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Reinaba el silencio en la cocina, interrumpido por el tintineo del metal de las ollas al preparar el desayuno. Mi padre se hallaba detrás de mí, sentado a la mesa y bebiendo su tónico negro para combatir la resaca. Coloqué el pan tostado, los huevos y el beicon en la mesa. Me senté sin mirarlo, nos habíamos ignorado en toda la mañana, y contaba los segundos para salir de la casa.

Sacudí levemente la cabeza. Mi padre le había confiado a Colbyn lo que íntimamente le revele. Su amigo lo abandonó luego de que le dieron de baja en el ejército, y ahora que estaba de regreso no aportaba nada positivo. Ni siquiera alentaba a mi padre a dejar el alcoholismo, una batalla que di por perdida hacia años. Pero Colbyn estaba presente en todo momento en esta casa, como si se tratara de una energía espectral.

–Es increíble que le hayas contado todo a Colbyn –dije finalmente.

Mi padre dejó de engullirse el pan con el beicon y frunció levemente el ceño.

–¿Por qué? –preguntó apurando el zumo de naranja–. Es un amigo de la familia.

–Tu amigo –corregí.

Mi padre sacudió la cabeza.

–¡Ay, Hanzel! Qué malagradecido eres, sino fuera por Colbyn, yo no te hubiera perdonado.

–¿Perdonarme? ¿Hice algo malo?

Mi padre dio un porrazo con el puño en la superficie de la mesa, los platos y cubiertos temblaron.

–¡Ya basta! –bramó–. Acordamos en qué abordaríamos este delicado tema a su debido tiempo.

Guarde silencio. Mi padre se engañaba a sí mismo, y él lo sabía. Yo no iba a cambiar, y mucho menos dejar de ver a mis amigos o a Tobías. Sonreí con tristeza mientras observaba cómo masticando y desviaba la mirada, tan frio... tan ausente ¿cómo llegamos a esto? ¿Cómo perdimos el contacto padre e hijo? Amaba a mi padre, pero no podía hacer nada más, él mismo debe aceptarme o vivir ignorándome toda su vida. Me dolía, pero a él le dolerá más, aún no comprende que yo soy lo único que le queda en su vida, y que podría marcharme tarde o temprano.

Al llegar al colegio, advertí a mis dos amigos esperándome en casillero. Suspire.

–Si están aquí para criticarme de que sigo viendo a Tobías, mejor ahórrense el sermón –sentencié mientras abría la puertilla del casillero.

–No estamos para criticarte –dijo Hanna, frunciendo levemente el ceño–. Queremos apoyarte por lo de tu padre y tú, ¿Cómo estás?

Me volví hacia ellos y los miré con un deje de vergüenza.

–Disculpen –dije–, no debí decirles eso, sé que se preocupan por mí, es solo... que no lo he tenido fácil. Mi padre me ignora.

–Naturalmente –intervino Daniel–, tu padre está en un proceso de negación, aún le falta mucho recorrido para la aceptación.

Cerré la puerta del casillero tras colocar algunos libros complementarios de la primera clase en mi mochila y nos encaminamos hacia el aula.

–Pues espero que su <<aceptación>> le llegue pronto –dije.

–Le llegara –aseguró Daniel–, ya lo verás.

–¿Cómo se ha comportado Tobías? –preguntó Hanna.

La miré con recelo, intentando descubrir si había sarcasmo en su pregunta. Estaba consciente de que ellos no estaban de acuerdo en qué siguiera viendo a Tobías.

–Se ha comportado muy bien –dije cortante.

–¿Y supongo qué seguirás viéndolo? –inquirió Hanna.

Mi AcosadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora