C A P í T U L O 17

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Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando abrió los ojos. Extrañamente, veía todo con el gris azulado de la madrugada, como una antigua película. Se levantó de la cama y se acercó a Katakuri, que pateó con suavidad para despertarle, mas no reaccionaba. Se agachó y le dio la vuelta, soltando un grito.

El monstruoso (y bello) rostro del adulto, ensangrentado y deformado. En él solo se podían distinguir las cicatrices y los afilados colmillos. Ichiji se levantó horrorizado y salió corriendo de la casa, camino a la suya.

Cuando consiguió entrar, sus rodillas fallaron y le hicieron caer al suelo. Allí, apoyada sobre el piano, del que caían regueros de sangre, se encontraba Reiju. Lentamente se fue acercando.

-Rei... Rei... -la llamó llorando. Ella no contestaba.

Ichiji subió rápidamente las escaleras hasta el cuarto de Niji, que abrió de un portazo. No le sorprendió (pero sí dolió) verle en el suelo con un agujero de bala en la frente y una expresión de horror en su rostro. Junto a él, abrazándole, estaba la tierna chica cocinera, con una enorme herida de navaja en el cuello. Salió de allí, aún con esperanza.

Su pecho parecía querer hundirle, pues por el dolor de este caía al suelo de vez en cuando, sosteniendo sus costillas.

Finalmente llegó al gimnasio. Sobre la camilla de pesas, estaba su hermano menor, ahogado. Su cabello de un extraño color verde pistacho estaba desparramado desordenadamente, cosa que jamás había visto.

Cayó de nuevo al suelo, ahora con el rostro descompuesto por el dolor. Notaba que todo había ido muy rápido. Se agarró la cabeza con las manos y gritó, desesperado.

Tras varios minutos en los que sentía su garganta rasgarse, se levantó. La cabeza le dolía de tanto llorar, y su pecho estaba extrañamente tranquilo, a pesar de que acababa de ver a las personas que más amaba muertas.

Salió de la gran mansión y a paso lento se acercó al New World. A esa hora Sanji debería estar abriendo el bar. Cuando entró, el mismo olor a queso y madera le golpeó con la mayor dulzura que había notado en todo el día. Sin mirar hacia el suelo (pero con lágrimas en los ojos) pasó por encima del cuerpo del novio peliverde de su hermano, cuyo estómago estaba atravesado por tres largas katanas. De fondo escuchaba una antigua canción algo escalofriante en un tocadiscos. La canción repetía todo el rato la misma parte, el disco probablemente estuviera rayado.

Ichiji se sentó en una banqueta frente a la barra, esperando al atractivo camarero de ojos grises. Mas no llegaba. Un olor a quemado sustituyó ahora al del queso. Con el corazón desbocado se acercó a la cocina. Abrió lentamente la puerta, y sobre la freidora, descansaba la cabeza del anciano rubio. A sus pies, el chico de las ojeras, con las ropas quemadas y la piel en carne viva, sangrante, sujetaba la mano de un chico que lloraba a su lado.

Ya no sentía nada. Solo miraba impasible los cuerpos, mientras deseaba ser él el que había sufrido las quemaduras.

-Ayúdale... -sollozó el muchacho. Llevaba un raído sombrero de paja y sus ropas también estaban en llamas, pero parecía no importarle.

Ichiji se dio la vuelta. Salió de la estancia que olía a carne chamuscada y volvió a sentarse en la banqueta de antes, mientras oía como la estúpida canción y los dolorosos gritos del chico se mezclaban.

Se estiró y alcanzó la misma botella de la última vez, a la que dio un trago, pero el sabor no dolía, no llegaba. Entonces escuchó un golpe. Se giró y vio a su hermano, a Sanji, tirando en el suelo, con un puñal clavado en el cuello, a los pies de aquel hombre.

Ese hombre, el culpable de todo.

-Ahora solo queda una... -gritó mientras reía. Chascó sus dedos y ante ellos, flotando a medio metro sobre el suelo, se encontraba el pálido y débil cuerpo de su madre. Sujetaba un bote de antidepresivos en la mano, como aquella última vez que le vieron. Muerta. O mejor dicho, acababa de suicidarse. -Veo que la cosa no ha cambiado mucho a pesar de haber pasado tanto tiempo.

De nombre, Katakuri [KataIchi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora