Capítulo 19. "¿Y...?"

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"... ¿Y qué hiciste del amor que me juraste? ¿Y qué has hecho de los besos que te di?, ¿y qué excusa puedes darme si faltaste y mataste la esperanza que hubo en mí? ¿Y qué ingrato es el destino que me hiere, y que absurda es la razón de mi pasión? ¡Y qué necio es este amor que no se muere, y prefiere perdonarte tu traición!..."    


Arrastrando los pies, entro por segunda vez al ascensor, pero en esta ocasión pulso el botón de emergencias y hago que se detenga en el piso que me encuentro. Cuando las luces se apagan dentro del elevador, observo con rabia mi reflejo y sin poder contenerme más, lloro.

Vannia era todo lo que yo quería. Era la mujer por la que luché contra el mundo entero, y ahora está desnuda dentro de nuestra suite nupcial con alguien que no soy yo.

Alguien que no soy yo le ha hecho el amor y ha logrado que se duerma entre sus brazos; alguien en quién confié me ha arrebatado a mi mujer frente a mis propias narices, y justo el día de mi boda.

Tomo el pequeño pasamanos del ascensor con mucha fuerza, tanta que hasta incluso logro hacerme daño, lanzo una mirada más al imbécil que retrata mi reflejo y cegado por la apabullante impresión de encontrar a mi mujer con otro, golpeo el cristal en muchas ocasiones. Una, dos, seis, diez, quince veces, hasta que el vidrio se rompe y me deshace los nudillos de la mano derecha.

El dolor es constante, latente, pero nada duele tanto como el hecho de haber perdido la razón por una mujer que resultó ser falsa, mentirosa y manipuladora. Vannia ha jugado conmigo y yo he caído en su trampa. ¡Dios cuanto lamento haberme cruzado en su camino!

Permanezco muchos minutos dentro del elevador, en realidad ni siquiera soy consciente de cuántos. Me pego a una de las paredes del ascensor y mientras resbalo para caer rendido sobre el piso, me deshago de la pajarita que ella misma me ha comprado; instantes después me desabotono la camisa y me deshago de la chaqueta del smoking, observo mi mano cubierta de sangre y río como un tonto cuando noto que mis nudillos están hechos girones.

Cierro los ojos por unos minutos más, en los que no puedo dejar de llorar. Recuerdo miles de veces la maldita imagen de Woo Bin y Vannia desnudos y me enfado hasta límites que desconocía, cuando admito que ambos se han burlado de mí. Las luces del ascensor se encienden segundos después y junto con ellas, éste se activa para dar marcha abajo.

No me apetece ver a nadie. No quiero explicarle a ciento cincuenta invitados que mi mujer acaba de serme infiel en nuestra noche de bodas; no quiero que Juan Manuel o Hye Sun me miren con compasión o se atrevan a decir: ¡te lo advertí! Sólo quiero escapar, o morir, lo que suceda primero.

Fortalecido por la rabia, poco a poco me incorporo del piso y, cuando no puedo postergarlo más, salgo de aquel lugar para ir a buscar mi auto. La voz de Iker me atraviesa por completo, gritando desde una enorme distancia; pero yo no me detengo en absoluto. Necesito estar solo.

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