- Sinceridad -

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Aún veía nuestras fotos, en mi habitación, entre la luz tenue y la esencia de vainilla que posaba en mi velador de noche. Aún te veía a ti, e intentaba recordar lo que era sentir tu roce sobre mi piel.
Y aún te quería... y te quería conmigo.

Aquel día, cuando me dejaste ir, no quería cruzar esa puerta. Mis pies se pegaban por sí solos a tu alfombra, intentando encontrar una manera lógica para quedarme. Incluso, me hice enemiga del reloj en segundos y solo podía reprocharme internamente cada vez que me preguntabas la hora, como si tuvieses nervios de quedarte más tiempo conmigo y sentir más de lo que ya estaba dentro de ti. Quise pensar que se te hacía difícil y solo querías que acabase de una vez por todas, para no hundirte más en tus pensamientos, de los que pocas veces hablabas conmigo.
A veces eras muy reservado y yo hacía un intento fallido por descifrarte. Y, de pronto, parecía como un juego para ti, al sentir que disfrutabas el que no pudiese hacerlo por completo.
Sabía que sería un camino muy largo hasta poder entenderte, pero no era algo que me preocupaba tanto.

Mi mente divagaba por ratos y después solías preguntarme qué me sucedía porque parecía que me habías "perdido por un segundo". Y lo tomabas como algo normal, pero creo que no eras totalmente consciente de qué pasaría si, en realidad, me estuvieses perdiendo por completo.
Tu alma se sentía en paz y eso me daba miedo. Y es que yo, al contrario, me sentía ansiosa y desorientada al aceptar que mi tiempo junto a ti había llegado a su límite. Era enfrentar mi miedo más grande y tú no estabas conmigo para hacerme sentir segura, como cuando dormías a mi lado, mientras me dabas calor con tus abrazos en las noches frías de una ciudad llena de pecados. Y tú, sin duda, eras el mío.

Entendía que debía dejarte ir, pero siempre se me venía una excusa a mi cabeza porque no quería. Porque nunca estuvo en mis planes enfrentar una situación así, y sin ti. Porque me hacías temblar, y reír, y enojarme con facilidad, pero aún así, después de todo, me hacías sentir tocar el cielo con las manos y tierra firme con los pies, al mismo tiempo. Y sabía que no encontraría a nadie más que supiera hacerme entender y disfrutar de la vida de esa manera.
Me sentía frágil y necesitaba recuperarme.
Abrazarme.
Es solo que, realmente, deseaba que te quedases conmigo una vez más.

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