Mi despedida.

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Me di cuenta que no hay mucho que pueda hacer, a pesar de quererte tanto.
Que aunque el cielo esté despejado y azul, lo siento gris, y en mi espalda, siento el peso de no tenerte, como si intentara echarme la culpa de que las cosas no funcionaran.
Lo cierto es que, en realidad, ninguno de los dos tiene la culpa de nada, a pesar que a veces nos vuelvan locos los remordimientos y las conversaciones con uno mismo a las tres de la mañana.

Quería que lloviera.
Y quería llover yo para desahogarme y librarme de ti... No porque te quisiera lejos de mí, al contrario, sino porque no soportaba más el aguantarme las lágrimas cuando descubría, viéndote a los ojos, que no me querías de la misma forma en que yo a ti.

Mi miedo se había cumplido y yo, en un rincón de mi habitación, intentaba luchar con él sin romperme por completo. Entonces, entendí que no valía la pena cuestionarme constantemente siquiera en la idea de terminar juntos en un futuro, porque aunque había dos posibilidades, más me iba por la segunda: que no sucediera. Y sufría con antelación sin haber vivido absolutamente nada de lo que imaginaba.

Entendí, también, que forzar las cosas hacían que perdiera su magia. Era como escuchar las olas del mar y no encontrarle el sentido suficiente como para disfrutarlas. Y yo no quería que la esencia de todo lo que implicaba un "nosotros" se perdiera por mi culpa y por mi desesperación por que te quedes junto a mí.

Así que sí, amor, hoy te dejo ir.
No sé si para siempre.
No sé si solo por un tiempo indeterminado hasta que la vida y el universo nos vuelva a juntar.
Pero hoy te suelto y me libro de ti, para que estés bien, y para yo estar bien conmigo misma, intentando sanar mi corazón de a poco. Esta vez sin ti.

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