•Capitulo 8•

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Luego de llegar al hotel, me duché y recosté en mi cama. Debía considerar el rentar algún departamento junto con Aylin. Suni había dejado pago sólo treinta días, de lo contrario no podríamos estar aquí.
Mi cuerpo estaba eufórico pero mi mente estaba cansada. El imaginarme muchas cosas gastaba mis energías psíquicas. Solo pensaba en el día de mañana y como iba a hacer mi entrada triunfal a una cafetería solo para llamar su atención. No quise pensar más. Cerré mis ojos y me dispuse a dormir plácidamente. El día de mañana iba a ser prometedor.

El despertador me asusta, los nervios me jugaron una mala pasada toda la noche. Mi mente no me estaba dejando en paz ni dormida, era como si le molestara que pegue un ojo, me obligaba a pensarlo.
Me levanté y me preparé para un nuevo día. Alisté mi pantalón palazzo negro y una camisa blanca, iría arreglada, pero lo más natural posible. Alisé mi cabello y este podía verse largo hasta mi cintura. El resultado que me mostraba el espejo era mucho mejor al que me imaginé. Solo maquille un poco mi rostro y me dirigí a agarrar mis pertenencias para irme a donde sería el encuentro.
Mis piernas temblaban, con cada paso que daba sentía que estaba caminando con tacos altos sobre adoquines. Mi corazón desbocado no mentia, me sentía así porque estaba irrevocablemente enamorada de él. Nunca me había sentido así antes, ni siquiera con mi ex novio. El pobre tuvo que soportar mi amor irrevocable por Taehyung. Sentía celos de él, decía que le dedicaba más tiempo que a nuestro amor, ¿Amor? Pensaba yo, amor era lo que tenía por alguien a quien no conocía, no por el. Lo nuestro había empezado como una amistad y pasó a ser algo más intimo, pero amor jamás, al menos de mi parte. Por eso decidí terminar esa relación, y dedicar el ciento por ciento de mis pensamientos a Taehyung. Estaba mal, estaba enamorada de alguien que no sabía que existía, alguien que no se imaginaba que podía dejar todo por el, incluso su país. Y ahí estaba yo, yendo a por todo, por hacerme notar una vez más en lo que va del mes, con tal de que note mi existencia.
Entré al café, había poca gente, no quería lucir desesperada pero mi mirada vagaba por todo el lugar, hasta que lo vi. Estaba sentado en el fondo del bar, mostrándome su perfil mientras miraba despreocupado por la ventana. Todavía estaba solo. En ese momento juré no haber visto nunca tal obra de arte, eso era él para mi, una obra de arte.
Caminé hacia una mesa cerca de la de el, sentándome casi en frente. El ruido que hice al correr la silla llamó su atención. Y es ahí cuando volvió a hacer contacto visual conmigo. Oficialmente el sabía de mi existencia en este mundo. Estaba muriéndome de ganas de saltar la mesa y tirarme encima de él. Debía controlarme. Mi mundo dejó de girar y mi corazón se saltó mil latidos cuando sus ojos siguieron posados en mi y me dedicó una sonrisa ladina. Ese fue el momento en el que morí por primera vez.
Mis nervios estaban jugandome todas las malas pasadas posibles, intentaba quedarme quieta, pero no podía. Mis manos estaban transpiradas. Necesitaba hacer algo.
Llamé al mozo y pedí un café. Su mirada seguía en mi, ¿acaso esto realmente está pasando? Le sonreí, fue todo lo que pude hacer, y su expresión alegre ahora había cambiado por completo, me miraba serio, de a ratos con el ceño fruncido. ¿Que hice de malo ahora? ¿Se habrá enojado porque le sonreí? La cagué, seguía pensando mientras me hacia la que miraba todo el lugar.
Todavía sentía su mirada,¿acaso no piensa dejar de mirarme? Dios! Que estoy diciendo? Pero es que yo quiero mirarlo, quiero apreciar toda su belleza sin restricciones. Volví a mirarlo y volvió a sonreírme. Morí por segunda vez en el día.
Mi pedido llegó junto con su cita. Su mirada se iluminó y yo no hacía más que contemplarlo. Era un maldito Dios griego. Era todo por lo que yo había llegado hasta acá.
Mientras yo tenía el desayuno más largo de la historia, trataba de captar alguna que otra palabra que ese par decía. Logré escuchar "vamos" "casa" y "madre".
Me dispuse a terminar aunque sea el café ya frío, lo demás no pude digerirlo. Me levanté y lo miré, él también lo hizo. La mirada que me regaló es la que anhelo que me regale siempre. Jamás la había visto, y esa mirada quedará en lo más profundo de mi ser.
Me acerqué a la barra y pagué el consumo. Debía esperar a que saliera, no importa si me llevaba dos horas esperarlo, tenía tiempo para llegar al trabajo. Mi fuerte era una esquina en diagonal , donde en plan de detective tenía una buena vista del lugar.
Después de treinta y ocho minutos, ambos salieron. Mis ojos solo se iban con el, al igual que mi alma. Lo veía sonreír y automáticamente sonreía yo. La gente que pasaba por mi lado me miraba confundida. A mí no me importaba nada. Lo vi subirse al auto de su amigo e irse. Mi alma nuevamente se fue con el.
Mi cara era un poema, apoye mi espalda en la pared y empecé a sonreír como una loca. El, el amor de mi vida me había mirado y sonreído, no podía estar más feliz. Ahora si podía irme al trabajo con tanta dicha. Realmente sentía que a partir de ahora podía ser inmensamente feliz.

Cartas de una sasaengDonde viven las historias. Descúbrelo ahora