parte -final-

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Se siente extraño, desde esa misma mañana que abrió los ojos, desde que salió a trotar y sintió la fría brisa del otoño en su rostro.

Los días se habían amontonado uno tras otro y estaba en la víspera del cumpleaños del hermoso conejito al que ya no frecuentaba tanto. Y debía disculparse por eso.

Por todo, en realidad.

Sujeta un ramo de rosas blancas hechas de papel, una obra de arte que Kibum le había enseñado a hacer, y sujetaba en un ramo las diez mejores de todos sus intentos (tenía cientos con fallas desperdigados por su habitación).

Se recarga en el pequeño y viejo Mustang que ahora conducía Taemin, después de haber devuelto el McLaren. Sooman era un amante de autos deportivos, pero también de lo clásico, así que Taemin ahora manejaba un modelo antiguo, tanto como su viejo Opel. Mierda. Él era un chico brillante y hermoso, lo podía ver ahora que lo ve acercarse a la puerta principal de la universidad, cargando un viejo morral y unos libros en sus brazos, sonriéndole tan bonito.

Parecía que el sol hubiera salido nuevamente. Se sentía tan cálido.

Cuando él se acerca lo primero que hace es besarle en la mejilla y ayudarle con los libros para que pudiera recibir su ramo de rosas.

—Son para ti, no se marchitan, ni les quito comida a tus abejas —sonríe al recordar que él estaba en contra de que se cortaran flores y un montón de cosas más que empieza a adorar en él.

—¿Las hizo Kibum? —pregunta sonriendo en lo que se acerca y olía el exquisito perfume a rosas que desprendía ese ramo pequeño.

—Me enseñó y terminé haciéndolas yo, y me siento horriblemente ridículo, pero mientras sonrías así, hermoso conejito —dijo apreciando el bello paisaje de dientes blancos y mejillas sonrojándose.

Mierda, aún no creía que estuviera así tan mal por esa persona a la que juró arruinar su vida, en un momento de idiotez total.

—Están hermosas —él se pone de puntillas y le deja un beso sonoro en la mejilla, sin miedo al qué dirán, feliz de poder ser y existir sin miedo alguno—, aunque te imagino ridículo haciéndolas, la verdad, pero ellas están hermosas.

Minho se sienta en el asiento del copiloto del viejo Mustang y sonríe cuando Taemin conduce tan lento que jura que se dormirá.

—¡Tú conduces como salvaje! —se defiende inútilmente ante la risotada de Minho que le remedaba.

—Un bebé gateando llegaría más rápido.

Taemin sujeta ese pingüino que Minho llevó un día diciendo que se vería espectacular adornando el auto, y se lo tira en la cara.

—¡Es el señor pingüino!

—¡Jum!

Minho termina de reír con un largo y pesado suspiro, del que Taemin se da cuenta, pero no pregunta.

Cuando llegan a esa pequeña heladería cercana al mirador donde Minho le pidió ser su pretendiente oficial, y se le queda mirando como si no hubiera un mañana, y quizá así era.

—¿Sabes? Me di cuenta de que no he tenido tiempo para mí mismo, que he ido huyendo de mis problema y negando lo mal que estaba como un total idiota —desvía la mirada y sonríe al notar que el otoño estaba ahí, al ver caer un par de hojas cerca a la ventana donde ellos estaban—; he entendido que lo que sentía por Haneul ni siquiera era amor, que estaba obsesionado con ella, porque era mi único escape al divorcio de mis padres y el engaño de novia de ese entonces.

Polvo Pica PicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora