Volver.

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Me había tomado un tiempo prudente para alejarme de todo, incluso de mí.
Hay instantes en los que simplemente solo quiero huir y olvidarme de todo para volver y renacer.
Restaurarme.
Completar piezas, sanar heridas, cicatrizar.

Es necesario, de vez en cuando, entender que somos de carne y hueso, y que al tropezar podemos recaer, y no precisamente sabemos cómo levantarnos enseguida. Es todo un proceso que se cumple y que se requiere para poder entender muchas cosas y para llegar a ese punto soñado de realmente sentirnos bien.

Todo esto era algo que, a veces, me costaba comprender. Y es que me era muy común el presionarme tanto y llegar a olvidar que está bien el permitirme sentir.
Lo he recordado, de a poco, cuando no he podido más y me he soltado a llorar entre sus brazos; incluso, en muchas ocasiones, sin ninguna razón específica.

Durante mucho tiempo sentí ese nudo en la garganta que no te deja hablar, y la presión en el pecho que te hace sentir incomodidad y te da señales de que las cosas no están tan bien como insistías en hacerte creer. De ninguna manera.

Permitirme sentir y despojarme de todo aquello que no me sumaba nada, a través de largas horas de llanto, limpiándome por dentro, estaba bien.
No saber cómo explicarlo, también estaba bien.
No estar bien, también estaba y está bien.

Y no era necesario decirlo... no era necesario conversarlo con alguien más cuando, quizá, lo único importante era que yo estuviese consciente de cómo me sentía y de qué iba a hacer al respecto, para empezar a sanar por dentro.

Al fin y al cabo, era una decisión.
Una decisión que me llevó un poco de tiempo en tomar y más que nada, en reconocer que debía tomarla para empezar de nuevo. Y cuando lo hice, mis piezas empezaron a encontrar su lugar de a poco.

Y sí, era necesario alejarme para después volver.
Volver a mi hogar.
Volver a mi cuerpo, a mi lucha con mis inseguridades, a mi camino lleno de cicatrices, pero volver por mis sueños.
Volver por mis ganas de hacer lo que me apasiona.
Volver por lo que me hace feliz.

Tomar un descanso de todo y encontrarme a mí misma era necesario. Era vital. Era parte de.
Y entender que, por más perfecta que yo quisiera ser, no lo iba a lograr. Y eso estaba bien, porque todo mi ser imperfecto que, ahora estaba sanando, iba encontrando de a poco esa calidez y ese brillo en los ojos que antes me faltaba.

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