Todo sucede en un momento.
Todo transcurre en un instante.
Cuando conoces al amor de tu vida, ni siquiera el propio tiempo puede hacer que de ti se aparte...
Hoy, sentada frente a la sala de espera del aeropuerto internacional de Incheon, en Seúl, e...
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"...Llévate los mil pedazos de mi corazón; ya no me sirven. No sé a dónde ir mi alma está en reparación... sin combustible. Vivo al ras del suelo porque el cielo se volvió insostenible. Hasta el aire es imposible..."
Seúl, Corea, año 2014.
Mientras mi cara representa una fotográfica y gélida sonrisa de portada de revista, mi corazón turgente de dolor me hace pensar que es un gran error estar en Corea. Aquí estoy sola, sin mi madre, sin un empleo bien remunerado, sin la comodidad de nuestro piso en España, sin un futuro cierto y sin el amor del único hombre al que he amado en mis hasta ahora veinticuatro años.
Cavilo mientras doy pasos dubitativos y escucho los llamados por los altavoces anunciando las llegadas y partidas de los vuelos del aeropuerto. Camino sin la plena conciencia de que esto es un nuevo comienzo. Recorro el área de espera en modo automático, pues todas mis fuerzas se han quedado no sólo en otra ciudad, sino en otro continente, a miles de kilómetros de distancia, haciéndome sentir la más vulnerable del mundo.
Sólo alguien me acompaña en esta novedosa y loca aventura; únicamente mi cómplice de siempre me achucha entre sus brazos y trata de inyectarme una pequeña dosis de endorfinas para hacerme sonreír un poco:
—¡Ostras, Vannia! —Exclama asombrado mi amigo Iker— ¿De verdad me juras que este lugar es un aeropuerto?
Silba y mira a todo alrededor del aeropuerto internacional de Incheon, achinando los ojos:
—Porque parece más un centro comercial.
—Pues sí, es un aeropuerto —respondo, divertida, mientras tomo mi maleta y reviso el móvil—, pero si quieres ahora mismo le preguntamos al señor de aquel módulo de información...
—Claro que no, tonta —contesta con autosuficiencia, y luego se monta en su papel de sabelotodo—, sólo estaba de coña. Anda, tira pa'l sitio de taxis que tenemos que llegar a la residencia.
—Entendido, guaperas —acentúo haciendo un saludo al estilo militar—, a por el taxi, que todavía tenemos que instalarnos e irnos de marcha.
—Me mola el planazo, mexicana —dice abrazándome con dulzura... como llevaba tiempo sin hacerlo—, ya extrañaba yo ese buen rollito tuyo —completa dándome un beso sobre la mejilla.
Sin demorar ni un sólo momento más, salimos del aeropuerto para instalarnos en la residencia de alumnos de la universidad nacional de Seúl, sitio que será nuestro "hogar" durante un largo año, y que por lo menos esperamos, no sea tan cutre como la residencia en España.
Dos horas y veinte minutos más tarde, nos encontramos frente a la imponente y prestigiosa universidad nacional de Seúl, con un par de gigantes maletas y con todas las ganas de aprender algo productivo en los estudios de maestría que nos ofrece esa casa estudios.