Capítulo 20

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Miró hacia el jardín del frente, sus rosales y ligustrinos, la fuente y más allá, el bosque de robles, que se entremezclaban con otras especies dando unos tonos preciosos de verdes, pero sus ojos solo se detuvieron en el camino, que se veía desierto y tranquilo.

—¿Qué sucede mi señora? —inquirió Freya

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—¿Qué sucede mi señora? —inquirió Freya.

—Nada... es solo que han pasado ya varios días y aún no llega.

—¿Quién?

—Estoy hablando del baúl Freya, de mis vestidos y sombreros.

—Pero si tiene un montón aquí en el vestidor.

—Sí, pero había uno verde oscuro que estaba precioso, se me ha antojado ponérmelo desde el instante en que lo vi, y detesto haber tenido que dejarlo.

—Claro... —Freya oía atentamente, aunque con la frente arrugada y sus cejas hundidas. Hacia mucho que estaban juntas y nunca le habían importado los vestidos ni los sombreros. —¿Y no dijo el señor cuando volvería?

—No... no me dijo nada, ni siquiera por qué razón me enviaba antes, aunque creo tener una respuesta.

—¿Qué piensa?

—La primera noche que pasamos allí, salió muy elegante y al regresar se encontró con una mujer en el jardín de enfrente. Lo besó... creo que ella es la mujer a la que se refería Oliver, se notaba que entre los dos había algo extraño, no era una mujer cualquiera, y desde lejos se apreciaba que era de alcurnia, no cualquier muchachita.

—Lo siento señora, me perdí... ¿Qué dijo el niño Oliver?

—Cuando él le dijo que yo era la esposa, el niño preguntó por otra mujer, y cuando yo indagué respecto a ella, no quiso contestarme.

—¿Y usted cree que la envío aquí para encontrarse nuevamente con ella? —Elena apretó sus manos y miró nuevamente hacia el camino, como si la idea le doliera de alguna manera o deseara que no fuera así. Inspiró profundo y continuó.

—Creo que sí.

—Oh mi señora... no se lo deje quitar...

—¿Qué dices Freya? El no me pertenece en absoluto, y puede hacer de su vida lo que le parezca mientras que no sea públicamente.

—El hombre es joven y usted también, lo de la excusa del niño para separarse no prosperó, quisiera aconsejarle lo mejor, y creo que eso sería que se quede con él.

—Claro que debo quedarme... no me queda otra alternativa.

—Me refiero a que sea su esposa, como Dios manda... usted tiene su corazón, y él el suyo. Tal vez podría conquistarlo...

—Olvida esa estupidez. —La interrumpió. —Primero que nada, ni él me soporta a mí, ni yo a él; y segundo, mírame, mira esta pierna espantosa, ¿crees que un hombre como él se podría fijar en mi? Por Dios Freya, no hablemos bobadas, ni él, ni ningún otro.

Corazón en  PenumbrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora