Libertad

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El cielo parecía inalcanzable.

Mi necesidad de querer tocarlo se había quedado en mí como una especie de objetivo de vida, a pesar de saber que era algo imposible. Y es por esa razón que sentía una admiración a los pequeños pájaros que solían despertarme por la mañana en mi viejo hogar.
Rara era la vez en que llegaba a verlos, pero los escuchaba y no había nada mejor que eso. Lo diferente de todo es que, generalmente, odiaba ser despertada, pero cuando era así... lo agradecía. Y no decía más porque no había nada que decir; solo anhelaba que la mañana siguiente llegara.
Sentía cierta envidia por su capacidad de volar. Tan seguros, vivos, transparentes y tranquilos. Quería ser y hacer lo mismo. Quería la misma libertad que ellos llevaban en cada parte de su cuerpo y espíritu.

La necesitaba.
La necesitaba y no meramente por una envidia sana o por lo felices que se veían, sino porque a lo largo de mi vida, fueron pocas las veces en que pude experimentar esa sensación tan grande de libertad; de poder ir donde quiera, cuando quiera y cuanto quiera. De decidir sin tener ninguna presión bajo mis hombros... de decidir estando completamente segura de aquello que quería porque sabía que era algo que me iba a hacer plenamente feliz y estaría tan llena por dentro por haber hecho lo que he deseado, que no tendría ganas de nada más.
La necesitaba porque siempre había querido sentirme viva y no pensar en nadie más que en mí.
La necesitaba por ser ese «algo» que me faltaba para completar mi rompecabezas.

En un día común de la semana pude comprender algo, y es que esa libertad que tanto había añorado, no estaba tan lejos como pensaba, pero aún seguía un tanto distante. Una sensación parecida me hacía recordarla y creer que (quizá) yo no estaba tan perdida del todo.
Desde pequeña había ido a varias playas cerca de mi viejo hogar. Solía recoger conchas, buscar estrellas de mar y caminar horas y horas dejando huellas detrás de mí, pero jamás había experimentado algo tan increíble como la sensación de tener los granos de arena y las gotas de mar entre mis dedos... el sol atacando cada centímetro de mi piel de la forma más dulce que pueda haber, y la brisa... la misma que venía junto al sonido de las olas romper en la orilla que representaba tanta calma. Hace unos pocos días había vuelto a experimentarlo; había ido nuevamente y tenido la misma sensación recorriendo mi cuerpo por varios minutos que, en realidad, parecían eternos. Y rogaba que se quedasen de esa forma.

Había extrañado sentirme así. Y no quería dejar de sentirlo.

Es, extrañamente, como cuando te enamoras.
Como cuando te enamoras bien: temes que el amor se vaya. La corriente que recorre el cuerpo y te hace feliz es algo inexplicable. Sentía algo parecido al estar en un lugar tan paradisiaco y tan de ensueño.

Cada vez que me encontraba así, solo me limitaba a ponerme a pensar en las decisiones que había tomado y que, enhorabuena, han ido mejor de lo que esperaba. Incluso a pesar de los días grises en donde he querido regresar y volver al mismo lugar en el que me encontraba hace unos meses.
Rendirme.
No obstante, hasta eso, no lo encontraba tan fácil. Y no debía hacerlo. Cualquier cosa que hacía tenía una consecuencia y no estaba en posición para arrepentirme de nuevo.

Durante todo este tiempo, he podido aprender de mucho y reencontrarme conmigo misma. Tratar de entenderme y entender lo que realmente quiero para mí, para mis futuros días y para mi felicidad. El salir de un hoyo que parecía eterno me ha dado una libertad que solo veía en sueños o en películas... era volver a respirar con tranquilidad y olvidar la constante agitación de mi pecho y mi corazón por no saber qué hacer o a dónde ir. Por fin, me podía tender en el suelo, sentir lo frío que estaba y vivir el presente de la manera más "en paz conmigo misma" que podía conseguir (al menos hasta ahora).

Libertad de pensar, de hacer, de decir, de soñar, de vivir, de disfrutar, de amar, de llorar, de reír...
Encontrar esa libertad de ser feliz.

Y sí, el cielo se encuentra muy lejos y sigue pareciendo inalcanzable, pero voy cada vez más cerca, avanzando... así sea de a poco. Despertar implica un renacer, un comienzo, un camino hacia algo que deseas desde lo más profundo de tu alma y que anhelas cumplir porque es algo que te hace feliz. Tiene, de cierta forma, una relación con la libertad. Poder abrir los ojos, haber soñado cosas grandes, y en el presente ir viviendo ese sueño de a poco, teniendo la libertad que te corresponde para poder tomar decisiones, equivocarte, aprender y seguir.

Y mi libertad era eso.
Lo es.
Un camino de aprendizaje donde no hay nadie que tome decisiones por mí, donde solo estoy yo y dependo de mí misma, donde aprendo a amarme y a creer en todo lo que puedo lograr, donde mi libertad es una decisión que debo de tomar para encontrar mi rincón de felicidad.




Fotografía: @jeanfalconez.

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