49. Me muero por ti

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Querido Alec, una vez te dije que tú no eras alguien común. Me rompió el corazón saber que tú lo creías...
(Cassandra Clare)





Alec permaneció con los ojos cerrados, aunque la sonrisa curvando sus labios lo delató.

—Buenos días —Magnus murmuró contra la piel suave de su cuello. Sus manos todavía vagando sobre el abultado vientre de Alec.

Alec deslizó una de las suyas sobre la de Magnus. Amaba esto.

Amaba las manos de Magnus sobre él, seguras, confiadas, como con todo el derecho sobre él. Porque Alec se lo daba, quería dárselo. Después de lo difícil de su vida y el comienzo de su relación, él sólo quería asegurarse que ambos estaban juntos; en las buenas y en las malas, pero juntos.

Y era un sueño, parecía un sueño el hecho de que nadie hubiera solicitado todavía al Peque. Sólo unos meses más y sería suyo, su hijo, el comienzo de su pequeña familia.

—Buenos días —Alec se ruborizó –tan raro– cuando su voz sonó más adormilada de lo que creía.

Magnus se rió y se separó de él. Alec hizo un puchero, sus ojos abriéndose, buscándolo tanto como sus manos.

Pero Magnus sólo se había sentado a su lado, sus manos se arrastraron sobre su vientre, dejando espacio para sus labios que rozaron la suave piel de Alec, no necesariamente en un beso: —Hola, Peque.

Los ojos de Alec se aguaron un poco. Dios, era tan patético. Y entonces el Peque se movió dentro de él y simplemente lo perdio. Algunas lágrimas y un sollozo se le escaparon. Él no quería llorar por todo, aun cuando fuera de felicidad, pero no podía evitarlo.

Magnus se arrastró sobre él de nuevo. Sus labios dejando suaves besos sobre sus mejillas, limpiando las lágrimas. Una de sus manos todavía sobre su vientre, sus dedos abriéndose y cerrándose. —No llores, Alexander. Es nuestro día, ¿recuerdas?

Alec asintió, todavía no del todo bien. Hizo un amago de levantarse y limpiar su rostro y sus ojos, pero Magnus lo detuvo. —Es normal, lo sabes, ¿verdad? Que estés sensible. El embarazo, las hormonas...

Alec asintió. Las semanas pasaban. Su vientre cada vez más abultado, estaba seguro que la trabajadora social ya lo sabía. El sueño, las náuseas, antojos... Y Magnus seguía aquí, a pesar de que seguramente se veía peor que nunca, e intentaba tomarse un día o dos libres para ellos.

—Ya estás haciendo pucheros —Magnus negó, con una sonrisa antes de besar suavemente esos labios fruncidos.

No, su historia no era perfecta y quizá nunca lo sería, era difícil cada día, pero Magnus seguía aquí y sólo por eso valía la pena. Sólo por eso había valido cada lágrima.

—Espero que nuestro Peque no se parezca a ti en eso... —Magnus se congeló un momento. A veces les sucedía: hablar del Peque como si realmente fuera de ellos, biológicamente su hijo. Pero después simplemente sonrió, delineando los labios de Alec—. En tu inseguridad, quiero decir. Eres hermoso, corazón. Estos pucheros —volvió a besarlo— estaría feliz de verlos en nuestro bebé. Puede aprender de su papá.

Alec sonrió. No pudo evitarlo. Era tan feliz de tener esta posibilidad. Sabía que quizá no era el mejor momento para tener un hijo, con sus problemas económicos y emocionales, pero quizá por lo mismo él lo ansiaba tanto, quería ser mejor persona por el Peque, quería ser más fuerte, salir adelante y darle una vida mejor que la suya.

Y con Magnus, que por algún milagro los quería también, sabía que era posible.

—Vamos —Magnus lo ayudó a salir de la cama, habían dormido juntos de nuevo—. Tenemos planes.

El silencio del amor (Malec Mpreg)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora