Sentir tu ausencia.

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Hoy era un día inusual porque antes jamás había sentido tan de cerca lo que era perderte por completo, a pesar de que lo sentía de vez en cuando después de haber terminado y habernos alejado. Era una decisión que habíamos tomado, aunque más bien, me encontraba yo cediendo a tu corazón porque sentías que no era lo correcto justo ahora. Yo quería quedarme.

Soñé que desaparecías. Que no había ni una partícula de tu ser en este mundo terrenal donde nuestros encuentros fantásticos supieron cómo ponernos los pelos de punta con cada roce que nos otorgábamos el uno al otro, con toda la confianza como si se tratara de dos personas que se conocían de toda la vida. No estabas y yo me quedé sin ti. Entonces, sentí que un hueco en mi corazón se abrió de a poco y el dolor que sentí, en mi somnolencia y preocupación, jamás lo había experimentado. Empecé a llorar como una niña pequeña que necesitaba ser consola por una única persona en este mundo, y en mi caso, eras tú. No supe qué hacer porque, de ser otra circunstancia, hubieses estado a mi lado, dormido, y yo te hubiese abrazado sin pensarlo, intentando sentirte cerca para aclarar mi mente y entender que todo era mentira y que estabas aquí conmigo.
Pero anoche no pude hacer eso.
Anoche estaba sola en mi cuarto, en una nueva casa en la que me había mudado hace menos de una semana, y te eché de menos: a ti y a la calidez de tus abrazos, y al gran poder de calmante que sueles tener en mí cuando despierto de una pesadilla buscando refugio en tu ser. Así que sí, confieso que quise con todas mis fuerzas teletransportarme hasta tu cama y esconder mi rostro en tu cuello como siempre lo hago, de beso en beso, sintiéndome en casa de nuevo. Y ojalá hubiese podido...
Que de ser otra persona totalmente diferente a mí y sin darle tantas vueltas a las cosas, hubiese ido exigiendo el lugar que antes era mío hasta convencerte y quedarme contigo, pero sabía que las cosas no eran tan fáciles y no podía sobrepasar de tu palabra y tus intenciones. Debía respetarte y respetar tu decisión por más que muriera de ganas por sentir tus labios y tus manos tocándome de nuevo.

Entonces, me llegó la palabra del universo y entendí que mi miedo debía ser transformado en compasión y venir desde el amor. La codependencia que yo sentía contigo —y que, a veces, confesando mi culpabilidad, sigo sintiendo— no es mi arma más poderosa, y ni siquiera tenía sentido que sea incorporada a mi vida como algo esencial. Me estaba desgastando, y mi concepto del amor que tenía hacia ti estaba siendo tergiversado y dañado de a poco por las ganas incontrolables que sentía de que te quedaras.
Entendí que mi miedo por no tenerte en mi vida no se debía basar en mi dolor y en mi sufrimiento. Y que, sin duda, debía desligarlo de mi espíritu porque no iba a poder amarte de una manera pura, honesta, y real. Y yo quería amarte bien, porque te lo merecías y porque habías tocado esa parte de mi ser donde no había vuelta atrás después de quererte. Solo ya estaba ahí: mi amor por ti. Siempre lo estuvo.

Así que ahora debía trabajar desde el amor, y debía entender, por más que me costara, que debía soltarte y aún así, estar para ti siempre que me necesitaras porque te amaba. Que sentir temor por perderte era normal, pero no por mi egoísmo y por no querer sufrir por tu ausencia, sino porque me importabas, porque me preocupaba por ti y porque te amaba. Y eso era suficiente.

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