C A P í T U L O 29

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Tanto tiempo había pasado, pero parecían ser escasos días. Casi podía verse a él mismo con un año correteando por el verde jardín, ahora descuidado y raído, pero antes muy bien cuidado y que daba esperanzas. Sonrió inconscientemente y se llevó una mano a la mejilla, que comenzó a acariciar como ella solía hacer.

-¡Ichiji! -escuchó. Él "despertó" de golpe y miró a los lados, hasta que vio a Katakuri delante suyo y sonrió como un tonto.

-Dime, amor. -el adulto le miró por unos segundos hasta que cayó en la cuenta y le agarró del brazo fuertemente, tirando de él.

-Bajamos aquí. -murmuró. Ichiji rió y se levantó del asiento. Miró con ternura al otro y le sonrió. Estaba realmente nervioso; iban a casa de Pudding. Bajaron juntos del autobús y comenzaron a caminar por el barrio Whole Cake. Katakuri extendió el brazo y tomó la mano de Ichiji con ternura, envolviéndola con sus grandes dedos, cálidos al tacto, y al no-tacto.

Ichiji le sonrió y le acarició el dorso con el pulgar. Se sentía feliz, querido, amado, al fin. Recuerdos de Judge le asaltaron a la cabeza y él negó rápidamente, buscando quitarse el mal trago. Finalmente sonrió; lo había conseguido, estaba muy orgulloso de sí mismo.

Al fin era feliz.

Y cómo no serlo, con ese monstruo de acompañante. Humano, de su mano, y prometido de sus labios.

Por su parte, Katakuri también estaba muy nervioso. Todavía se preguntaba porqué le había pedido matrimonio. No era que no quisiera, claro. Pero sentía que aún era demasiado pronto, pues habían tenido una enorme discusión que le había separado por meses (junto a esa asquerosa valla verde), mas algo les había vuelto a unir. Igual eran las pecas del menor, el pelo de color realmente extraño -aunque ahora estuviera mucho más corto- del adulto, o lo más probable es que fueran las piedras preciosas que tenían ambos por ojos.

Los de Katakuri llameaban, salvajes e incontrolables como el fuego mismo, que solo podían ser calmados por los mares que tenía el menor en forma de zafiros, donde sentía ahogarse. Tanto sentía por el pelirrojo que al mirarle su respiración se entrecortaba, sus manos temblaban, su corazón latía desbocado y su sonrisa asomaba por encima de la bufanda blanca.

Esa bufanda que ya no les servía como escudo ni mucho menos. Katakuri recordó porqué se la había empezado a poner y se fijó en que esa historia no la conocía Ichiji. Así que levantó el mentón, y como si nada comienza:

-Hace mucho tiempo... -el pelirrojo alzó la mirada sorprendido y escuchó. -Yo era un criajo. Pasaba las tardes con mis amigos reventando bombillas de las farolas, escupiendo en las fuentes o atando palos en las manivelas de las puertas. Te lo creas o no, era muy bueno con mi puntería. Un día nos topamos con un grupillo de tres chicos del barrio vecino, que tal vez me sacaban solo dos años. Eran esmirriados, delgados en demasía y con mirada rápida, como si no estuvieran en su total cordura. Les vimos débiles, por lo que nos reímos de ellos y les robamos algunas cosas. -Katakuri miró al Vinsmoke y rió. -Ahora me arrepiento. -Añadió.

ˆCuando volví a mi casa, mi madre estaba llorando. Busqué a mis hermanos a toda prisa por la cada para preguntarles qué pasaba, mas solo encontré a Perospero. Ni Cracker, ni Pudding, ni mucho menos Brulee. Salí corriendo de casa y como una bestia regresé al lugar en el que les había robado a aquellos muchachos, justo como me esperaba, estaban ahí. Solo que ahora estaban tras tres chicos mayores, fuertes, de mirada atenta, pero vacía. Se apartaron y ahí estaba mi hermana, con un corte enorme cruzando su rostro y una sonrisa petulante que me incitaba a partirles la cara.

Corrí hacia ellos y solté el primer puñetazo, que nunca llegó; dos de los grandes me habían agarrado de ambos brazos, y el tercero del cuello.

De nombre, Katakuri [KataIchi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora