Capítulo 20.

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El día del apocalipsis:

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El día del apocalipsis:

Todos aguardaban sentados en salón, mientras esperaban noticias de Allison. Luther en mitad del fúnebre silencio, tomó dirección hacía donde se encontraba la morena dejando a los restantes solos y desesperados por encontrar a Harold antes de que el día finalizara al igual que la vida de todos.

—El bastardo que casi asesina a nuestra hermana anda suelto— Menciona Diego caminando de un lado a otro con el desespero a flor de piel— Además con Vanya... y nosotros aquí perdiendo el tiempo.

Cinco niega.

—Vanya no es una prioridad— Se encoge de hombros ganándose una mirada reprochante por parte de ocho.

Diego niega un tanto molesto ¿Ese chico desalmado sería el compañero de vida de ocho? Cada vez más se arrepentia de haberle salvado la vida.

—Eso fue cruel... inclusive viniendo de ti, Cinco— Reprochó el moreno.

El joven lo observa con seriedad, levantándose del sillón mientras se soltaba del agarre que antes tenía ocho sobre su mano.

—No digo que no me importa ella... pero si la apocalipsis ocurre hoy, ella muere junto con los demás 7000 millones de personas— Argumenta sacando la prótesis de su bolsillo y observandolo por unos segundos— Nuestra verdadera prioridad es encontrar a Harold Jenkins y eliminarlo de la ecuación.

Todos asienten dándole la razón al azabache.

Se levantaron dispuestos a irsen en busca del hombre causante del fin del mundo y asesinarlo si así lo requería.

...

La puerta de aquella pequeña residencia estaba sospechosamente abierta. Diego se ofreció a pasar primero y verificar si el área estaba bajo cualquier peligro, pero cinco se negó rotundamente... no había cosa que lo sacara más de sus casillas que ver que lo tratan como un ser inferior el cual no se puede cuidar ni a si mismo, lo que no sabían es que él podía ser más fuerte e inteligente que todos ellos juntos... o antes lo era.

Al entrar se encontraron con desastre tras desastre. Parecía que un tornado hubiese pasado por aquel pequeño apartamento.

Una mueca de horror surcó por las facciones de Ocho al ver un cadáver tirado a un lado del comedor con cientos de cortadas y varios objetos filudos enterrados por diversas partes de su cuerpo. Cinco corrió hasta ella y la abrazó escondiendo el rostro de la chica para que no viera aquella escena que dejaría más que espantado a cualquiera. Pero cinco había pasado por tanto y visto tanto, que aquello era como dar un paseo en el parque y encontrarse con un lindo perrito jugando en el césped.

Ocho sabía que aquella imagen viviría para siempre en su memoria, atormentadola en sus pesadillas. No conocía al hombre y no le tenía lástima ni en lo más mínimo, pero aquella imagen era tan cruda para un ser tan sensible como lo era ella que se le hacía inevitable no horrorizarce.

A p o c a l y p s e   《Número Cinco》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora