Capítulo 2

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Durante el servicio fúnebre, Elena se mantuvo al lado del féretro de su esposo, cubierta de lágrimas agrias y de culpa por sentirse libre, con todas las posibilidades que le daba el ser viuda y retomar su vida.
Se concentró en la moldura de la ventana y en los campos verdes y húmedos que rodeaban la propiedad. Podría comprar una pequeña casa en la ciudad cerca de su familia, irse allí con Freya y disponer de su vida. Sabía que sus expectativas se enamorarse, de amar, de poder casarse nuevamente y formar un hogar como alguna vez se había atrevido a soñar, eran tan remotas, truncas y limitadas como su pierna y los pasos que podía hacer valiéndose por sí misma. Más sensato era pensar en una casita simple y pequeña, para vivir cómodas y austeras con la herencia que recibiera. Tal vez alguna vez tener un pequeño hogar de niños, o hasta adoptar alguno a quien brindarle amor, educación y cuidados.

No tenía idea de las finanzas de su difunto esposo, pero tampoco había oído que hubiera problemas de algún tipo o que se cuidaran con los gastos de la casa, al contrario, el Marqués solía ir a bailes y reuniones, a clubes de hombres y sin tener reparo alguno de gastos. Siempre le había provisto los mejores vestidos para que se pusiera en la casa, pues si bien no podía salir a ningún lado, él siempre reclamaba su presencia por las noches y debía llevar el vestido del color que él deseaba y el cabello recogido con sus bucles al costado de su rostro. Había sido a su manera, esclava de sus caprichos y manías.

—¿No vas a besarlo?

Elena se volvió hacia la voz de Esme que estaba de pie detrás de ella.

—¿Cómo ha dicho milady?

—Que lo beses.

—Pero...

—Que lo beses te digo. —Elena tragó saliva nerviosa, miró el rostro grisáceo y los labios violáceos de su difunto, cerró sus ojos deseando que aquella tortura terminara de una vez. —Hazlo ya... has vivido bajo su techo, te ha tenido y tratado como una reina aunque no eres más que una arrimada, bésalo para despedirte. Es lo mínimo que se merece... ¿o piensas quedarte con todo y que no tengas que sacrificar nada?

—Señora... yo no pienso...

—Hazlo de una vez. —golpeó con su bota en el suelo haciendo que retumbase como el eco triste de un martillo en la roca.

Acercó su rostro hacia aquel que yacía helado en el féretro, cerró sus ojos y contuvo la respiración para finalmente rozar sus labios con aquellos fríos que la repugnaban.

Cuando levantó el rostro de allí, se encontró con los  ojos acerados de su cuñada que llevaba sus mejillas surcadas de lágrimas y los labios unidos en una fina y delgada línea cargada de los rencores más oscuros.

Soportó durante el tiempo que duraron los servicios fúnebres, las miradas indiscretas de las esposas de nobles, dueños poderosos de fábricas y minas de carbón. Se irguió lo más que pudo y acomodó la falda oscura y negra del luto que la acompañaría sin dudas, por al menos un año.

—Elena... —Victoria susurró a su lado. —por Dios del cielo, ve a tomar aire, estás tan pálida que parece que tú también has muerto. —Elena le dirigió una corta mirada a su hermana.

—No imaginas lo que deseo salir corriendo de este lugar... pero por obvias razones no puedo.

—Qué tortura... menos mal que al fin te has sacado a ese viejo esperpento de encima... —Guardó silencio y volvió una corta mirada al cabello y rostro de quien había sido su marido. —¿Qué piensas hacer ahora?

—No lo sé... irme supongo... detesto esta casa.

—Claro que sí... de todas maneras, con esa pierna no podrás manejarte sola. —asintió, pues sabía que su hermana tenía toda la razón.

Corazón en  PenumbrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora