Capítulo 5.

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Ser el mejor, sobre salir en todo, ser especial, el número uno... ¿Acaso alguna de esas cosas importaba en ese momento?

El fin del mundo, ese en el que tantas películas, series y cómics han retratado, ese que tan ficticio todos creían, ese que su padre tanto advertía... ese que se acercaba en unos días. Había estado casi cincuenta años planeando como detenerlo en base a una prótesis de ojo y, ahora, parecía que salvar a los suyos y al mundo estaba tan lejano a suceder.

Luther ya había partido hace bastantes horas y la oscuridad de la noche ya había reemplazado el nublado día. El hombre de vata blanca ya había admitido su contrabando ilegal de prótesis oculares.

Ahora sólo le quedaba ir a donde los fabricaban.

...

Había pasado todo el día dando vueltas por la ciudad sin un rumbo fijo, simplemente matando tiempo y reflexionando sobre lo ocurrido con cinco.

Todo estaba mal de desde cualquier ángulo que lo vieras, por un lado estaba su edad física, la cual hacía completamente ilegal cualquier acto imprudente que buscaran hacer. Y por otra parte la edad de su conciencia, muy bien cinco podría ser su padre.

Llegó hasta la entrada de la academia, suspiró con tristeza.

Aquella estructura inmensa había sido alguna vez su hogar, su refugio donde podía ser ella misma, donde estaba lo que más quería: Sus hermanos... Cinco. Pero ahora que la veía desde allí, se le hacía tan ajena, tan lejana.

No, hace tanto que había dejado de ser su hogar, y sabía con claridad desde cuando... cuando Cinco se fue.

Iba a tocar pero con tan sólo acercar el puño la puerta cedió y se abrió lentamente, como en las películas de terror, soltado un fuerte rechinido.

—Hay que decirle a Pogo que eche aceite en esas bisagras— Comentó Diego, quien lucía agotado y melancólico a la vez.

Ocho se acercó ingresando por completo a la casa. Tocó la mejilla de Diego, ésta estaba levemente inflamada.

—¿Q-que ocurrió?— Inquirió preocupada.

Por detrás de Diego pudo observar a Vanya y Allison observandose con aires asombrados.

Volvió a fijar la vista en Diego, éste tenía la mirada gacha, tratando de ocultar el remolino de emociones que surcaban sus facciones. La mano de ocho se sintió humedades gracias a unas lágrimas que resbalaban sin que su dueño lo hubiese permitido.

—¿Estás bien?— Susurró apartando dichas lágrimas. Diego negó— Dime que ocurre, dos.

Pidió la chica. El moreno miró levemente hacía atrás, indicando que no lo diría frente a las chicas.

Ocho asintió y tomó la mano del de rasgos latinos para arrastrarlo hasta las escaleras. Al pasar por allí vio el gigantesco candelabro destruido en medio del lugar. Observó con el ceño fruncido al chico y éste simplemente se encogió de hombros.

A p o c a l y p s e   《Número Cinco》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora