica de la que abusaste durante años, la que te lo ha quitado todo. Vas a morir sabiendo que ya no existe el apellido McAllister y que no tiene ningún poder. Vas a morir solo porque el monstruo que creaste ha decidido ser más monstruosa que el que la creó.
- Amira, no lo hagas…
La muchacha apoyó un pie en la silla.
- Amira…
- Amigas -le dijo a las serpientes con una sonrisa-. Hoy estamos de celebración. Os traigo un banquete de cerdo.
Empujó la silla y Robert cayó al suelo. Las serpientes se acercaron a él, envolviendolo, trepando por su cuerpo, mordiendo con su veneno. Robert gritó. Los guardias desviaron la cabeza ante tal horrible espectáculo.
Amira se quedó contemplandolo, hasta que el hombre había dejado de gritar, las serpientes habían cubierto su cuerpo entero y las víboras arrancado sus ojos.
Envío un mensaje a la única persona a la que le había confiado su plan todos esos años. La única que había parecido tan desesperada como ella.
Hecho.

Mercenaria (Collingwoods I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora