Capítulo 5

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Elena tomó la pluma y mojó la punta en el tintero que reposaba en su habitación, con mano temblorosa comenzó a escribir aquel mensaje escueto y al mismo tiempo que estaba segura que cambiaría su vida.

—Oh... por favor le suplico que no lo haga... no tiene idea de quién es ese hombre. —Ella miró a su doncella que se encontraba de pie, con las manos en el frente y apretándolas nerviosa.

—Freya, no entiendes... no importa quien sea, me va a dar la libertad.

—Mi señora, Aiden Hammill es el demonio mismo, dicen en el pueblo que no tiene corazón, que mató con sus propias manos a quien le dio todo, que era un don nadie y lo mató para conseguir lo que tiene... y tantas cosas terribles... por favor mi señora, al menos aquí ya sabemos cómo es la señora Esme.

—Más diablo que Elton Salvin no he conocido jamás en mi vida. No creo que haya algo peor que eso.

—Marquesa, es que dicen tantas cosas que me da hasta terror por usted. Tal proposición no tiene pies ni cabeza. ¿Qué interés ha de tener en casarse así, bajo esas condiciones? ¿Por qué usted? Con el dinero que posee podría tener cualquier mujer que desee.

—Tal vez, pero supongo que no cualquiera aceptaría sus condiciones. Debe saber en cuales me encuentro yo exactamente, y lo que me apremia salir de aquí y ser libre.

—No será libre, no podrá casarse, tener hijos, no le dará amor. —Elena rio con ironía mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.

—¿Crees que aspiro a eso? Claro que no Freya. Mis ilusiones se han reducido a poder salir de aquí, visitar mi familia, decidir si quiero beber té o no, cambiar el color de mi vestido, poner las flores que se me antojen en el jardín, invitarte a la mesa a comer conmigo. —levantó sus hombros. —Solo eso.

La doncella se acuclilló delante de ella y tomó sus manos.

—Señora por favor, no lo haga... —Elena miró indecisa los ojos suplicantes de ella, de su amiga y de lo más cercano a una madre que había tenido los últimos años.

—Mira, averigua todo lo que puedas sobre ese hombre y tomaré la decisión mañana. —Asintió.

—Esta misma noche se lo diré.

—Qué desfachatez la de tu hermana

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—Qué desfachatez la de tu hermana... ¿Me estás oyendo?

—Sí, sí señora, claro. —Elena llevó la copa a sus labios y bebió. Sus pensamientos estaban por completo lejanos a esa mesa, a la comida, y sobre todo a la conversación de Esme que no hacía más que quejarse de Victoria y su boda del día anterior. Estaba fastidiada por no haber sido invitada, aunque  sabía a la perfección que no se hubiese molestado en asistir bajo ningún punto de vista.

—¿Te sucede algo?

—No... estoy bien. Gracias por preguntar.

—No lo hago para quedar bien contigo, créeme.

Corazón en  PenumbrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora