🔅4🔅

174 23 6
                                    

Se me nubla la visión de quedarme mirando demasiado tiempo al otro lado del plexiglás. Parpadeo, con los ojos doloridos, y aparto la vista, intentando centrarme de nuevo en mis pensamientos. Lo intento con todas mis fuerzas, pero es imposible. La adrenalina ha desaparecido y me siento casi enfermo, agotado y con una espantosa falta de energía. Un dolor sordo me late en la parte trasera de la cabeza y me atormenta como si hubiera una bestia royendo un hueso dentro de mí. Me froto la base del cráneo. No puedo encontrarme a mí mismo en medio del vertiginoso zumbido de mis pensamientos. Toda mi confianza me evita. Sí, tenemos un plan, pero ¿y si no funciona? ¿Y si Hyunjin, Siwon y Jisung intentan rescatarnos y fracasan? ¿Y si me quedo metido aquí, encerrado en una celda para siempre? El pánico me atenaza la garganta. «Siwon». Mi mente susurra su nombre, buscándolo, tratando de alcanzarlo. ¿Podrá sentirme? ¿Oírme? «Siwon, no sé cuánto tiempo podré soportar esto». Pienso las palabras, las formo en mi cabeza como si estuviera hablando con él, como si él estuviera aquí, dentro de mí. Por primera vez, necesito que el vínculo que hay entre nosotros funcione. Él es mi única conexión con el exterior, con la vida que brota lejos de aquí…, con Hyunjin. Un bata blanca pasa de largo y luego retrocede, deteniéndose delante de mi celda de forma tan repentina que me impulsa a echarme atrás. Lleva una tablilla con sujetapapeles en una mano y un sándwich en la otra; por todos los lados del pan sobresale abundante lechuga. El tipo me observa con curiosa fascinación…, como si yo, de pronto, pudiera hacer algo interesante. O a lo mejor ya lo estoy haciendo… Da unos golpecitos con el dedo en el plexiglás, pringando la superficie con un reguero de mostaza. -Hola -me dice con tono arrullador, como si yo fuera una mascota a la que hay que domesticar-. Pero ¡qué chico tan guapo eres…! Yo ladeo la cabeza. Mi pecho se dilata, llenándose de calor. Me sale humo por la nariz mientras lo miro y él se ríe entre dientes. Otro bata blanca se coloca a su lado y le dice:
-Este tiene algo especial. ¿Crees que llegaremos a abrirlo? Sería interesante ver cómo le funcionan los pulmones y las vías respiratorias.
-Imagino que al final lo haremos
-responde el primero. Da un mordisco a su sándwich y sigue hablando con la boca llena-: Después de llevar a cabo todos los exámenes… Nunca habíamos tenido un ejemplar como el. El doctor querrá echar un vistazo a su interior. Yo me levanto. Sus rostros se inclinan mientras avanzo tambaleante hacia ellos. Incapaz de contenerme, doy un puñetazo al cristal. Este se estremece por el impacto, pero no cede, aunque tampoco esperaba que lo hiciera. Los batas blancas sonríen, divertidos por mi estallido de rabia.
-Creo que nos entiende -dice Comesándwiches asintiendo convencido, y deja el sándwich en la parte inferior de la tablilla para poder garabatear una nota sobre mi comportamiento-. El doctor se alegrará; siempre ha creído que estos seres poseen inteligencia. El otro bata blanca suelta un bufido y sacude la cabeza.
-No son más que animales. Criaturas fascinantes, sin duda, pero entienden lo mismo que mi labrador. Y luego se marchan los dos. Yo me paseo arriba y abajo en mi prisión, intentando comunicarme con Siwon desesperadamente, incapaz de librarme del pánico que me produce pensar en la posibilidad de que jamás me rescaten de esta celda. Me paso las manos por el pelo y caigo contra la pared mientras por mis mejillas ruedan lágrimas calientes. Deslizándome hasta el suelo, suelto un gran suspiro y cierro los ojos, combatiendo mis emociones. Nada de lágrimas. No permitiré que me vean sollozando para que puedan anotarlo en sus informes. «Siwon, ayúdame. Ayuda a Miram». Apoyando la cabeza entre las rodillas, me hundo en el oscuro caparazón de mí mismo, sin esperarme la escena que me aguarda ahí. Una imagen confusa llena mi mente. Estoy a plena luz del día, en el exterior. Veo a mi hermano y a Hyunjin. Él está andando de un lado a otro delante de la furgoneta. Abro los ojos al instante y me encuentro todavía en la celda. Aunque borrosa, la imagen me había parecido de lo más real. Bajo la cabeza cerrando los ojos de nuevo, y regreso otra vez a la brumosa visión, en la que siguen Hyunjin y Jisung. Pero ¿dónde está Siwon? Hyunjin avanza hacia mí, con el rostro tenso y el pecho firme bajo la camiseta que llevaba cuando nos separamos. Mi corazón se dilata, abrumado por su imagen.
-¿Lo notas? -pregunta-. ¿Cómo está? ¿Quiere que vayamos? Y entonces lo comprendo. He conseguido llegar hasta Siwon. Más allá de mis fantasías más delirantes, he conectado con él. Tanto que ahora mismo estoy dentro de él: puedo ver y sentir todo lo que Siwon está experimentando. La voz de Sieon brota de mi interior…, mejor dicho, del suyo:
-Sí, lo noto. No está… llevándolo muy bien.
-¿Le están haciendo daño? -inquiere Hyunjin palideciendo. Mira a Siwon sin parpadear, con expresión crispada.
-Creo que no -responde Siwon-. Al menos, ahora no. No percibo ningún dolor. Pero…
-¿Está asustado? -interviene Jisung. Mi visión da saltos mientras Siwon asiente. Jisung se humedece los labios. -Entonces haz algo por el -dice mi hermano-. Consuélalo… La expresión de Hyunjin es desesperada.
-Tenemos que entrar -espeta-. No podemos esperar. Antes de que alguien conteste, Hyunjin suelta un taco y se aleja, saliendo del campo visual de Siwon. Mi hermanao empieza a seguirlo, pero se detiene para mirar a Siwon. La conexión comienza a desvanecerse, aunque me siento reconfortado, aliviado. No puede faltar mucho; van a venir a por nosotros. Exhausto, vuelvo a caer dormido y sueño con Hyunjin. No es la primera vez que ocupa mis sueños, pero es la primera en la que vuela a mi lado como un draki. Sus ojos son los de siempre, excepto por la pupila en forma de línea vertical. Resplandecen encantados mientras nos elevamos y descendemos, atravesando el beso húmedo de la nubes. Su piel es iridiscente, y destella del dorado al marrón y al verde…, exactamente igual que sus ojos avellana. Sus alas se mueven con fluidez en el aire, como grandes y susurrantes velas junto a mí. Al despertarme, he sentido el impulso irracional de echarme a llorar cuando la realidad ha caído como una losa sobre mí. Las lágrimas arden al fondo de mis ojos. Porque Hyunjin volando…, eso no podrá suceder jamás. La dulzura de esos momentos que he encontrado en sueños no se producirá nunca. Él y yo nunca podremos tener eso, estar juntos de esa manera, como dos drakis. Aunque Hyunjin ha demostrado ser otra cosa, algo más que humano, jamás podrá ascender al firmamento conmigo. «¿Y acaso tiene que hacerlo? -susurra una vocecilla en mi cabeza-. Eso nunca te había importado». Me aprieto las rodillas contra el pecho y froto mi suave piel con ambas manos. Tal vez al estar aquí, como prisionero de los hombres, relacionadao únicamente con otros drakis (excepto, desde luego, con el que preferiría matarme), anhelando el cielo, siento más agudamente el abismo que hay entre Hyunjin y yo. Justo entonces la puerta de la sala de observación se abre y aparecen más batas blancas. Empujan una camilla cubierta con una sábana y con correas de piel marrón colgando a los lados. Solo verla me produce un lento y nervioso hormigueo en el estómago. Me pongo en pie, con el corazón cada vez más acelerado. Pego la espalda a la pared, apretando las palmas contra el frío hormigón. Un draki, situado más abajo en la hilera de celdas, empieza a hacer un ruido tremendo, casi como si estuviera cavando en el suelo de hormigón.
-¿Qué es lo que ocurre? -pregunto a gritos con la esperanza de que alguno de mis compañeros me responda. Me responde Momo con tono de disculpa, como si se sintiera la responsable de algún modo:
-Han venido a por ti. Es tu turno. Yo doy un respingo.
-¿Mi turno para qué?
-Al principio se nos llevan a todos… para ponernos algo dentro.
-¿El qué?-grito, paseándome deprisa por mi celda, de un extremo al otro, como si mis rápidos movimientos pudieran alejarme de esto de alguna manera.
-La verdad es que no lo sé…, una cosita metálica y brillante. Duele solo durante un segundo. «¿Una cosita metálica y brillante?». Vuelvo a pegar la palma de la mano contra la pared y sacudo la cabeza como si así pudiera detenerlo todo, como si así pudiera impedir que los enkros vengan a por mí. No había previsto esto. No creía que tuvieran tiempo de hacerme nada malo antes de que me rescataran.
-No vale la pena oponerse -interviene Roc con voz muy seria-. Todos tenemos que pasar por eso. «Todos tenemos que pasar por eso». Esas palabras no me animan, desde luego, y el terror me sube por la garganta al ver que los humanos se paran al otro lado de mi panel de plexiglás. Se supone que yo no tengo que pasar por esto. Solo veinticuatro horas: ese era el plan, no esto. Esto nunca ha sido el plan. Y ahora se supone que se producirá antes. Hyunjin ha dicho que ya venían. ¿Dónde están? ¿Habrá salido mal algo? Al llegar aquí he sido una criatura dócil porque estaba representando un papel, pero ya no puedo permitirme seguir siendo una víctima fácil. No puedo ser más que yo mismo, así que estoy preparado cuando abren la puerta de plexiglás. Lanzo un chorro de fuego crepitante con la intención de impedir que lleguen hasta mí. Ellos retroceden al principio, pero luego vuelven, agachados. Lo intentan en varias ocasiones, acercándose cuidadosamente a la celda. Los recompenso con fuego una y otra vez, obligándolos a dar marcha atrás. Jadeo sonoramente, con respiraciones humeantes, y me niego a preguntarme cuánto tiempo puedo seguir así. Me limito a decirme a mí mismo que debo hacerlo. Tengo que aguantar hasta que llegue Hyunjin. Con el rostro furioso y enrojecido, los hombres cierran el panel de plexiglás y se reagrupan. Me lanzan miradas asesinas; la determinación de tenerme, de cogerme, de destruirme reluce en sus ojos.
-Antes era un ejemplar fácil -dice uno con una voz casi quejumbrosa. «¿Fácil yo? Sí, claro». Al final, otro ordena:
-Ya basta. Id a poneros los trajes.
Se me contrae el estómago, pues ya sé de qué trajes está hablando. De los ignífugos que llevaban en el bosque simulado, cuando han impedido que el draki gris y yo nos matáramos. Poco después vuelven dos hombres con traje protector. Por lo visto, piensan que con dos bastará para manejarme. Me pongo en tensión: mis muslos se estremecen, preparados, y un gruñido quedo brota en mi garganta. Cuando los dos tipos se cuadran delante de mi celda, provistos con las varas que recuerdo tan bien, los demás retroceden. El panel de plexiglás se abre de nuevo y yo rocío a los hombres con fuego. Siguiendo el reguero de llamas, me abro paso entre sus cuerpos con la intención de escapar, pero no logro mi objetivo y me arponean. Todos mis músculos se tensan mientras me recorre una descarga eléctrica. Un grito queda estrangulado en mi garganta. No puedo moverme. No importa cuánto le ordene mi mente a mi cuerpo que se mueva, que se vaya…, porque no puedo hacerlo. Caigo de rodillas y el impacto me sacude hasta lo más hondo de los huesos. Hay alguien detrás de mí. Lo sé porque oigo el sonoro tirón de la cinta adhesiva. Una mano me agarra un puñado de pelo y me obliga a echar atrás la cabeza. Me arde el cuero cabelludo. Unas manchas bailan ante mis ojos. Es la cinta adhesiva de nuevo, pegada sobre mi boca. El tipo me suelta el pelo y yo caigo hacia delante, como un peso muerto. Deseo moverme, levantarme, pero soy incapaz. Los hombres no se molestan en atarme las alas ni las muñecas. Supongo que, después de la descarga eléctrica, no les preocupa demasiado que arremeta contra ellos. Dos me cogen por los hombros y me sacan a rastras. Mis pies se agitan, tratando de ponerse rectos para apoyarse en las lisas baldosas. La sala da vueltas y los rostros pasan de largo a toda velocidad. Son personas, como yo. «¡Soy como vosotros! Estáis lastimando a alguien que hace las mismas cosas, grandes y pequeñas, que hacéis vosotros. Alguien que piensa y vive, ama y odia. Y odia… Os odia a todos vosotros», quiero gritar… El fuego arde en mi interior como una enfermedad de rápida propagación. Siento un hormigueo en los labios bajo la asfixiante cinta adhesiva. Me lanzan a la camilla como si no fuera nada, como si ya estuviera muerta. Como un cadáver. Aunque si fuera un cadáver, no les interesaría hacer las cosas horribles que tienen planeadas. No necesitarían meterme ninguna cosita metálica y brillante. Mi mente trabaja a toda velocidad, con desesperación, intentando pensar qué podrá ser eso, qué me hará. Me atan a la camilla con las correas de cuero, ciñéndome con fuerza las muñecas y los tobillos. Y como si eso no fuera suficiente, me inmovilizan el pecho y los muslos con sendas bandas de cuero. Las aprietan tanto que apenas puedo respirar por la nariz. Empiezo a sentirme mareado. Uno de los batas blancas me observa y afirma:
-Es fuerte. Comprobad que está bien atado. -Frunce el entrecejo y se recoloca las gafas sobre el puente de la nariz-. ¿Seguro que no puede quemar la cinta adhesiva?
-Antes no lo ha hecho -le responde uno de sus colegas. Idiotas… Antes no lo he intentado. Ahora tengo que probar. Reúno el calor desde lo más hondo de mi pecho y dejo que ascienda. Impulso el fuego por la tráquea, intentando que me llene la boca, pero no funciona. No va bien. La cinta adhesiva está demasiado apretada. No puedo mover los músculos faciales, no puedo abrir la boca lo suficiente. La frustración enciende en mi interior una clase distinta de fuego: rabia impotente. No puedo flexionar las mejillas como debería. Ni siquiera puedo separar bastante los labios. Desesperadamente, me debato contra las correas de cuero, pero es inútil. Uno de los batas blancas me pasa la mano por la frente sudorosa y, como si fuera una especie de perro al que hay que calmar, murmura:
-Eh, chico, tranquilo… Si pudiera usar la boca, le escupiría. Un momento…, no: lo achicharraría. He nacido para hacer eso; esa es la razón por la que la manada siempre me ha considerado tan importante. Pero no lo soy. Ni siquiera puedo ayudarme a mí mismo. Giro la cabeza, zafándome del contacto de ese tipo. Él chasquea la lengua, mira a los otros y luego continúa en el mismo tono apaciguador:
-Esto nos ayudará a cuidar de ti, a garantizar que estés a salvo… Intento adivinar a qué se refiere. ¿Será una especie de implante para controlar mis órganos vitales? Hasta qué punto, no tengo ni idea. ¿Quién sabe de qué tecnología disponen? Lo único que sé es que, se trate de lo que se trate, no quiero nada dentro de mí. No puedo permitir que me lo coloquen.
-Este chico es batallador. Va a necesitar una buena dirección.
-Si alguien puede hacerlo, ese eres tú. Tienes una gran sensibilidad con estas criaturas. Me acompañan quedas risitas entre dientes mientras me sacan de la sala, y sé que lo último que tiene ese tipo es sensibilidad. Doblo el cuello, tratando de seguir el rumbo que tomamos por los pasillos, que se suceden ante mí en una nebulosa, tratando de descubrir maneras de salir de aquí. Recorremos una larga distancia y luego giramos a la izquierda. Después de eso, no vamos muy lejos. Me empujan a través de un par de puertas batientes que me recuerdan a las de las salas de urgencias de los hospitales que se ven en la televisión. El interior de la estancia es tan estéril y poco acogedor como un quirófano. Me conducen hasta el centro de la sala, bajo varios focos de luz cegadora. Allí aguardan otros batas blancas. Entreveo una gran ventana rectangular a la derecha. Hay gente apiñada detrás del cristal: más batas blancas, e incluso algunas personas de aspecto común y corriente, vestidas de paisano. Miran a través del cristal con curiosidad, como espectadores de un circo a la espera de presenciar algún tipo de fenómeno. Y supongo que eso es lo que yo soy para ellos. Giro la cabeza nerviosamente, asimilándolo todo, impotente pero sin dejar de buscar una forma de escapar de esto. Levanto la mirada hacia el bata blanca que está examinándome. Es viejo. Más viejo que ninguno de los enkros que he visto. Tiene el pelo tan blanco y escaso que puedo ver la piel, fina como un papel, de su cabeza. Su contacto en mi brazo es frío. Me aprieta un poco como probando la textura y densidad de mi cuerpo. Soy presa del pánico, que me atenaza el corazón, y… luego se entromete otra cosa: un creciente hilo de emoción serpentea en mi interior. La emoción da vueltas en espiral; va desde un punzante dolor que me roe la mente a una potente torsión del estómago. Es preocupación. Pura y simple. Solo que no procede de mí…, no es mía en absoluto. Todos mis nervios estallan, sobrepasados e impactados por una repentina embestida de emociones. Su nombre me estremece de arriba abajo con un suspiro: Siwon. Está cerca. Su inquietud y su angustia me envuelven como espinas frías y calientes. ¿Ya vienen? Me reanimo con esa posibilidad. De pronto, no me siento tan desdichadamente solo, atado a esta camilla. Con una nueva corriente de energía, me centro en el hombre que se alza sobre mí, y en el escalpelo que reluce amenazadoramente bajo la implacable luz. Su mano enguantada asciende por mi cuello, dejando un rastro de piel de gallina.
-Bien -murmura-, veamos… Me gira la cabeza, y noto cómo avanza a través de mi pelo y se detiene encima de mi oreja. Yo lucho por volverme en la dirección opuesta. Con manos duras, me obligan a poner la cabeza donde estaba y me colocan una gruesa banda de cuero en la frente, muy ceñida, tanto que se me clava en la piel. Los movimientos del viejo se tornan más firmes cuando hunde los dedos en mi pelo… buscando algo, al parecer, en mi cuero cabelludo.
-Este sitio parece perfecto -anuncia al cabo de un momento. Otros dos batas blancas se asoman por detrás de él, observando sus evoluciones, y el viejo mira por encima del hombro, con gestos impacientes e irritados.
-¿Jenkins? -Sí, doctor -responde una voz con absoluto respeto. Un sonoro zumbido llena el aire. Es un sonido furioso, vivo y amenazador. Yo no puedo mover la cabeza, así que mis ojos van de un lado a otro desesperadamente, intentando ver de qué se trata. Jenkins aparece junto al doctor, con una afeitadora eléctrica en una mano. Yo gimo contra la cinta adhesiva cuando los fríos dientes del aparato presionan mi cuero cabelludo, justo encima de la oreja. En apenas un instante, me rasuran una pequeña zona. Unos mechones de cabello rojizo dorado flotan ante mis ojos. Luego apagan la máquina y se hace el silencio.
-Allá vamos -dice el doctor, y se sube las gafas hasta lo alto de su fina nariz. Jenkins coge la afeitadora y se va a toda prisa hacia un lado, fuera de mi campo visual, para regresar con unas tenacillas que sujetan un trozo de gasa. El algodón está impregnado con un ungüento de color amarillo anaranjado.
-Aquí tiene, doctor. Este toma las tenacillas y acerca la gasa a mi cabeza. Yo me encojo, sin saber muy bien qué es, pero preparándome para algún tipo de molestia. La gasa me toca, fría y mojada aunque indolora. El doctor me frota con ella la piel rasurada.
-Ya casi estamos. El doctor devuelve las tenacillas y regresa a mi campo visual con un escalpelo en la mano. Yo inhalo bruscamente por la nariz. El viejo no habla: se limita a fruncir el entrecejo mientras se concentra en mi cabeza.
-Esto te hará una pizca de daño -me dice entonces. Sus ojos se clavan en los míos un momento, y me pregunto si sospechará que puedo entenderlo. Luego doy una sacudida contra la tira que me inmoviliza la cabeza, tensando el cuello-. Te dolerá más si te mueves -añade. Me sostiene la mirada con sus fríos ojos un largo instante, y ya no me cabe duda. El doctor no sospecha que puedo entenderlo: lo sabe. Y eso lo convierte en un ser todavía más monstruoso. Me siento derrotado. Él asiente con la cabeza, satisfecho al tener la certeza de que no voy a retorcerme más en la camilla. Y no voy a hacerlo. Lo último que quiero es que me rebane la garganta o me corte una oreja. La cuchilla desciende. Este es el momento en el que contengo la respiración y me digo a mí mismo que las puertas batientes van a abrirse de par en par ante Hyunjin, Siwon y Jisung. Que ellos irrumpirán en esta sala y cortarán las correas que me inmovilizan. Los brazos de Hyunjin me rodearán. Sus labios se unirán a los míos. Así es como debería suceder. Así es como se suponía que iba a suceder.
Solo que no es así.

🔅Alma de Luz🔅 [Hyunin#3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora