De Regreso

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La frustración de Cristina aún seguiría por un buen tiempo .

María Eugenia y Victoria Guadalupe llegaron a la hacienda platanal junto a sus papá, la gente estaba felíz por ver a su patrona después de tanto desespero, al pasar con el coche la gente saludaba, sonreía.

Cristina así que bajó de coche, sintió algo distinto ,su corazón aceleró, un nudo subió a la garganta, algo que la hizo paralizar delante a la puerta de entrada.

- ¿Pasa algo? ¿Te sientes bien? – pregunto Federico.

- No es nada – mintió . Mejor no hablar de lo que ni ella misma lo sabía.

No tardó mucho y llego Jacinta, junto a consuelo para recibir a las bebés y su mamá. Mucho festejo y muchas risas, pero Cristina no se sentía completamente felíz.  Ese algo que la hizo paralizar, no era algo necesariamente, sino un sentimiento, era añoranza tardía.
- ¿ Donde está mi hija? 
Consuelo miró con admiración pero así mismo se hizo la despistada.

- Una está con Federico y la otra con Jacinta, no sabría decírtelo cual es cual, pero tendré que aprender – mirando a su yerno que también estaba curioso.

- No te hagas mamá, estoy hablando de María del Carmen.

- Vamos entrar y pronto sabrás de María del Carmen, no esta en la hacienda, se fue con Carlos para arreglar todos los detalles de su partida.

- ¿María del Carmen se va?

Cristina se puso desesperada.  No es que recordara mucho, pero un sentimiento de madre que perdía a su cría, le invadía muy fuerte. Tendría que esperar por su hija.


La tarde pasó, las bebés estaban en sus cunitas, todo el momento había una persona distinta que aparecía para mirarlas y apapacharlas.

Cristina por fin logró un momento solamente para ella y sus nenas,  que hacían unos ruiditos tiernos.

- Ustedes están muy hablantes mis amores, ¿de que están platicando? – las bebés estaban agitadas, estaban felices. Ahora mamá se dará una ducha y pronto vendrá por ustedes.

Las bebés seguían con sus ruidos hasta el momento que llegó su papá.  Federico tenía el poder de hipnotizarlas y hacer que se durmieran como dos angelitos .

Cristina extrañó el silencio al salir del baño.
- Pienso que no me tardé mucho, las niñas estaban encantadoramente ruidosas – sonrió mirándolas – pero me alegro que estén dormidas, así podremos cenar con calma, necesito un poco de sosiego.

Federico estaba maravillado con la escena que tenía delante, Cristina en bata con el pelo mojado,  un suave olor a lavanda.

- Eres bella y lo sabes.

Cristina miró a los ojos de su marido y vio que quemaban de deseo, un calor se apoderó de su cuerpo, parecía algo incontrolable. Federico la desnudaba con la mirada, todavía él no dijo una sola palabra más.

- No…  no te atrevas, además sabes que hay un resguardo que respetar.

- No he dicho nada.

- Pero sus ojos me dicen todo, señor.

- Mi mirada dice lo que es verdadero, dice que eres una bella mujer, deseable y que quiero acostarme contigo. Pero la tuya dice más – se acercó a ella sin quitarle la mirada, bajándole la bata hasta la altura del hombro – tu mirada dice que lo deseas más que yo – terminó mordiendo suavemente el área exposta – hueles maravilloso señora Rivero.
Te espero abajo para cenar.

Federico se retiró de la habitación.

Una corriente eléctrica corrió por todo el cuerpo de Cristina

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