Nos dirigimos a mi habitación, la cual deja a mi amiga maravillada. La verdad es que es increíble. Después de ducharnos, empezamos a vestirnos. Mi amiga había traído un vestido de color morado con volantes, el cual combina con unos botines negros y un bolso del mismo color. Está increíble. Yo me termino decantando por un vestido de color blanco, regalo de mi mejor amiga Claudia. Al parecer, aquel vestido hacía resaltar el color de mis ojos. Era de encaje liso y sin mangas. La verdad es que me siento muy cómoda con él. Decido colocarme unos tacones del mismo color, ahora toca pensar en qué hacer con mi pelo.
—Wow... Amaia, estás preciosa —me piropea Violeta tras mirarme detenidamente.
—Tú no te quedas atrás, ese vestido es muy bonito —digo, imaginándome ya en la cabeza un peinado que le sentaría genial. Desde pequeña siempre he tenido esta manía de jugar con los peinados. Es como un hobby para mí. Soy capaz de hacer cualquier peinado que se me ponga delante. Creo que la afición me viene debido a mi madre, que siempre ha trabajado en el ámbito del diseño y la peluquería—. ¿Qué te vas a hacer en el pelo? Si quieres te puedo ayudar, y con el maquillaje también.
—No me gusta mucho maquillarme, y con el pelo... —dice mi amiga pensativa mirándose en el espejo— nunca me suelo hacer nada, lo dejo al natural.
—¿Sabes lo que te haría ver increíble? —digo, captando la mirada curiosa de Violeta—. Alisártelo completamente. —No es que tenga el pelo rizado, pero tiene alguna que otra onda.
—¿Tú crees? —Pregunta no muy convencida con la idea—. Imagínate que me queda horrible.
—Con esa cara nada te puede quedar mal —digo, ganándome la sonrisa de mi amiga—. Confía en mí, vas a estar guapísima.
—Rápido, antes de que me arrepienta —dice, mientras se sienta en una silla, donde tengo colocada la plancha. Tiene gran cantidad de pelo, por lo que me lleva unos quince minutos dejárselo totalmente liso, pero una vez que termino, sé que ha valido la pena. Sonrío y la invito a que se mire en el espejo, quedando maravillada con lo que ve—. Impresionante —dice, tocándolo—. Parezco otra persona.
—Eres la misma, pero con un alisado made by me —digo, contenta de que le guste—. Ahora me voy a rizar el pelo. Río nos va a matar si le hacemos esperar mucho más.
Tras hacerme los rizos y maquillarnos un poco, algo sutil, salimos afuera. Río nos está esperando mientras se fuma un cigarro. Al vernos, lo apaga y nos sonríe.
—Ya estaba empezando a preocuparme de que hubierais cambiado de idea y os hubierais ido a dormir —bromea el rubio mientras nos mira más detenidamente, deteniéndose más de la cuenta en Violeta, que se mueve incómoda ante su mirada—. Estás diferentes —dice, algo conmocionado.
—¿Diferente malo? —pregunto, arropándome más con mi abrigo. Hace un frío terrible.
—Definitivamente bueno —contesta Río, con una sonrisa ladina.
—¿Vamos yendo? —pregunta Violeta, queriendo salir de ese incómodo momento.
—Estáis de suerte. Hoy me he traído el coche —dice, señalando un Mustang verde que se encuentra en la acera contigua a la nuestra—. Normalmente suelo venir con mi moto. A decir verdad, siempre vengo con mi moto, pero hoy tenía que hacer unas cosas con el coche, por lo que me lo he traído.
—Es bastante impresionante —digo, admirando el coche. A mi hermano le encantan, siempre está hablando de ellos, sobre todo de coches antiguos.
—Gracias —sonríe, abriendo las puertas—. Regalo de mis padres.
—¿Y la moto también te la han regalado tus padres? —pregunta mi amiga, sentándose en la parte trasera del coche, por lo que yo me pongo delante con él. La hago una mueca indicándole con la mirada que esa pregunta sobraba.
—La verdad es que no —admite Río, arrancando el coche. Al parecer, no se ha dado cuenta del tono de burla de mi amiga o simplemente lo ha dejado pasar—. Después de estar mucho tiempo ahorrando y metiéndome en trabajos de todo tipo, conseguí comprarla. Siempre quise tener una moto.
—¿Qué clase de trabajos te permiten comprarte una moto como esa? —pregunta una vez más Violeta, dejando ver por su tono que no hay trabajo sencillo que te permita comprarte algo así, al menos no en un periodo corto de tiempo.
—Soy stripper a tiempo completo —dice el rubio sin retirar la mirada de la carretera—. También he conseguido pasta ganando alguna que otra carrera ilegal, vendiendo drogas, robando un banco y, el otro día, una mujer me pagó muy bien por cargarme a su marido infiel —termina, dejando ver al final su tono de burla.
—Por un momento me lo había creído —contesta Violeta, dejándose caer en el asiento con una mano en el pecho.
—Todo es mentira, Vio —relaja el rubio, estallando en carcajadas ante la expresión de la pelinegra—. Pero si quieres, te puedo hacer de stripper. Por ti no me importaría serlo —dice con un tono seductor, haciendo que a mi amiga se le suban los colores, lo que me hace reír al ver su reacción.
—¡No es divertido! —grita Violeta, muerta de la vergüenza—. Deja de bromear y céntrate en la carretera. ¿Falta mucho para llegar?
—Ya casi estamos —contesta Río, sin borrar la sonrisa de su cara.
Después de pasar varias rotondas y girar por diferentes calles, el rubio aparca en un hueco que encuentra. La verdad es que el piso está muy bien localizado, a tan solo diez minutos de la universidad y a las afueras de Alcobendas. Lo que hace que no tengas que meterte en todo el barullo del centro. Río nos guía hacia uno de los portales, el número 9, y subimos por las escaleras hasta el tercer piso ya que no había ascensor. Me pregunto cómo lo harán todos los días los que viven en el sexto piso. Debe ser agotador, y más cuando tienes un día de mierda. Antes de abrir la puerta, nos dice que esperemos, que va a comprobar que todo está bien colocado y que no haya alguien en un momento indecente. Me pregunto a qué habrá querido referirse con eso último. Tras esperar unos dos minutos en los que dudo entre si salir corriendo o no, Río abre la puerta y nos invita a entrar. No puedo evitar mirar todo a mi alrededor, observando cada pequeño detalle de la casa. A la derecha está el salón, con un largo sofá, una mesilla delante de él y una televisión. La cocina se encuentra al lado. No es muy grande, pero para su función no creo que se necesite más. A través de un pasillo a la izquierda puedo observar unas tres puertas, lo que supongo que serán habitaciones y un baño. No se encuentra del todo ordenado. En el suelo hay muchas cosas tiradas y encima de los muebles hay latas de refrescos o cajas de comida, pero no es demasiado desastroso como podía haber imaginado.
—Tíos, salid decentes —grita Río a quien sabe quién—. No quiero que las chicas se asusten por vuestra culpa.
—¿Seguro que no están ya asustadas? —pregunta una voz de alguien saliendo de la cocina con una cerveza en la mano. Tiemblo de pies a cabeza al ver de quién se trata.
—Chicas, este es Aitor —presenta Río con un tono de advertencia hacia su amigo—. Aitor, estas son Violeta y Amaia.
—Ya nos conocíamos —dice Violeta, sin darle importancia a su presencia—. De hecho, suspendí un trabajo de inglés el año pasado por su culpa.
—Toda la culpa no sería mía si suspendiste —contesta el moreno, tirándose en el sofá—. De todas formas, eso suena como algo que yo haría —dice, encogiéndose de hombros con mirada divertida, la cual borra al segundo siguiente—. ¿Ahora me vas a decir por qué has traído a las empollonas de clase a nuestra casa, Río? No sabía que os iban ese tipo de cosas chicas —dice, haciendo notar el doble sentido de sus palabras, a lo que mi amiga no oculta su mueca de asco.
—Hemos venido porque Río nos ha invitado. ¿Algún problema? —pregunto, sorprendiéndome a mí misma por mis palabras. No entiendo el porqué, pero Aitor saca ese lado que solo consigue sacar mi hermano. Seguramente sea porque en ese momento me ha recordado mucho a él. De todas formas, nada más decirlo me arrepiento. ¿Cómo se me ocurre hablarle así?

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MI SALVAVIDAS
Fiksi RemajaAmaia siempre ha sido una chica tímida, cohibida y desplazada. Debido a su carácter ha tenido innumerables problemas a la hora de hacer amigos. Decepción tras decepción le ha hecho pensar que el problema lo tiene ella, y que su vida nunca cambiará...