C A P í T U L O 20

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Gemía sin parar mientras el que tenía encima se ocupaba de él como un castigo. Solo eran los preliminares, pero ya no podía aguantarse. El mayor de los dos engullía su erecto miembro y lo lamía de arriba a abajo, sin siquiera haberse desnudado.

-No te corras, ¿eh? O sino te castigaré...

-Castígame... vamos...

-No me retes, rubiales... -El hablante le rasgó las mallas piratas con los dientes y se las arrancó.

-Hijo de puta... eran mis favoritas. -desde abajo, le abofeteó la cara, lo que puso a mil al de arriba.

-Veo que eres una puta que se hace respetar...

-Tú solo métela.

-Como quieras. -el activo destapó su miembro y colocó bien a su acompañante sobre el sucio lavabo de la discoteca. Le levantó las piernas, le escupió en la entrada y la metió de una estocada. El de abajo sintió un dolor frío y se removió buscando más, buscando la brutalidad y salvajismo del otro.

Empezó a embestirle sin ni siquiera darle tiempo a acostumbrarse, mientras el rubio gemía y gritaba por encima de la música electrónica. Terminaron pronto, tiraron el preservativo a la basura y salieron del baño sin mediar palabra.

-Joven amo... -un chico de cabello azulado se acercó a él  y le agarró como si estuviera a punto de caerse.

-Déjale, yo me ocupo. -dijo una guapa muchacha cargándolo. Lo sacó fuera y justo cuando sintió el frescor de la noche, vomitó. -Ese hombre le ha dado demasiado fuerte...

-Menudo imbécil... creo que se llamaba... Smoker, o algo así. Ni siquiera lo recuerdo bien.

-Pero, señor, ¿qué hará con Crocodile? -inquirió preocupada. El rubio sonrió y se ajustó las gafas.

-Lo mismo que él. Como si no hubiera pasado nada.

Porque claro, ojo por ojo, diente por diente.

Sobre todo si la persona que fingía dártelo todo te había tomado el pelo, y si tú podías hacerle sufrir.

Era un juego. O tomar o dejar, supervivencia, experiencias, límites.

***

Sin duda, estaba harto. Cada día recibía mensajes de más chicas y chicos, de todo tipo. Trabajo, romance, incluso hostilidad. Ahora solo podía pensar en tres cosas; Ichiji, su trabajo, y que el primero no se juntase con el segundo, pues podría salirle fatal.

No era culpa del muchacho, no. Era su culpa por pensar en él justo cuando tenía que presentar algún proyecto. Porque vamos, no era un Adonis, pero tampoco se diferenciaba mucho. Piel marmólea, ojos azules como el mar, pestañas como pétalos de la noche, cabello del color de la sangre y un interior semejante a un torbellino.

Difícil no compararle con un Dios.

En cualquier caso no se arrepentía para nada de haberlo llevado a su casa aquel día. A veces se preguntaba qué habría pasado si le hubiera llevado con sus hermanos; se habría odiado para siempre.

Ahora le contemplaba durmiendo a su lado, en la cómoda cama del mayor. El pequeño estaba tumbado de lado, con las facciones relajadas y los hombros caídos. Estaba en una posición en la que el pelo le dejaba ver toda la cara, y sus mejillas sonrojadas parecían copiar a las de Katakuri.

No se había atrevido a tocarle desde aquel día; sentía que no tenía derecho. Pero se conformaba con mirarle, sentir su presencia, y compartir gran parte de su tiempo en él. Ahora mismo alargaba la mano, como si hubiera una pared de cristal entre ellos dos, y el ansía tocarla.

De nombre, Katakuri [KataIchi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora