Los demonios del pasado acechaban cruelmente en su memoria, le recordaba el eminente final que tanto había luchado por evitar.
Evocaba en dicha memoria con claridad el día en el que por culpa de sus desobediencias y su avaricia de más poder, se había quedado varado en algún lugar de un futuro post apocalíptico. Era joven e inexperto, y en su mente la sola idea de vencer a sus hermanos y demostrarle al hombre del monóculo que era mucho más indispensable en el grupo de lo que él pensaba, había hecho que intentara usar más poder del que en verdad tenía sin importar las consecuencias que le trajera... y vaya que le había traído muchas de ella.
Destrucción, fuego, cenizas... soledad. Así era el futuro que entonces se habia convertido en su presente y que ahora era su pasado. Los escombros de un lugar que antes consideró su hogar era todo lo que le quedaba.
Y bajo dichos escombros estaban aquellos a los que por años llamó hermanos. Claro, en un principio pensó que era cadáveres de gente cualquiera; sin embargo, al fijarse más de cerca y ver con sus propios ojos aquellos tatuajes que su padre le había obligado a hacerse años atrás estaban en la muñeca de cada uno, su mundo se calló en picada. Aquellos sietes eran sus hermanos. Y entre esos estaba Ocho. Sabía que era ella por aquellos cabellos oscuros y su dulce rostro. No importaba lo que creciera o lo que cambiara, él siempre la reconocería.
Su vida entera se basó en evitar la apocalipsis, no conocía que era tener una vida normal, porque dicho acontecimiento de había convertido en ella. Ni Delores había podido apartar el anhelo de salvar a esos inútiles y al mundo con ellos.
Esfumó aquellos pensamientos, sabiendo que lo más importante en ese momento era el descubrir el dueño de aquella prótesis de ojo.
Tomó a Delores y la guardó dentro del bolso de un feo color verde. Se la colgó al hombro y salió por la ventana en rumbo a la primera parte de su plan.
...
Ocho entró en la cocina dando un pequeño bostezo, saludó a los presentes cuando terminó de hacerlo.
Luther y Allison observaban a Grace de manera desconfiada, mientras desayunaba unos ricos huevos fritos con tocino... como cuando eran niños.
—Hola, pequeña ocho— Saludó su madre de manera exageradamente alegre, lo cual no estaba de acorde con los últimos acontecimientos ocurridos en aquella casa— Ten tu desayuno.
Tendió un plato con lo mismo que comían sus otros hermanos, le sonrió a la mujer en agradecimiento y se dispuso a comer lo que había allí, sentándose a un lado de Luther.
—¿Por casualidad no has visto a Cinco?— Inquirió la morena.
Ocho se tensó enseguida ante la mención del chico. Negó rápidamente.
—¿P-por qué crees que y-yo lo sé?— Cuestionó nerviosa y un tanto apenada, mientras sentía sus mejillas arder. ¿Acaso los habían visto anoche?
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A p o c a l y p s e 《Número Cinco》
أدب الهواةEn la duodécima hora del primer día de octubre de 1989, cuarenta y tres mujeres en el mundo dieron a luz... Lo raro de todo esto, es que ninguna de estas mujeres estaban embarazadas en el inicio del día. Sir. Reginald Hargreaves, multimillonario exc...