Capítulo 2. "TÚ DECIDISTE DEJARME"

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"Tú decidiste dejarme. Tú disparaste primero, Ni se te ocurra acercarte; no te perdono ni quiero nada más de ti, y aunque tu recuerdo arde, no voy a caer; otra vez llegaste tarde"



La maestría en Derecho constitucional comparado hizo su arribo junto con mi desgracia.

Día a día, Juanma se convertía en un hombre más ocupado y se transformaba a pasos agigantados en el importante magnate que todo mundo quería tener en sus eventos sociales.

Era el socialité que todos envidiaban, pero no sólo por su gran habilidad en los negocios, ¡no!, sino también por qué a su lado lucía a una fina, glamurosa y bella prometida de adorno que siempre procuraba estar a la altura de la situación.

Para diciembre de ese mismo año, mi estatus laboral había subido aún más. En el despacho ya era abogado sénior, y tenía a mi cargo a varios becarios que se encargaban de gestionar el trabajo poco elegante en los juzgados.

Como cualquier ser hueco y ensimismado, yo vestía a la moda y era la más envidiada de la cuidad. Procuraba que mis atuendos siempre fueran los más exclusivos para despertar la mejor de las envidias y, casi cada fin de semana viajaba junto a Iker y Juanma a las mejores y más exclusivas playas de España, Francia o Inglaterra.

Mi vida opulenta y desahogada me encantaba, pero no sólo por el hecho de verme bonita y ser admirada, no —¡Bueno..., un poco, he de admitirlo!—, sino también porque mi madre era feliz al verme triunfar y vivía en paz en una cuidad próspera.

¡Pero es que cuando más tienes, es cuando la vida más cosas suele quitarte! Y así había de hacerlo la muy hija de puta, que también resulta ser la más sabia de las amigas cuando se la necesita.

A golpes y galletones habría de enseñarme que el dinero no lo era todo; que la buena vida, las fiestas y los eventos sociales de altos vuelos sólo eran un mundo decadente que te hacía perderte en la peor versión de ti misma.

Con bofetones de ida y vuelta, me haría entender que la vida sin amor no podía llamarse vida que; respirar un día más sin la presencia de mi madre no se llamaba vida, y que faltar a mis principios de lealtad, fidelidad y amor propio, era de todo, menos una vida.

Recuerdo bien aquel congreso vitivinícola en Logroño. Como siempre, Juan Manuel había insistido en que le acompañara y, aunque a mí me hacía más ilusión aventarme de un puente en llamas, no había podido negarme, porque para ese entonces yo era la maldita novia florero del heredero Guirado Saavedra.

¿Saben cómo se siente ser observada por todo el mundo?

¡Pues fatal!

Se siente como el verdadero infierno darte cuenta que todo mundo está pendiente de lo que haces o dejas de hacer.

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