Me haces falta.

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Me haces bien. Y me haces mal al mismo tiempo.

Entro en un debate conmigo misma donde ya no sé qué pensar de ti, ni de mí, ni de lo que fuimos. Se me vienen ideas a la cabeza donde puedo encontrar razones para amarte aún más, pero también termino odiándote por ya no estar aquí.

Sé que amar no es sencillo y menos aún lograr amarte a ti que eres tan libre como los colibríes que me gustan tanto.
No te gustan las ataduras y vuelas de un lado al otro encontrando diferentes universos y destellos.
Tu locura se propaga como la sombra de los árboles sobre el pasto, y recuerdo por qué me enamoré de ti.
Tu esencia se queda en cada hilo que forma mi ropa y aunque el olor ya no siga persistiendo, me llena saber que alguna vez estuvo allí.

Así como, alguna vez, dormiste en mi cama junto a mí.
Así como, alguna vez, mis labios fueron tocados por los tuyos.
Y así como, alguna vez, reposé mi mejilla entre tus manos cuando me acariciabas y desintegrabas mis lágrimas al rozarme con tu piel. 
Te confieso que siempre me gustó reposar mi cabeza en una de tus manos mientras me acariciabas, y sabía que te gustaba observarme cuando lo hacía. Me gustaba ese tipo de momentos íntimos donde no hacía falta pronunciar palabra porque podía leer tus ojos y tú podías leer los míos. Y era increíble cuando lo hacías porque me ayudabas a terminar de hablar cuando no sabía cómo hacerlo.

Te agradezco por llevar, de vez en cuando, mi peso conmigo.

Y podría agradecerte también por haberte ido porque me permitió tocar fondo y conocerme, pero no quiero porque también me rompiste en mil pedazos que aún no sé cómo unir.
Se siente como la lana de mi mamá cuando se enredaba y yo no encontraba la paciencia necesaria para desatar los nudos.
Mi corazón ahora se había llenado de nudos y grietas porque no te tenía.

Me hacías falta todos los días, a pesar de ya no llorar con tanta frecuencia como lo hacía antes. Sé que estarías orgulloso de mí porque ya no me dejo llevar por mi tristeza e intento reponerme de ti y superarte, pero hay días, como hoy, en los que ya no puedo. En los que intento, pero solo no puedo.
Y tampoco quiero.

Me haces falta por las noches, como las de hoy, en luna llena, pero también duele cuando me haces falta los días soleados que serían inolvidables si yo estuviese en armonía con ellos.

Te confieso que creo que casi nadie me entendería cuando lo pienso así, pero te veo en la naturaleza y en los pequeños detalles, aunque sigas en la misma vida que yo y aunque no hayas partido de este mundo.

Te veo en las hojas de los árboles moverse lento por el viento.
En la sensación de satisfacción cuando mis pies tocan el pasto y mis manos tocan la tierra.
En las noches frías en un balcón solitario cuando veo la luna y las estrellas, o cuando aprecio los colores de los atardeceres al intentar despejar mi mente.
En mi cama, cuando regreso a casa y no estás.
En mi espejo, cuando antes me abrazabas por detrás y nos reflejábamos en él.
En la lluvia, cuando suena y veo las gotas caer.
En mis labios, cuando los muerdo y quisiera que fueses tú.
Y en mis ojos, cuando te piden a gritos que vuelvas mientras no dejo de llorar porque te extraño.

Te confieso que creo que casi nadie me entendería cuando lo pienso así, pero: esto que siento, se quedará tatuado en cada parte de mi ser, y realmente no creo lograr alguna vez olvidarte.
Realmente no creo lograr alguna vez sentir esto por nadie más.
Realmente no creo alguna vez dejar de quererte.

Diario mágicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora