Capítulo 26

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— Oh. Por. Dios — se escuchó la voz del castaño resonar en la habitación.

— L..Lance, no mires — musitó avergonzado el pelinegro tratando de cubrirse pero negándose a detenerse.

Ambos chiquillos requerían de atención pero se negaban a pedirlo aún después de aquella deliciosa llamada, así que Keith había recurrido a un método muy básico de satisfacción. Manuela.

Aprovechando que Lance se había quedado atascado en frente del televisor, muy concentrado en una serie como para prestarle atención, decidió que era hora de ponerse manos a la obra.

Se moría de la vergüenza, pero la necesidad ya era demasiada.

Metió con mucha vergüenza la mano dentro de sus shorts y boxer, tantenado la zona y disfrutando de las delicadas sensaciones que la recorrían cada vez que sus fríos dedos recorrían su falo. Recordó unas grandes, fuertes y tibias manos, realizando la misma tarea y poco a poco el pudor fue yéndose directo a la chingada.

Incómodo por tener que meter su mano se bajó el short con todo y boxer hasta la rodillas acariciándose con mayor libertad, gimiendo y jadeando bajito para no ser descubierto. Jamás espero que Lance entrará por la puerta y lo viera en tan bochornosa situación.

— Pe..Pero Keith. Yo...Yo también quiero hacerlo — presuroso se recostó junto al pelinegro, tomó las manos del mismo y las colocó ahora en su falo para después poner las suyas en el miembro de su compañero.

Con la mirada cristalina por la vergüenza y el deseo empezaron a frotar sus manos en el miembro contrario, disfrutando de la húmeda sensación que el líquido preseminal dejaba al tacto.

— Espera... Tengo una idea — extrañado el pelinegro observó atentamente como Lance se colocaba sobre el en cuarto, quedando la cara de cada uno frente a la erección del otro.

Sin dudar tomaron nuevamente aquellos miembros y los acercaron a sus bocas. Fueron despacio, primero tan solo la punta, pequeños lametones muchos jadeos y gemidos.

Pero casi de inmediato se dejaron llevar, engullendo los falos por completo sintiendo sus excitaciones crecer al escuchar los obscenos sonidos de sus bocas y los gemidos que llenaban el lugar.

No tardaron mucho en llegar al éxtasis derramando sus esencias en el rostro del otro. Sonriendo volvieron a recostarse juntos para tomarse una fotografía aún con el espeso líquido blanco cubriendo sus caras y enviársela a su Daddy.

Esa noche Shiro se masturbó tantas veces que creyó haber lastimado su muñeca.

Un Amor Poco ConvencionalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora