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El sol se estaba ocultando y yo estaba solo en medio de un parque, mi padre me echo de la casa sin ninguna consideración. Como un si fuera un perro, sin equipaje, sin dinero... El pánico empezó a apoderarse de mí. ¿Qué hare? Lo primero que se me ocurrió fue llamar a Tobías, pero me detuve en el momento en que iba a presionar <<llamar>>. ¿Qué haría Tobías si ve el moretón en mi mejilla? Seguro explotaría de la ira, y al Tobías furioso no lo conocía. Tenía que ver a alguien menos pasional, que se tomara las cosas con frialdad, y ese era Daniel.

Tuve que enjugarme las lágrimas antes de llamar a la puerta. Me recibió su madre con una afable sonrisa que me recordó a mi madre, ¿qué hubiera pasado si siguiera con viva? Estaba seguro que mi madre no tendría ningún prejuicio en aceptarme, quizá hubiera persuadido a mi padre para que me aceptara... pero ella ya no estaba.

Entre a la inmaculada habitación de Daniel. El pelirrojo se hallaba sentado cerca de su escritorio, tecleando en su computadora. Se volvió y me miro con un aire de sorpresa.

–No te esperaba aquí, Hanzel –debió advertir mi expresión de tristeza, o mis ojos llorosos, ya que se puso en pie y me acerco una silla –. ¿Qué paso?

Tome asiento, con la mirada clavado en el suelo. Me sentía muy cansado.

–Mi padre se entero de que soy novio de Tobías.

Hubo un momento de silencio. Daniel parecía digerir la noticia, asintiendo lentamente. Abrió los ojos como platos y dijo súbitamente:

–¡Espera, ¿qué?! ¿Eres novio de Tobías?

–Bueno... no novio, pero la cuestión es que supo que me bese con Tobías.

Daniel se sentó en la misma silla de hace un rato, de modo que quedamos viéndonos de frente.

–¿Qué paso después? –preguntó.

–No mucho, se puso a gritar como loco. Quería que me alejara de Tobías, naturalmente. También quería que rompiera mi amistad contigo y con Hanna; que me cambiara de escuela. Pero me negué y me boto de la casa –hice una pausa al notar que mi voz se quebraba. Estruje la tela de mi pantalón para darme fuerza, y agregue con una sonrisa agria –: dijo que yo estaba muerto para él.

Se produjo un momento de silencio. Daniel estaba mirándome muy serio. Al cabo de unos minutos dijo:

–¡Caray, yo...! No sé qué decirte. Debió ser muy fuerte

Me imagine una respuesta como esa. No vine a la casa de Daniel por consuelo, sabía que él no era bueno en eso. No porque era una mala persona, solo que no era un chico de muchos sentimientos, o capaz de entenderlo a profundidad.

–¿Puedo quedarme esta noche?

–¡Por supuesto –respondió.

–Ahora no sé qué hare –me lleve las manos a mi cara –. No sé si tengo que dejar la escuela para tener un empleo de tiempo completo y poder pagar el alquiler.

–¡Tonterías! –exclamó Daniel mientras se ponía en pie –. Eres menor de edad, Hanzel. Tu padre podrá decir lo que quiera, pero es su obligación dotarte de techo y alimentos.

Meneé la cabeza. Daniel no entendía. No era tan sencillo.

–No –dije –. Si regreso a casa de mi padre, aunque la ley lo obligue a mantenerme, él se guarda el derecho de meterme a cualquier escuela que quiera. ¿Y si me manda lejos? ¿O si nos mudamos lejos de aquí? Prefiero vivir solo, buscar la forma de continuar estudiando y trabajar para pagar el alquiler, y luego de dos años, cuando salga de la escuela, hacer lo posible por optar a una beca Universitaria.

Mi AcosadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora