Capítulo 6.

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Cinco días antes de la apocalipsis:
4:00 pm.

Al entrar donde se suponía residía Diego, se llevó la gran sorpresa de encontrarse con un gimnasio y un rin en medio de él. El olor a sudor se coló por sus fosas.

Vio a un anciano el cual instruía una pelea, supuso que era el encargado así que se acercó a él.

—Disculpe— Llamó la chica al hombre cincuentón.

El hombre se giró y la vio desde arriba de la plataforma.

—No damos limosna— Dijo el hombre al ver a la chica desgarbada frente a él.

Ocho viró los ojos, eso había sido descortes.

—No quiero limosna— Contestó mirándolo desafiante, el hombre la miró expectante— Busco a Diego Hargreaves.

El hombre asintió.

—No eres la primera hoy— Comentó cansado— Sigue por la puerta de allí, camina derecho en el pasillo, la última puerta— Indicó señalando por donde comenzaba el camino.

Ocho asintió y le agradeció con una sonrisa cortes.

Siguió el camino, ya estando frente a la puerta, tocó.

La imponente figura de Luther fue quien la recibió.

—¿Ocho?—Dijo asombrado por la inesperada presencia de la chica— ¿Qué haces aquí?

Escuchó los pasos de alguien tras Luther.

—¿Quién es?— La figura de Diego apareció. Se quedó estupefacto al ver a Ocho alli— ¿Ocho?

La chica sonrió a ambos chicos. Se sintió diminuta ante aquellos cuerpos músculos y altos.

Que envidia.

—¿Puedo pasar?— Pidió la chica, Luther se apartó y Diego le indicó con  la cabeza que siguiera.

Ocho entró encontrándose con un pequeño cuarto algo frío y gris. Sin embargo, era mejor que vivir en un cartón o casa de acogidas como lo había estado haciendo ella todos los años atrás.

Recorrió con la vista la habitación, el asombro la invadió al ver el delgado cuerpo de cinco sobre la cama improvisada de Diego. El de ojos verdes se encontraba inconciente.

—¿Qué hace él aquí?— Interrogó ella mientras se sentaba a un lado del pequeño, y comenzaba a acariciar delicadamente su liso cabello.

Olía a alcohol.

—Lo encontramos ebrio tirado en una biblioteca— Informó Luther.

La chica asintió y siguió con las suaves caricias, mientras observaba atentamente las agraciadas facciones del joven. Acercó sus dedos hasta las mejillas del niño, trazando cada línea que hubiera en el rostro de éste. Sus dedos fueron a parar en los rosados labios de Cinco, se veían tan apetecibles.

A p o c a l y p s e   《Número Cinco》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora