Como si fuera obra de magia, un grupo de chicos entra por la puerta, pero mis ojos se centran especialmente en uno de ellos. Va primero, tiene el pelo moreno, la piel del mismo tono, y unos ojos color aceituna que son enormes. Lleva puesta una chaqueta de motorista negra y unas gafas de sol sobre la cabeza. Destaca sobre el resto por sus brazos llenos de tatuajes y el pendiente en su oreja derecha. Su mirada se fija en mí durante unos segundos, pero rápidamente cambia al grupo de chicas de antes.—¡Chicos! —grita la morena, levantándose del asiento. Se acerca a ellos rápidamente, arrojándose a los brazos de este chico en particular.—Faltaban esos, los problemáticos —susurra Violeta, no queriendo ser escuchada por los mencionados—. Gente de la que es mejor mantenerse alejada.—¿Problemáticos...? ¿en qué sentido? —pregunto sin despegar la vista de ellos. Son en total cuatro chicos, todos con un estilo muy similar. Visten con colores oscuros y tienen un gran atractivo. Uno de ellos, que tiene la piel morena, se acerca a una de las chicas y la besa en los labios; deben ser pareja. Otro, que es pelirrojo y bastante musculoso, se sienta con una rubia, ocupando el espacio donde estaba antes la otra chica. Sin embargo, a esta no parece importarle porque rápidamente arrastra al chico de ojos verdes a otro asiento con ella; el chico simplemente se deja llevar con una sonrisa de lado. Por último, queda otro chico; es bastante guapo. Tiene el pelo rubio y los ojos marrones, levanta la mirada como buscando algo o a alguien en particular. Cuando su vista se centra en nosotras, levanta una mano sonriente mientras comienza a acercarse.—Otra vez no —murmura Violeta, cubriéndose con su cuaderno. La miro sin comprender qué es lo que pasa.—Hola, Vio, ¿qué tal las vacaciones? —sonríe el chico, sentándose en la mesa que está delante de nosotras. Miro con curiosidad a mi nueva amiga, que se resigna y asoma la cabeza.—Te he dicho un millón de veces que no me llames Vio —su voz suena hastiada—. Mi nombre es Violeta.—Como digas, Vio —contesta el rubio con una sonrisa de oreja a oreja; tiene una sonrisa preciosa—. ¿Quién es tu nueva amiga? —pregunta, centrando su mirada en mí.—Soy Amaia —me obligo a hablar; esto sí que no me lo esperaba—. ¿Y tú eres...? —pregunto curiosa.—Río —dice, dándome una sonrisa de lo más brillante; tiene una dentadura perfecta.—¿Qué es lo que quieres, Río? —pregunta Violeta, sin ocultar su molestia.—¿No puedo simplemente acercarme para decir hola? —pregunta el rubio, frunciendo las cejas con gesto de confusión—. ¿Tan mala es la imagen que tienes sobre mí?—Río... —advierte la chica, contando mentalmente hasta tres.—Vale, vale —ríe el chico, levantando las manos hacia arriba, intentando tranquilizarla—. Venía para preguntarte si habías pensado en lo que te dije la última vez.—¿Lo de ayudarte con las clases? —pregunta, colocándose bien las gafas.—Bingo —contesta con una sonrisa contagiosa.—Va a ser que no —niega la pelinegra—. Tengo muchas cosas que hacer para estar perdiendo el tiempo con clases particulares.Antes de que Río comience a protestar, lo interrumpo.—A decir verdad, a mí también me vendría bien una ayudita —digo, levantando una mano tímidamente—. El año pasado aprobé todo, pero por los pelos. Me cuesta ponerme a estudiar, y un grupo de estudio me obligaría a hacerlo —digo, ganándome la sonrisa victoriosa del rubio y una mirada molesta por parte de la pelinegra.—Al menos piénsatelo —ruega Río, poniendo cara de niño bueno al que le están negando una piruleta.—Está bien —accede Violeta, mirándonos a los dos derrotada—, pero que conste que solo lo hago por Amaia, solo porque ella necesita mi ayuda.—Con eso me vale —contesta el rubio, poniéndose en pie—. Más tarde hablamos —se despide, volviendo a donde están sus amigos. Estos lo saludan, mientras que el de los ojos verdes le pregunta algo al oído, y el otro ríe con diversión.—Si necesitabas ayuda, solo deberías habérmelo dicho después —me regaña Violeta, haciendo que mi mirada caiga en ella—. Ahora deberemos soportar la presencia de Río.—Lo siento —me disculpo al ver que realmente se ha enfadado—. No sabía que te llevabas tan mal con él.—No es que me caiga mal —se explica la pelinegra, soltando un suspiro—. Es que simplemente no quiero mezclarme con él, con nadie de su entorno, a decir verdad.—¿Por qué? —pregunto, sin comprender del todo la insistente necesidad de mantenerse al margen—. A mi parecer, el chico estaba mostrando claros signos de estar coladito por ti.—¿Río? ¿Colado por mí? —mi amiga suelta una carcajada—. Ese chico nunca se fijaría en alguien como yo. Créeme cuando te digo que no soy de su tipo —ríe, mientras se coloca detrás de la oreja un mechón revoltoso—. Lo único que le preocupa es no ser expulsado del equipo de natación, cosa que harán si sigue manteniendo esas notas tan deprimentes.—Me había dado otra sensación —digo, mirándola con una sonrisa—. Se me da bien leer a las personas, y para mi gusto, Río se veía demasiado insistente. Quizás lo haga para pasar tiempo contigo —pregunto, ganándome una mirada ofuscada de Violeta.—Ya te he dicho que no es así —me contradice, sin ocultar su gesto de desagrado, a lo que no puedo evitar reír.—Está bien —concedo—. De todas formas, lo averiguaremos más adelante —digo pensativa. Si a Río le gusta Violeta, solo es cuestión de tiempo.—¿De dónde eres? —me pregunta Violeta, queriendo cambiar el tema de conversación.—De Valencia, Castellón. ¿Y tú? —pregunto, sabiendo que por su acento debe de ser de aquí.—Vivo por la zona de Atocha —dice, confirmando mis sospechas.—¿Eso se encuentra muy alejado del centro? —conozco la mayoría de las zonas y barrios de Madrid, por lo menos de oídas, aunque no soy capaz de situarlos en el mapa.—Está cerquita, a escasos veinte minutos en transporte público —contesta—. ¿Y estás en un piso o en la residencia?—En la residencia —confirmo, ganándome una mirada curiosa por parte de mi nueva amiga—. Y sí, mi habitación es como una pequeña casa, mi guarida como la llamo yo. Es perfecta, pero al mismo tiempo demasiado cara. Planeo mudarme a un piso compartido el curso que viene.—Un día me la tienes que enseñar. Me muero por curiosidad por saber cómo es por dentro —grita emocionada.—Cuando quieras estás invitada —digo, volviendo a detener mi mirada en los de antes. Es el único grupo que se encuentra haciendo jaleo; los otros ya están sentados o charlando tranquilamente—. ¿Y cómo se llama el chico que está sentado junto a la morena del flequillo? —pregunto, sin poder ocultar por un segundo más mi curiosidad. Como si fuera casualidad, el moreno levanta la vista fijándola escasos segundos en nosotras. Si no fuera imposible, diría que ha escuchado cada una de mis palabras.—No te conviene que te fijes en alguien como él —me aconseja, sacándome de mis pensamientos.—Solo es curiosidad —aclaro rápidamente, sin evitar que los colores se me suban a las mejillas—Como tú, también sé que no soy la típica chica en la que se fijaría alguien como él —aclaro—. Además, tampoco creo que sea el típico chico en el que me fijaría; pertenecemos a mundos diferentes. Odio destacar y a las personas complicadas.—Me alegra escuchar eso —asiente mi amiga en comprensión—. Entiendo tu curiosidad; es evidente que es el que más destaca en el grupo. Y no por su atractivo, que en mi opinión, son todos muy guapos. Sino por su forma de ser, en su manera de caminar, de hablar, de expresarse... Es como si tuviera un aura de superioridad alrededor suyo, lo que le hace diferente a los demás —explica mi amiga, poniendo en palabras todo lo que se me había pasado por la cabeza al verle—. Pero te aconsejo que te mantengas alejada de él; no es trigo limpio. La chica a su lado es Leticia, se encarga de mantener alejadas a cada chica que se intenta acercar a Aitor.—Así que Aitor es su nombre —digo pensativa.—Si no quieres quete haga la vida imposible en la universidad, te aconsejo mantenerte alejada de ellos —esas palabras fueron suficientes para hacerme retroceder de temor. No podría soportar que algo así me volviera a pasar.
—Me alegro de haberte conocido —digo con una sonrisa—. Al menos ya tendré una amiga con quien hablar.
—Lo mismo digo —contesta ella, dándome un rápido abrazo que correspondo con energía. Ahora mismo me siento bastante feliz.
El profesor no tarda en llegar a clase y en presentar su asignatura: fonética inglesa. Parece complicada y al profesor se le ve bastante exigente, pero prefiero no pensar mucho en ello todavía. Durante la clase, el tiempo transcurre tranquilamente, sin mucho que destacar. Me sorprende ver cómo la tal Leticia responde a la mayoría de las preguntas que realiza el profesor, además de tener un muy buen acento y fluidez con el inglés, lo que me provoca una corriente de envidia. No puede ser solo guapa y tener buena personalidad, sino que también es inteligente. Supongo que me había dejado llevar por los estereotipos y me la había imaginado tonta y superficial, lo cual claramente no es y la convierte en una persona mucho más peligrosa.
Tras esa asignatura llega inglés y con esa terminamos el día de hoy. Debo admitir que me he sentido algo decepcionada al ver cómo en ningún momento Aitor, a excepción de cuando ha entrado a clase, se ha fijado en mí. Al parecer sigo siendo invisible por mucho que me esfuerce en no serlo. Tampoco sé por qué me importa que justamente él sea quien no se percate de mi existencia, pero no me molesto en pensarlo mucho. Siempre ha sido así con los chicos; nunca he tenido suerte y los pocos que han mostrado algún interés hacia mí al final han terminado dándome la espalda y dejándose influenciar por lo que decían los demás.
Después de despedirme de Violeta con un beso, me dirijo a la residencia. Muero de ganas por llamar a mi hermano y contarle todo sobre mi primer día. También me recuerdo que debo ir a hacer una compra para rellenar los estantes de mi diminuta cocina; vine con lo necesario de Castellón y ya se me está acabando. Me sorprendo al ver al grupo de chicos de clase, entre ellos Aitor y Río, detenidos enfrente de la residencia. Se encuentran charlando y bromeando al lado de unas motos, que supongo que serán suyas. Me detengo, dudando en si seguir o no. Debo pasar por su lado para entrar a la residencia. Tras unos segundos de indecisión, comienzo a andar al ver que no tienen prisa por irse; de todas formas, no creo que sepan ni quién soy. Justamente estaba pasando por su lado cuando una voz me detiene.
—¿Amaia? —me giro lentamente para encontrarme con la mirada de Río, que se acerca sonriente ante la atenta mirada de sus amigos—. No sabía que estuvieras en la residencia. ¿De dónde eres?
—De Valencia —digo, no queriendo mantener una conversación y menos delante de los otros chicos. Mi mirada se detiene en Aitor, que ni siquiera está mirando en nuestra dirección.
—Qué casualidad, yo soy de ahí también. Aunque vivo en Burriana, un pueblo de Castellón —me dice, a lo que le miro sorprendida. Eso sí que me ha pillado por sorpresa.
—Pues sí que es casualidad —digo—. Yo también vivo en Castellón, pero en Chilches.
—No me digas, tengo varios amigos que viven allí —sonríe con gracia.
—Sí —digo incómoda, sin saber qué más decir. No entiendo muy bien por qué me ha parado.
—Oye, muchas gracias por lo de antes —dice—. Por echarme un cable con Violeta. En realidad necesito su ayuda.
—No ha sido nada, al fin y al cabo a mí también me viene bien —digo, restándole importancia al asunto.
—Bueno, pues te veo por clase —se despide con la mano, alejándose.
—Claro —sonrío mientras vuelvo a caminar hacia las escaleras que me llevarán al edificio. Tras mis pasos, oigo las voces de los amigos de Río preguntándole sobre lo que acaba de pasar. "¿Y esa quién es, Río?", "No me suena haberla visto nunca", "¿No pierdes el tiempo, eh?".
No me detengo y subo hasta mi habitación. Me apoyo contra la puerta una vez dentro. Debo haber parecido una estúpida. A pesar de los nervios, estoy muy feliz. He conocido a Violeta y se parece bastante a mí en cuanto a personalidad. El sonido de mi móvil interrumpe mis pensamientos. Contesto con una sonrisa de oreja a oreja.

ESTÁS LEYENDO
MI SALVAVIDAS
Teen FictionAmaia siempre ha sido una chica tímida, cohibida y desplazada. Debido a su carácter ha tenido innumerables problemas a la hora de hacer amigos. Decepción tras decepción le ha hecho pensar que el problema lo tiene ella, y que su vida nunca cambiará...