32. Podemos arder, pero no apagarnos

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Las manos de Alec todavía pasaban suavemente sobre su vientre cuando una voz lo sacó de sus pensamientos, cortando aquel recuerdo con Magnus:

—Hola, cariño, ¿quieres algo?

La sonrisa de Alec se tambaleó hasta desaparecer cuando miró a la rubia de pie sobre él. Su cuerpo se tensó al instante y, por alguna razón, sus brazos terminaron cubriendo su vientre, como si necesitara protegerlo de ella.

Ella sonrió, como si disfrutara la reacción de Alec, antes de hablar de nuevo con tanta dulzura que parecía falsa: —¿Necesitas algo?

Alec estaba esperando la hora de su cita médica y también –tal vez más incluso, si era honesto– ver a Magnus, y probablemente habría pedido algo si no hubiera sido Camille quien lo ofrecía.

Camille provocaba escalofríos en Alec y no era sólo porque ella obviamente quería ser más que una amiga para Magnus. Claro, Alec sentía esa punzada de celos porque ella era delgada, bonita y aparentemente nunca le había mentido a Magnus, la chica perfecta para él, pero Magnus nunca le había dado razones para desconfiar, ni antes ni después de su distanciamiento y "reconciliación". Magnus siempre le daba su lugar, Magnus lo respetaba y obviamente lo quería. Pero ella seguía provocando desconfianza en Alec.

—N-no, g-gracias –Alec odió cómo su voz tembló mientras se recargaba en su silla, tratando de alejarse lo más posible de ella.

—¿Seguro? –Camille miró directa y descaradamente su vientre abultado–, uno pensaría que necesitas comer mejor...

Alec abrió la boca para responder, pero Camille siguió:

—¿O es que tal vez no lo quieres? –una de sus rubias cejas se alzó y Alec sintió su sangre arder, ¿cómo se atrevía ella?–. Nunca llegaste a responderme aquella vez si tenías pareja y buscabas hijos o eras de esos que lo hacen por dinero, pero...

Alec se puso de pie, no dispuesto a aguantar esto. No aquí y no de ella. Pero Camille lo detuvo, su mano apretando uno de sus brazos y Alec no quiso tirar o empujar por temor a caerse o golpearse, siguió acunando su vientre, deseando que ella bajara la voz porque podía sentir las miradas sobre ellos.

—Pero es obvio que no tienes pareja o no estarías con Magnus –Camille se recargó contra la mesa, casi sentándose, acercándose más a Alec, sin soltarlo–, que, honestamente, no sé qué ve en ti. Te veo reír con ese otro chico embarazado o con Tessa o Catarina, pero con Magnus muchas veces estás en silencio y además embarazado –ella hizo una mueca–. No me malentiendas, no es el embarazo lo que me molesta, es el hecho de que claramente lo estás usando... ¿Qué es? ¿Terminaste con el padre, te dejó y ahora quieres un sustituto? Y qué mejor que un reconocido médico, rico, guapo...

Alec sintió algo desagradable en su estómago, en su pecho, y sus ojos arder por las lágrimas. Ella, por supuesto, no sabía del contrato de Alec porque era confidencial, en la Clínica no podían hacer públicos los alquileres de vientres. Pero lo que ella decía era... ¡Alec nunca haría eso!

Respiró profundamente cuando sintió al Peque moverse y trató de recordarse que no le hacía bien molestarse y menos por alguien que no valía la pena.

—Y qué buena suerte para él que al doctor Bane no le importe que lo use, ¿cierto? –Alec tuvo que sonreír cuando lo escuchó.

Era Ernesto, luciendo radiante con su vientre casi tan abultado como el de Alec y una sonrisa descarada mientras se acercaba y retiraba la mano de Camille.

Alec sabía que él no creía que estuviera usando a Magnus, sólo quería defenderlo y, si se podía, molestarla a ella. "Te odia porque tienes lo que ella no –le había dicho a Alec una vez–: la atención y el cariño de Magnus".

El silencio del amor (Malec Mpreg)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora