VII: Maldición

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Luego de haber tenido una charla de moral, la cual le tendría que haber dado a su marido, y leer varios pasajes de la biblia, Noelia se había ido de la casa de los pastores, asegurándole a Marta que estaría en contacto con ella.

Pero no todo había sido en vano y aburrido, la pastora le había contado parte su vida. Al parecer, se habían conocido con Cruz cuando él había llegado a la fé. Y aunque no le habló mucho del asunto, su flamante esposo, no era tan santo como parecía ser.

Ni antes, ni ahora.

Estacionó su auto en una heladería, y bajó para comprar algunos sabores. Sabía que a Natalia le encantaba el helado, y sería un buen gesto para levantarle el ánimo.

Por aquellas fechas, la joven castaña solía estar deprimida, sin ánimos de nada. Era la fecha en que había muerto su padre, y con él, el fin de su felicidad e infancia.

Su madre luego se había vuelto a casar, al muy poco tiempo, y ella había quedado desamparada, como el vestigio de un matrimonio fallido, que nadie quería.

Su padrastro solía molestarla, y su progenitora jamás lo impidió. ¿Por qué no le había sorprendido cuándo le contó que luego había comenzado a abusar de ella y su madre no hizo nada?

La vida de Natalia había sido muy triste, como la mayoría de las chicas que había conocido en su mundo.

A veces, sentía que ella se había sacado la lotería. No tenía marcas en el alma que la agobiaran, que por las noches le causaran pesadillas.

***

—Aún no me has conseguido la cita con tu amiga.

—Nati no la está pasando bien ahora. Pero en cuanto esté mejor, irá a cenar contigo, me lo prometió —le dijo antes de tomar un trago de su bebida.

—¿Qué tiene?

—Traumas, traumas con nombre y apellido que aún siguen libres. Escorias de la humanidad.

—Pasado difícil.

—Como la mayoría, Jhony.

—Por cierto, vino tu cliente estrella.

—¿En serio? —preguntó con una gran sonrisa—. ¿Dónde está mi osito? —le dijo en un tono aniñado.

El hombre sonrió divertido y negó con la cabeza.

—No, no hablaba de tu "osito", sino de Cruz.

—¿Qué? —le inquirió borrando la sonrisa de su rostro—. ¿Qué hace el gran señor en un bar del diablo?

—Oye, que soy el dueño y no soy tan malo.

Rodó los ojos y le dio otro sorbo a su copa.

—En fin, ¿Qué quería ese imbécil?

—Estaba molesto porque una de "mis trabajadoras" se le apareció en su trabajo, a extorsionarlo.

—¿Qué hiciste?

—Le expliqué que eso era imposible, que nosotros no brindábamos información de nuestros clientes. Qué si alguien de aquí se había contactado con él fuera del bar, seguramente había sido por error suyo.

—¿Y te creyó? —le inquirió incrédula.

—Sí.

—¿Ves lo que te digo? Es un imbécil.

—Y eso no es todo —sonrió de lado.

—¿Por qué?

—Me preguntó por los servicios de la muchacha que lo había atendido aquella noche. Y le dije-

—No, Jhony.

—Que tú trabajabas aquí los viernes y sábados.

—¿Por qué hiciste eso? —exclamó molesta—. No voy a atenderlo.

—Sí lo atenderás.

—No eres mi proxeneta, cariño.

—Lo atenderás, por haberme arriesgado por ti. Tú querías su nombre, tú querías volver a verlo, ahora te aguantas.

...

La meretriz: Noelia (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora