En la duodécima hora del primer día de octubre de 1989, cuarenta y tres mujeres en el mundo dieron a luz... Lo raro de todo esto, es que ninguna de estas mujeres estaban embarazadas en el inicio del día.
Sir. Reginald Hargreaves, multimillonario exc...
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No era un beso, al menos no uno convencional. Sólo se trataba de los suaves labios de Cinco presionando ligeramente los de ocho sin querer apartarse nunca de ellos.
Ocho había tenido varios besos a lo largo de su vida, unos más salvajes y otros más delicados, pero podía jurar que aquel, que no llegaba a ser un beso del todo, era el mejor que había tenido nunca.
Esa sensación tal dulce, tan cálida. Parecía que por fin había encontrado su hogar y se sentía tan cómoda en él. Porque su hogar no era aquella casa de hermosa arquitectura, sino cualquier lugar donde estuviera cinco... y lo entendió, entendió que tan pronto él desapareció de dicha mansión, su hogar lo hizo de igual manera. Por eso se había ido de allí, buscando un nuevo hogar que remplazara el anterior... uno que no había encontrado hasta ahora.
Cinco se separó abriendo los ojos que no sabía que había cerrado. Ocho los abrió de igual manera. Sus miradas se encontraron, trataban de adivinar que pensaba el otro. Cinco maldijo por no haber obtenido el don de la telepatía para saber que cruzaba por la cabeza de la chica e igualmente ocho deseaba saber lo mismo.
—Sabía que podías— Dijo por fin cinco.
Ella negó, aún observado sus ojos claros, perdiéndose en la belleza de éstos.
—Sé salieron de control... no puedo.
Cinco se acercó y acunó su rostro entre sus manos. Ocho, quien se encontraba ahora sentada en la orilla de la camilla, abrió un poco sus piernas para que cinco pudiera meterse entre éstas y acercarse más. Quedando a centímetros el uno del otro.
—Sé que puedes— Afirmó él, trasmitiendole seguridad a la chica— Siempre puedes, eres fuerte y poderosa... puedes controlarlos.
La chica sonrió y asintió.
—Puedo hacerlo— Coincidió decidida haciendo que cinco sonriera igual.
El chico le ayudó a bajarse de la camilla. La chica aún se sentía un tanto débil por toda la anestesia que le habían proporcionado todo esos días.
Pasos se escucharon fuera del lugar. No parecía ser sólo una persona, sino una cantidad indefinida. Cinco supo que habían descubierto al causante de la explosión y aún peor, habían encontrado su paradero.
Recordó el chuche que había tomado del tazón de caramelos que se encontraba sobre el escritorio de caoba de la mujer del portafolio. Se abofeteó mentalmente y se adelantó a sacarlo de su bolsillo y aplastarlo con su zapato.
Saltó hasta un lado de la puerta y con dificultad arrastró un estante que se encontraba cerca para bloquear el paso.
—Eso los detendrá por un rato, pero debemos apurarnos— Informó cinco.
Ocho asintió.
—Tengo los cálculos para saber a qué plano y tiempo proyectarnos— Comentó— Son los mismos que usé para volver con ustedes hace una semana... pero hay un pequeño fallo.
Ocho asintió.
—Si la usamos me volveré joven al igual que tú...— Dijo ella para si misma.
Cinco asintió observandola seriamente.
—¡Abran ahora mismo!— Exigió una voz gruesa desde el otro lado de la puerta.
Ocho observó a cinco devuelta regalandole un asentimiento con aires decididos.
Ambos se acercaron para tomar sus manos.
La energía comenzó a emanar de ellos... rayos violáceos y azules surgían de ambos. El aire comenzó a soplar con fiereza haciendo volar varios objetos al suelo mientras sus cabellos y ropas se sacudian con fuerza.
La puerta comenzó a ser empujada dando golpes sordos.
La energía se volvió una esfera alrededor de ellos. El poder incrementaba y las corrientes se hacían cada vez más difíciles de controlar.
La puerta se abrió del todo. Los hombres con uniformes tan pronto como entraron tuvieron que cubrir sus ojos ante la cegadora luz que desprendía aquella bola de energía pura.
—¡Disparen!— Ordenó el jefe de éstos.
A quema ropa los hombre lo hicieron. Pero tan pronto como los casquillos tocaron el campo electromagnético, una gran honda salió de ésta deteniendo las balas y expulsado a los hombres hacía las paredes con fuerza para terminar noqueandolos.
Cinco se sentía agotado, había utilizado mucho sus poderes aquel día aún sabiendo que éstos estaban fallando como aquella vez en que fue en busca de Delores y la herida en su abdomen no ayudaba de mucho... Se estaba desangrado.
Su vista se nubló y se sintió tambalear.
Calló en brazos de ocho.
La chica lo sostuvo.
—C-concentrate— Pidió el chico sintiendo que las fuerzas se le iban.
La chica lo hizo dejando a un lado el pavor al ver al chico así.
Sus ojos se cerraron y se proyectó en el jardín de su hogar, justo a un lado del árbol donde cinco y ella casi se besan y justo abajo del lugar donde cinco había aparecido en un portal días atrás.
Un pitido ensordecedor se escuchó, la energía parecía desbordarse de ella queriendo tomar el control. Pero ocho no la dejaría.
Su cuerpo comenzó a cambiar, la ropa parecía quedarle más ancha. Vio frente a ella el baldío patio trasero de la academia a través del portal que cinco y ella habían formado.
Cinco con las pocas fuerzas que quedaba saltó por el tiempo y el espacio con ayuda de las energías de ocho y ambos salieron del portal.
—Creo que tengo un deja vu, sólo que ahora no veo sólo a un pequeño cinco, sino también a una pequeña ocho— Comentó un estupefacto Klaus.
Allison asintió.
—No sólo tú— Informó.
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