Sara
- Sos muy buena.- Sonrió Ignacio después de una especie de partido de fútbol uno contra uno en el parque frente a mi orfanato. Le devolví el gesto cogiendo el balón y sujetándolo bajo mi brazo mientras empezábamos a caminar.
- Cuando era pequeña y no tenía amigos ni dentro ni fuera.- Señalé el edificio para no mencionarlo y él asintió con la cabeza.- Solo tenía un balón y, bueno, venía cada día a jugar yo sola.
- De verdad que tenés talento.- Repitió y en un movimiento rápido le arrebaté el cigarro que sujetaba en una mano para darle yo una calada.- ¡Oye!- Rió y me encogí de hombros.
- Demasiado lento, Ecko.- Sonreí dándole una nueva calada.
Caminamos en silencio hasta la calle de la puerta principal del orfanato y apagué el cigarrillo en la esquina para que nadie me viera con él.
- Nos vemos.- Sonrió cuando frenamos para despedirnos, y dejé un beso en su mejilla antes de caminar con el balón hasta la puerta.
Le hice un gesto de despedida con la mano antes de abrirla y entré limpiando mis zapatos en el felpudo.
- ¿Qué te tengo dicho de los chicos, Sara?- Me retó Pedro, mi tutor legal, nada más verme.- No te digo que no salgas con ellos, pero he visto perfectamente por la ventana como besabas su mejilla y como lo vi yo, lo pudo haber visto una de las hermanas.- Informó refiriéndose a las monjas del hogar de acogida.- Tené cuidado, sabes lo que pasó la última vez.
Rodé los ojos y dejé un beso en su cachete. Pedro tenía unos treinta y cinco años y acababa de empezar en el centro cuando yo llegué, con tres años. Como ambos eramos nuevos, siempre estuvimos muy unidos y ahora es algo así como una mezcla entre mi padre y mi hermano mayor.
- Descuida, no volverá a pasar.- Me disculpé, y en seguida cambió su semblante por una sonrisa.
Subimos juntos las escaleras hasta mi habitación y me ayudó a hacer los deberes de matemáticas. Siempre me ayudaba con las cosas de la escuela porque yo era muy vaga, y por eso siempre me sentía fatal cuando suspendía alguna asignatura, sentía que le decepcionaba.
- Acostate antes de las once.- Me pidió antes de salir de la habitación a las diez. Rodé los ojos haciéndole reír y le cerré la puerta despidiéndome con la mano.
Me tiré en la cama agotada y aburrida, cogiendo mi celular y valoré la posibilidad de escribir a Ignacio para pasar el rato, pero ya le había aburrido bastante por hoy.
"¿Qué onda, Rayito?"
Tecleé en su lugar.
ah, que mierda de capitulo.