Desde el primer día.

XXVII. Malos tratos.

Las ganas de vomitar no eran el peor síntoma que sentía hasta entonces.

El hecho de estar sentado en el suelo del baño, tratando de recuperar mi consciencia, y de que el mundo dejara de dar vueltas creo que tampoco lo eran.

Me sentía terriblemente mal porque no había dicho todo.

Porque hubieron muchísimos errores en mi declaración. Ahora que lo pienso, casi toda la declaración había sido un asco. No entiendo por qué no dije todo todo.
Las ganas de vomitar me invadieron de nuevo, pero claramente, no vomité.
No sé cuánto tiempo pasó que estuve sentado en el suelo de un cubículo. Tampoco sé por qué nadie vino a ver qué pasaba conmigo.

Eso era lo de menos. El caso debía continuar, o creo que suspendía si una de las partes se ausentaba.
No lo sabía.

Oí a alguien ingresar al baño. No quise salir.

--En uno de estos debe estar el niño, lo duermen, y lo traen.

Aquella voz hizo que todo mi cuerpo se endureciera. Como si las náuseas hubiesen cesado para ser reemplazadas por el pánico.

Eran pisadas de varias personas y asomé mi vista debajo del cubículo. Eran tres pares de botas negras.

Algo en mi sexto sentido inexistente me decía que esto no estaba bien.

¿Que quiso decir con dormirlo? ¿Se refería a mi?

Los hombres comenzaron a abrir las otras 4 puertas de los demás baños de manera salvaje. Eso me hizo reaccionar y darme cuenta que, en el hipotético caso que me encontraran, no me saludarian amablemente.

El pánico me invadió por completo y no tuve tiempo para pensar demasiado.

Casi le agradecí a todos los dioses cuando mi cabeza hizo click y abrí la puerta salvajemente. No me dió tiempo a ver sus caras porque salí corriendo.

--¡EH! ¡QUE NO SE ESCAPE!

Ese grito me hizo confirmar que si, me estaban buscando a mi.

La cabeza comenzó a darme vueltas. Todo se oscureció debido a que choqué con algo duro. Cai sentado en el suelo.

Levanté mi vista hacia arriba. Me había chocado con una persona.

Y, para mí suerte, esa persona era Trump.

--Hola, amor. --me dijo en tono sarcástico. Yo de inmediato me levanté, rogando a Dios tener fuerza en las piernas.
Alguien me tomó por detrás con rudeza, haciendo que mi corazón de un vuelco.

--Sueltame --exigí. Los mareos seguían estando presentes, sin embargo, el pánico parecía querer estar en primer lugar.

Giré para ver quién me estaba sosteniendo. Era un hombre algo, robusto y calvo con apariencia de mafioso.

No podría soltarme así lo quisiera.
¿Acaso no hay policías aquí?

--Es una suerte que no hayas dicho toda tu declaración --añadió Trump. --Y es una lastima que hayas ingerido tan poca agua. Esta vez no quería drogarte Pete, lo juro.

Y me miró de manera serena. Cínica.

--Quería matarte. Si te mato, termina el problema, ¿No?

--¡Suéltame! --le grité.

El hombre que me sostenía no parecía desistir de su agarre.

--Ya Pete, sobornamos a todos los policías de aquí, si te llevamos, nadie se daría cuenta.