C A P í T U L O 11

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Conducía rápidamente por la autopista, sin detenerse en ningún momento y sobrepasando el límite de velocidad en demasía. Sus ojos, desorbitados e inyectados en sangre, miraban hacia adelante, a pesar de que un gran muro de lágrimas se lo dificultaba.

Varias veces pensó en chocar. Lo pensó como si de verdad lo fuera a hacer. Entonces dos manitas marmóleas apretaban su cintura y le recordaban que aún no podía, que el viento que le golpeaba en la cara era el culpable de todos sus pensamientos.

La moto frenó de repente en una pequeña urbanización, dejando marcas en el asfalto. Katakuri saltó del vehículo, y casi olvidándose de su acompañante, corrió hacia una de las casas. Era alta, de tres pisos, y la fachada era todo ladrillos anaranjados. Muy rústico.

El hombre abrió la puerta de una patada. Entró corriendo y en el salón se encontró algo que, en su fuero interno, sabía que encontraría, pero no podía aceptarlo.

Su hermana, Pudding, apoyada en el suelo, sujetándose la cabeza y gritando como si le fuera la vida en ello. Por su rostro se deslizaban enormes gotas saladas, y en su barbilla, saliva.

Por otra parte sus brazos sangraban. En ellos tenía largas marcas que recordaban a un gato, cuyo causante realmente eran las bonitas uñas rosas de la chica.

Levantó la cabeza y miró a Katakuri con ojos suplicantes.

-Perdóname... Por favor, hermanito, perdóname... -el hombre se acercó a ella y le abrazó, temblando. Ichiji estaba asomado en el marco de la puerta, no quería intervenir.

Katakuri sentía como si una gran parte de su pecho hubiera sido arrancada. Sentía un vacío, al igual que un dolor insoportable. Un arranque de ira le recorrió y se levanto. Echó el brazo hacia atrás y lo estrelló contra la pared, haciendo que grandes partes del yeso de desprendieran.

Ichiji miró su mano. Aún quedaban heriditas pequeñas del puñetazo en el comedor, pero no eran nada comparadas con los ríos de sangre que ahora recorrían su mano.

El hombre volvió a dar un golpe, y otro, y otro, hasta que al final cayó al suelo.

-Katakuri... Yo... Estaba con ella, de la mano... Y... Se soltó... -la chica lloraba desconsoladamente, y los hipidos le impedían hablar correctamente. -Se soltó y... Cruzó la carretera, pero venía un coche y... No pude hacer nada... Para salvarla... -su voz se quebraba. -Lo siento tanto...

-Pudding... -él la abrazó. La cabeza de la chica que llegaba por debajo de lo pectorales, lo que daba una cómica imagen. Los gemidos roncos de Katakuri llegaban hasta Ichiji mezclados con una enorme tristeza, que helaba sus huesos y quebraba sus entrañas.

Toda excitación de momentos atrás había desaparecido, sustituido por lágrimas. Los tres lloraban. Ichiji incluído; era un espectáculo para llorones en el que ni el más fuerte podría resaltar por su totalidad.

Pasaron minutos, tal vez horas. Ya no llevaban la cuenta del tiempo. Solo sabían que sus lágrimas aún no se habían secado, y la sangre de las manos de Katakuri volvía a florecer de vez en cuando. Porque eso hacía, florecer. Salía de un bonito árbol, duro como el metal, pero como cualquier otro, si lo pinchabas sangraba. No era un monstruo, solo tristeza en forma de cuerpo que parecía como tal.

A Ichiji le dolían las piernas de estar de pie, no se atrevía a entrar.

Entonces Katakuri levantó la cabeza como si acabara de acordarse de que él estaba ahí. Cogió a Pudding ya dormida en brazos y la llevó a su cama. Después, bajó. Tenía un semblante serio, demasiado. Tan serio que daba miedo. Se acercó peligrosamente a Ichiji, que retrocedió un paso, asustado.

De nombre, Katakuri [KataIchi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora