uno.

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Se despierta, mira el pequeño despertador, al lado de ella, que marca las siete y cuarenta. Tiene que estar en el colegio en veinte minutos. Camina hacia la puerta de su habitación a paso apresurado.

Emite un sonido de dolor. Acaba de pisar algo, siente como se clava en su pie. El escozor es fuerte y arde. Mira hacia abajo. Vidrios rotos se esparcen por el suelo. No entiende cómo llegaron ahí. Observa la mesita de noche, las cosas están revueltas, lo único en pie y correctamente colocado es el despertador. Aún así, luce como si fuera inútil, obsoleto y ya no funcionará.

La lámpara.

Una parte de ella está en el otro extremo de la habitación, mientras lo que parece la bombilla, se encuentra rota y sus pedazos, esparcidos a lado de la cama. Camina entre los vidrios, intentando no pisarlos y cortarse nuevamente y abre la puerta.

El miedo se inyecta en su torrente sanguíneo, enviando escalofríos a su cuerpo que tiembla minímamente al  rememorar la noche anterior. Después de que sintió como la asfixiaban, no recuerda nada más, todo era tan claro, lúcido y de repente, todo desapareció, como si no hubiera ocurrido nada. Pero, el dolor en su cuello debido al intento de ahorcarla sigue ahí, recordándole, que al menos algo de eso, fue verdadero. No está feliz por saber eso, pero, al menos, sabe que ocurrió y no fue un producto de su imaginación. Eso significaría que está loca ¿no?

Baja las escaleras, fotos familiares colgadas en la trayectoria. Sus dos hermanas y ella. Su padre y su madre en su día de boda. Toda la familia reunida alrededor de un hermoso recién nacido. El recuerdo golpea en su estómago.

—¿Mamá? —pregunta, esperando la respuesta.

Gala recorre la sala de estar. Tiene una gran chimenea rodeada de dos sillones de madera con terciopelo rojo, una gran alfombra chocolate debajo de ellos, las paredes pintadas de un dorado oscuro y brillante, la escalera a la derecha, junto a la entrada hacia la cocina, luce como una tradicional casa antigua.

—Aquí en la cocina, Gala —responde la conocida voz de su madre. Se dirige hacia allá, deteniéndose antes de entrar.

Una batalla de opiniones se libra en su mente, ¿le digo lo qué sucedió anoche o no? ¿y si solo lo imaginé?. Probablemente, solo estaba sonámbula, soñó una cosa, se mezclo con otra, y al final, se convirtió en un gran desastre.

—Hola —pronuncia. Agarra una tostada y le unta mantequilla.

—Apresuráte, Gala. Llegarás tarde al colegio —dice su madre.

Su progenitora es de tez blanca, cabellos castaños y ojos marrones y estatura pequeña -uno cincuenta aproximadamente- ; unas características que sus hermanas heredaron.

Mientras ella es parecida más a su padre. Cabello negro azabache liso, ojos grises de una tonalidad  como el humo

Lo sucedido anoche ronda por su mente, pero se fuerza a apartarlo. Le encontró una buena explicación, ya no tiene por qué pensar en ello.

Sube las escaleras hasta su cuarto y examina la herida, el corte es doloroso, pero no tan profundo, saca el pedazo de vidrio y desinfecta con alcohol. Toma una ducha rápida y se cambia a unos pantalones holgados negros, una camisa gris y unas Vans negras.

Baja las escaleras rápidamente, olvidando lo sucedido, preparándose para el día que tiene por delate. El aire se vuelve espeso y siente una fuerza empujando detrás de ella, de un momento a otro, rueda diez escalones, antes de caer en el piso con un sonoro ruido.

—¿Estás bien, cariño? —pregunta, alarmada mientras le toma el rostro, para ver si hay alguna herida.

—Eso creo —responde. Esa presión detrás de su espalda, como si quisieran tirarla, la estremece. Tal vez fue solo su imaginación y no debió correr escaleras abajo, como tantas veces su mamá le ha advertido.

—¿Necesitas algo? —dice su madre, esta vez más relajada, pero aún, con una cara de preocupación.

—Sí, venía corriendo, tropecé y caí, pero no fue nada grave, enserio. Ya estaba llegando abajo —contesta, tratando de tranquilizarla.

Y aunque eso no es cierto, no hay motivos para alterarla más de lo que ya está. Te caíste, solo eso. Nada más, se repite a sí misma una y otra vez.

—Adiós —se despide de su madre y cierra las puerta a su espalda.

Camina hacia la parada de bus, maldiciendo por no tener su propio coche y por levantarse tarde, pero es que no durmió nada y tampoco recuerda mucho de la noche, lo que la frustra más y la vuelve distraída. Se baja en la estación más cercana y comienza a caminar, rápidamente. Dobla la esquina y alcanza a ver el colegio, Westminster High School, comienza a correr, maldiciendo por lo bajo el hecho de que se haya quedado dormida.

Se dirige al habitual pasillo, llega al casillero azul y marca la contraseña. En la parte interior de la puerta gris, un espejo sin marco, su horario de clases, algunos libros y cuadernos de apunte y calcomanías de diferentes bandas y cantantes. Mira su horario, historia 107. Coloca el libro correspondiente a la materia, junto con la libreta de apuntes. Cierra en un estruendoso sonido, mira a ambos lados, no hay nadie.

Mierda.

Se le paso el tiempo, anda velozmente por los pasillos de Westminster, llegando al aula y entra. El profesor Adams no ha llegado, suspira de alivio y se desliza en el penúltimo asiento de fila frente a la ventana, en la que puede mirar hacia el patio del colegio.

Horror NightsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora